Algo que realmente se disparó durante el periodo de aislamiento y cuarentena ha sido la frecuencia de los webinarios, sea vía zoom u otras múltiples plataformas. Fue asombroso ver lo rápido que aprendimos a usar estas aplicaciones, a estar enchufados a ellas, y haciendo un recuento, contar las muchísimas horas que hemos pasado frente a la pantalla en eventos multipersonales (incluidas charlas, ponencias, discusiones en línea, entre otros). Y estos continúan. Pero como ya me di cuenta, no soy el único que se aburrió de ellos.
Los webinarios no son una novedad, ya que han sido usados desde hace varios años, principalmente para fines de marketing y de entrenamiento corporativo. Se calcula que el 60% de las compañías de marketing organiza entre 50 y 100 de ellos por año. Hay todo tipo de estadísticas sobre su uso, como que el día de mayor llegada para un webinario es un martes y que el mejor momento es una hora antes y/o después de las comidas. Se ha reportado sobre las ganancias astronómicas de las compañías que administran estos portales y claramente su uso nunca ha sido tan frecuente como en los tiempos de COVID-19. Sea en el campo en el que uno esté interesado –salud, educación, cocina o ajedrez–, los webinarios han abundado en todo tipo de discusión, y con todos los rostros conocidos en su campo como invitados, una y otra vez.
Debido a la inamovilidad o a la ausencia de espacios presenciales, los comunicadores han estado muy activos. Pero como ocurre en todo, los webinarios fueron novedad al principio, con una selección de temas mejor pensada y tópicos de interés que no habían sido ampliados, discutidos o analizados lo suficiente. Pero en el lapso de unas pocas semanas, los eventos se volvieron repetitivos y poco a poco fueron pasando de útiles a irrelevantes, con notables excepciones. Es el caso de la información: cuando es escasa, la buscas, pero cuando es excesiva, cómo evadirla es más bien una tarea.
¿El Perú bate récord en la frecuencia de webinarios? No tengo evidencias de cómo será en la mayoría de los campos, pero puedo decir que en el campo que me desenvuelvo, el tema ambiental, el Perú campeona. Primero sobre las zoonosis, luego los impactos de la COVID-19, las poblaciones indígenas, deforestación y, últimamente, en los asuntos económicos y políticos ambientales. He estado haciendo un seguimiento de los anuncios de webinarios ambientales en varios países de la región andino-amazónica y los Estados Unidos y, aunque abundan en todos, la frecuencia de ellos en el Perú supera al resto de los países. ¿Por qué? No lo sé. Y no es porque tenemos más problemas que discutir que nuestros vecinos.
Lo problemático de los webinarios es que no se pueden someter a un repaso rápido, ver un resumen para evaluar su calidad, mas allá del título o de los nombres de los panelistas y del organizador. Y cuando escoges uno, debes pasar por el ritual de los saludos y agradecimientos, además de soportar la falta de capacidad de algunos panelistas de ir al punto. Además, es bastante frecuente que se inviten demasiados panelistas o expositores (frecuentemente entre 5 y 7), y algunos se extienden por hasta dos horas. Según los especialistas en marketing, la recomendación es que no duren más de una hora.
Poco a poco he ido notando el cambio de mi comportamiento frente a ellos, ausentándome por momentos cada vez más largos o haciendo cualquier otra cosa de trabajo o asuntos domésticos. Más bien ahora recomiendo escuchar los webinarios grabados, donde uno puede adelantar y/o seleccionar las partes de interés. Pero, aun así, aunque ya está bajando la frecuencia, ya llegué a mi límite y me he vuelto mucho más selectivo. A los organizadores de webinarios, por favor estudien las recomendaciones de los especialistas en ellos.
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