“Joker” no es una obra maestra ni un filme sólido. Tiene deficiencias que ni la brillante actuación de Joaquin Phoenix puede ocultar. ALERTA DE SPOILERS
“Joker” es un filme que subestima a su audiencia. A Todd Phillips (“Hangover”), su director, no solo le basta decirnos en casi toda la película que el mundo está cada vez peor y es capaz de convertir (o quizás despertar) a un paciente mental en asesino, sino también remarca con trazos gruesos (acompañados de una musicalización invasiva en los momentos dramáticos, sobre todo en la primera hora de la cinta), que los espectadores debemos entender un poco a Arthur Fleck (Joaquin Phoenix), un hombre enjuto con trastornos mentales que atiende su condición psiquiátrica en un servicio social.
Trabaja como payaso, vive con su madre y sufre de una enfermedad que se manifiesta en una risa compulsiva. Admira mucho a Murray Franklin (Robert de Niro) y su sueño es ser como él: un comediante reconocido. Sobre esto último, la influencia de “El rey de la comedia” de Martin Scorsese es notoria, pero con un desenlace diferente.
Ese interés por resaltar lo nocivo que es el entorno del personaje lo vemos desde la primera escena: ahí está Arthur mirándose al espejo mientras se dibuja una sonrisa; sin embargo, es un hombre triste, un derrotado, un incomprendido. De fondo, un reportaje de televisión que cuenta los problemas que azotan Ciudad Gótica. En la siguiente escena, ya en la calle, es atacado por un grupo de niños a los cuales no puede vencer.
El abuso que sufre busca acongojar. Sin embargo, lo desconcertante viene después: un compañero de trabajo le da una pistola para que pueda defenderse. Nuevamente el mundo es el culpable.
Todos miran con pena, miedo y sorna a Arthur debido a sus imprevistos ataques de risa. Él lo sabe y trata de que lo comprendan, y por eso lleva siempre en el bolsillo una tarjeta que explica las razones de su condición. Phillips quiere que su Arthur genere empatía con el espectador y por ello plantea que su Joker tenga relaciones cálidas con el payaso de estatura baja, la asistencia social y su vecina (ambas afroamericanas).
Y es que recordemos que Joker está ambientada en el Nueva York de los años 70 y 80, una de las décadas más peligrosas y discriminadoras de Estados Unidos (de allí su comparación con “Taxi Driver”, obra maestra de Scorsese). ¿Quién sino estos personajes para que Arthur Fleck se sienta más cómodo?
Pero para Phillips no solo las personas son malas, también lo es el sistema. Arthur siente los problemas de un sistema de salud que ya no tiene ni quiere brindar recursos para ayudar a los más pobres. Esa deficiencia lo obliga a que deje de tomar las siete diferentes pastillas que lo calmaban. Ante ello, el director usa nuevamente su marcador para demostrarnos las diferencias de escalas sociales.
Por eso, no es gratuito que el primer asesinato de Arthur sea a trabajadores de la reconocida empresa de Thomas Wayne o que los ciudadanos “pobres” hagan una huelga fuera del gran teatro mientras los “ricos” ven “Tiempos modernos” de Chaplin (un filme que critica al capitalismo).
Uno de los momentos más resaltantes es cuando el Joker se entera de sus verdaderos orígenes. Engañar al espectador con un posible vínculo familiar con Batman para luego darle una vuelta de tuerca es un acierto. Sin embargo, esa introducción de Bruce Wayne de niño pudo haber sido una escena redonda si la muerte de los señores Wayne no hubiese sido tan impostada.
LA LUZ EN MEDIO DE LA OSCURIDAD
Mucho se ha hablado de la extraordinaria interpretación de Joaquin Phoenix. Su performance es lo mejor de este filme fallido. Y para muchos –me incluyo- no es novedad. Incluso me atrevo a decir que este no es su mejor papel hasta la fecha, pues antes dio muestras de maestría actoral en dos joyas del cine americano de nuevo siglo: “Two lovers” de James Gray y “The master” de Paul Thomas Anderson.
Lo que sí genera un poco ruido, y es el motivo por el cual su actuación no puede estar a la altura de estos anteriores filmes, es la falta de un director que sepa ponerle una mayor pausa. En algunas escenas resulta notorio que Todd Philips dejó que la cámara contemplara a Phoenix y eso se afianza en los reiterativos primeros planos de la sonrisa de Arthur.
El acierto de “Joker” está en las escenas de los asesinatos. Una de ellas es cuando sus excompañeros de trabajo van a buscarlo para darle el pésame por la muerte de su madre. La tensión se siente: allí se ve el lado sicótico de Arthur. La segunda es el encuentro y su posterior disparo a Murray Franklin en el show de televisión.
Aquí Joker le demuestra al mundo que existe y que ya nadie se burlará de él. La escena termina de una manera formidable, con una crítica a los medios que son capaces de grabar todo, donde hasta la caótica Ciudad Gótica cuenta con principios a diferencia del mundo actual. Lástima que todo esto haya sido fugaz.
Es penoso ver que un personaje tan interesante y con muchos matices como el Joker haya terminado en manos de un director que quiso remarcar hasta el final el peligro de la sociedad antes que demostrarnos a un villano de verdad.
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