¿Cómo es que a pesar del crecimiento económico, que nos colocó como una de las mayores promesas de América Latina, terminamos en esta compleja situación? Somos uno de los países más golpeados por la COVID-19 en América Latina, a pesar de haber sido uno de los primeros en implementar medidas de aislamiento social. Y es que además de la pandemia, tenemos graves problemas estructurales desatendidos por décadas, sobre todo en salud y educación, y una inestabilidad política que parece no tener fin. Y así, con un estado ausente en gran parte el país, instituciones débiles y falta de identificación con los partidos políticos, nos encaminamos a un proceso electoral en 2021 para elegir quien nos representará.
El Informe Técnico del INEI que recoge la percepción ciudadana sobre gobernabilidad, democracia y confianza en las instituciones publicado en junio de este año, reveló que más del 60% de nuestra población señala que la democracia sirve para que los derechos de las personas sean respetados; sin embargo, un 85% de los ciudadanos siente que la igualdad frente a la ley se respeta poco o nada en el país. Así, no sorprende que casi el 60% opine que la democracia en el Perú funciona mal o muy mal y que el 87% señale que funciona mal debido a los políticos. Y, es que la democracia en nuestro país ha sido afectada por los continuos escándalos de corrupción que han generado la percepción de que el sistema sólo favorece a los más ricos o poderosos, poniendo en duda la ética del sector público y privado e incrementando la desconfianza.
Según estos indicadores, los peruanos sostenemos que necesitamos una nueva clase política y, en realidad, necesitamos una nueva clase de liderazgo y de ciudadanos capaces de generar valor a la sociedad a la que pertenecen. Hemos sido educados en un entorno competitivo basado en la escasez. Cuando niños, desde el juego de las sillas o las piñatas en los cumpleaños, fuimos aprendiendo de manera inconsciente que el más rápido, el más fuerte o el más vivo es el ganador, porque no hay para todos y es “él o yo”. Es incluso aceptado que un niño empuje a otro o le pase por encima con tal de lograr su objetivo. Pero las cosas no van a cambiar mientras no interioricemos que somos parte de un mundo interdependiente y, por tanto, el bienestar común es lo único que garantizará nuestra supervivencia.
El Foro Económico Mundial publicó en enero el Índice Global de Movilidad Social 2020, en el que ya resaltaba la urgencia de reducir la desigualdad en el mundo. La movilidad social es la capacidad de un niño de tener una calidad de vida mejor que la tuvieron sus padres. El estudio reveló que los niños nacidos en familias menos acomodadas enfrentaban barreras más grandes para tener éxito que sus pares nacidos en familias más acomodadas, concluyendo que la desigualdad se estaba incrementando, incluso en los países que habían experimentado un rápido crecimiento económico, y que las consecuencias sociales y económicas de la desigualdad estaban generando sentimientos de injusticia, reduciendo la confianza en las instituciones, y causando decepción respecto de la política y el contrato social en todo el mundo.
Para reducir la desigualdad y nivelar oportunidades, un país necesita todo su talento disponible. El Perú ocupa el puesto 129 de 137 países en calidad de la educación primaria según el Foro Económico Mundial. La pregunta es ¿podremos afrontar como país los desafíos del nuevo entorno sin que nuestros ciudadanos tengan acceso a educación de calidad? Mi opinión es que no. Mejorar la educación amplía la capacidad de las personas de librarse de la pobreza facilitando la inserción laboral y mejorando el ingreso de los hogares; incrementa la movilidad social, al crear más oportunidades de que los niños de familias pobres puedan vivir mejor que sus padres; y, fortalece las sociedades democráticas al promover igualdad de oportunidades. Para generar bienestar no es suficiente el crecimiento económico; las personas tienen que saber que existe igualdad de oportunidades para mejorar su calidad de vida.
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