De acuerdo a la Encuesta Nacional sobre Relaciones Sociales (ENARES) de 2019, el 52.7% de la población peruana estaría de acuerdo con que “toda mujer debe cumplir primero su rol de madre, esposa o ama de casa y después realizar sus propios sueños”.
Solemos decir que la igualdad y los valores se construyen desde casa; sin embargo, nuestra sociedad está marcada por desigualdades que son toleradas y reproducidas en la interacción dentro de las familias. Estas actitudes que afectan a las niñas, adolescentes y mujeres desde el entorno familiar se han perpetuado por generaciones a través de la crianza y la educación, convirtiéndose así en prácticas cotidianas que son asumidas como naturales.
Por ejemplo, a lo largo de la historia, todas aquellas actividades de cuidado en los hogares –como limpiar, cocinar, lavar la ropa, ayudar con las tareas escolares a los menores y atender a los adultos mayores– se han destinado exclusivamente a las mujeres. De acuerdo con la Defensoría del Pueblo, como prueba de que todavía son ellas las encargadas de las labores domésticas, durante la cuarentena focalizada por sexo, se observó una gran afluencia de mujeres en los mercados durante los días que se les permitió transitar.
Por otro lado, las niñas y adolescentes también han sufrido los impactos de la carga del hogar durante la pandemia debido a la educación en casa y, de acuerdo, con la Organización de las Naciones Unidas (ONU), la reciente data muestra que las adolescentes invierten significativamente más horas en labores domésticas a comparación con sus pares masculinos.
Asimismo, según el Ministerio de la Mujer y Poblaciones Vulnerables (MIMP), estos comportamientos dentro del hogar afectan la salud física y mental de las mujeres, hijos e hijas, así como la del hombre que ejerce estas diferencias. En consecuencia, el machismo deteriora la autoestima de los miembros del hogar, destruye las relaciones familiares y genera personas violentas.
Al respecto, muchos hombres están reflexionando sobre la forma de ejercer su masculinidad y han comenzado a identificar reacciones violentas en su casa, trabajo y comunidad. Así, pueden construir espacios en donde expresen los sentimientos con libertad, una distribución igualitaria de responsabilidades, mejor comunicación y convivencia con sus parejas, hijos e hijas. Por esta razón, es necesario deshacernos de las siguientes actitudes que promueven desigualdad en el hogar:
El hombre como jefe del hogar y única opinión
Las jefaturas son posiciones de poder que se construyen por motivaciones como la subordinación o, en el caso de relaciones asertivas, por el liderazgo; y en los hogares esto puede darse según el nivel de aporte económico y poder de decisión que tiene un miembro de la familia.
En las últimas décadas, las mujeres han ejercido una participación social y económica en el hogar que no se limita únicamente a la labor de madre y esposa. Sin embargo, según el informe “Perfil del Jefe del Hogar 2018” realizado por IPSOS, de los 7.2 millones de jefes de hogar en el Perú urbano, solo 1/3 son mujeres.
Asimismo, de acuerdo con el Programa Nacional contra la Violencia Familiar, este comportamiento suele estar acompañado de actitudes que minimizan o desprecian las opiniones de las mujeres, considerando que su rol es de pasividad y obediencia. Es importante entender que el poder en una pareja debe ser compartido y la opinión de la mujer es tan relevante como la del hombre en las decisiones domésticas, económicas, sexuales, entre otros.
Creer que hay cosas que las mujeres no pueden hacer
Desde los colores –rosado para las niñas y azul para los niños– hasta las actividades profesionales, existe una consolidada creencia sobre lo que pueden hacer específicamente las mujeres y los hombres. Según el “Marco conceptual para las políticas públicas y la acción del estado”, elaborado por el Ministerio de la Mujer y Poblaciones Vulnerables (MIMP), en el caso de las mujeres, son asociadas con atributos como la pasividad, fragilidad, emocionalidad y abnegación que las coloca en los roles de madre, ama de casa, cuidado y servicio; mientras que los varones son asociados con la agresividad, fuerza y liderazgo para ocupar los roles de proveedores y portadores de opinión.
De esta manera, los niños y niñas crecen con estereotipos de género que se refuerzan a través de la familia, la escuela, los medios de comunicación y la sociedad. De manera que, por ejemplo, las mujeres se ven limitadas en la posibilidad de interesarse y desarrollarse en carreras de ciencia y tecnología por falta de estímulo. Como resultado, según CONCYTEC, el porcentaje de mujeres profesionales dedicadas a la ciencia, tecnología e innovación en el Perú alcanza el 34% del total de profesionales registrados en el Directorio Nacional de Investigadores e Innovadores (DINA).
Considerar a las mujeres solo como amas de casa
Se ha limitado el desarrollo de las mujeres al trabajo no remunerado del hogar y, en consecuencia, en la mayoría de las casas son las que realizan todas las tareas de limpieza, preparación de alimentos y las compras, además de asumir la educación de los menores y el cuidado de otros miembros vulnerables de la familia.
Por otro lado, cuando un hombre realiza alguna de estas labores domésticas se asume como una ayuda y no como la responsabilidad que le corresponde por ser también parte del hogar. En este sentido, es importante adoptar medidas para redistribuir equitativamente las responsabilidades domésticas.
Aislar a las mujeres de su familia y amistades
Según la Red de Defensorías de Mujeres, persiste la actitud por parte de los hombres de querer saber a dónde van las mujeres cuando salen y la prohibición de trabajar fuera de su casa, de estudiar, de maquillarse y arreglarse, así como el impedimento de visitar o de que la visiten sus parientes o amistades.
Este tipo de comportamientos violentos causan un grave impacto en la autoestima de las mujeres y provocan sentimientos de miedo o culpa en la víctima que, en consecuencia, incrementan el nivel de control y de dominación que ejerce el hombre.
Frente a esto, es necesario identificar estas actitudes negativas, fortalecer los lazos afectivos con los miembros de la familia y generar espacios de diálogo para expresar las alegrías, preocupaciones o miedos. Por otro lado, es importante reconocer que cada individuo tiene derecho al espacio personal, además de libertad para recrearse y forjar lazos de amistad.
Insultar, castigar y golpear
La violencia en el hogar se presenta de muchas maneras: física, psicológica, económica y sexual. Estas violencias van desde los insultos relacionados con el aspecto físico de la persona, su inteligencia, su auto identificación étnica y sus capacidades como trabajadora, madre, esposa o ama de casa, hasta amenazas y golpes como consecuencia de creer que las mujeres merecen ser reprendidas por su esposo o pareja.
Es necesario recordar que ninguna mujer es merecedora de castigos y nada justifica el empleo de gritos, amenazas y golpes hacia otra persona. Todos los miembros de la familia deben tratarse con respeto y afecto.
Rechazar a miembros de la familia por su orientación sexual e identidad de género
La familia debería ser el lugar más seguro; sin embargo, es aquí donde se producen también situaciones de discriminación y violencia frente a una orientación sexual o identidad de género diferente. De acuerdo con el Ministerio de la Mujer y Poblaciones Vulnerables (MIMP), estas personas son víctimas recurrentes de rechazo por mostrar un comportamiento distinto a lo que se espera de un hombre o una mujer según los estereotipos sociales.
Esa discriminación se manifiesta de distintas maneras, como la exclusión del hogar familiar, la prohibición de asistir a la escuela, el ingreso en instituciones psiquiátricas, el matrimonio forzado y hasta el abuso sexual.
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