
En 1980, el politólogo italiano Leonardo Morlino publicó una obra fundamental para comprender las transiciones hacia la democracia o el autoritarismo desde una perspectiva comparada. En su libro ¿Cómo cambian los regímenes políticos?, Morlino busca explicar por qué algunos regímenes decantan hacia formas democráticas, mientras que otros derivan en autoritarismos. Su investigación demuestra que las transiciones no son lineales y pueden seguir trayectorias diversas. Ejemplos de ello son la reforma pactada, como en el caso español tras la dictadura de Francisco Franco; la ruptura revolucionaria, como ocurrió en Portugal en 1974; o la transición incompleta, que caracteriza a varios países latinoamericanos.
Para Morlino, el cambio de régimen político se explica a partir de dos categorías cardinales: los factores estructurales y los actores clave. De la interacción entre ambos depende la dirección que tome un régimen político en un momento determinado. Los factores estructurales configuran el contexto en el cual se materializa el cambio. Morlino identifica tres principales: Primero, la estructura socioeconómica, vinculada con la pobreza, la desigualdad y el nivel de desarrollo. Segundo, la estructura institucional, que comprende el tipo de régimen (presidencial o parlamentario), el sistema electoral, la división de poderes, entre otros aspectos. Por último, las relaciones internacionales, concernientes a la influencia o presión ejercida por actores externos como Estados, organismos financieros, u ONG.
Por otro lado, los actores clave son fundamentales. Morlino subraya que el cambio político no depende solo de las estructuras, sino también de la acción estratégica de quienes disputan el poder. Entre estos actores se encuentran las élites políticas, la sociedad civil organizada, la ciudadanía y los actores internacionales. Para este autor, las condiciones internacionales pueden frenar o acelerar los cambios, pero son los factores internos los decisivos.
Aplicando este marco teórico al Perú actual, la prognosis es, por decir lo menos, alarmante. Desde el punto de vista socioeconómico, el país enfrenta profundas desigualdades, una informalidad laboral extendida, niveles de violencia no vistos en décadas y pobreza creciente tanto en zonas rurales como urbanas. En el plano institucional, el sistema de partidos es débil y carece de representatividad. El Congreso ha consolidado una suerte de parlamentarismo desenfrenado, con vínculos cada vez más visibles con el crimen organizado. A esto se suma el debilitamiento de los mecanismos de control democrático, lo que ha facilitado un uso desproporcionado de la fuerza pública. A nivel internacional, diversos gobiernos latinoamericanos, medios de prensa globales y organismos de derechos humanos han denunciado la represión estatal, que dejó más de 50 muertos durante las protestas tras la destitución de Pedro Castillo.
En cuanto a los actores clave, el panorama es igualmente sombrío. Las élites políticas atraviesan un profundo desprestigio, con niveles de desaprobación no vistos en otro país del mundo. Si bien la represión logró desarticular temporalmente las protestas, las demandas sociales de cambio no solo persisten, sino que se han profundizado. La ciudadanía muestra desconfianza y apatía en los centros urbanos, aunque las movilizaciones continúan activas en regiones históricamente excluidas, especialmente en el sur andino.
A manera de conclusión, desde la óptica de Morlino, el Perú atraviesa un proceso de erosión democrática muy grave. Si bien se mantienen las formalidades institucionales, no ha habido cuartelazos ni se han suspendido elecciones, la calidad de la democracia se ha deteriorado significativamente. Esta degradación se expresa en la impunidad por las muertes durante las protestas, la debilidad de la fiscalización entre los poderes del Estado, el avance de las economías ilegales y la hemorragia de legitimidad que afecta a todas las instituciones del sistema político.
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