Luego de las elecciones presidenciales de este Bicentenario, muchos analistas políticos e incluso la sociedad misma han concluido que la periferia ha expresado su voz de protesta y que es necesario acudir a su encuentro como si se tratase de un asistencialismo paternalista “democrático”. Y nada más alejado de la realidad, puesto que no necesitamos acudir a las periferias ni viceversa, lo que nuestro país necesita es un encuentro medio, una construcción de un nuevo marco político en la Constitución que sea plural e integrador, no hay otra manera de construir nación. Todo lo demás ha sido, hasta el momento, una ceguera política.
La “periferia” no es una categoría estrictamente geográfica. Es una espacialidad construida en la comunión entre precarización material y subjetivación racial. De ahí que independientemente de la geografía se comparta una experiencia común al habitarla. Aunque obviamente su significado reposa sobre los lugares periféricos porque allí se observa homogéneamente la huella de las asimetrías estructurales que lo moldearon y persisten.
Solemos pensar que los problemas limeños son los problemas nacionales, sin embargo, los errores limeños sí son problemas nacionales. Se ha venido construyendo una centralización burocrática que no permite visibilizar las necesidades particulares de cada zona (sea tanto en Lima como en las capitales regionales, ocurre lo mismo). Y es que las necesidades, contrariamente a lo que debería de ser, no son una oportunidad para resolverlas, todo lo contrario, parecen presentarse siempre como un “problema” para la clase política limeña. Una especie de “tengo que, sino…” que se traduce como favor, he aquí la reminiscencia de la ya famosa frase “he tenido que venir hasta aquí”. Como si la “periferia” fuera algo incómodo al privilegio. Lamentablemente, suena así.

Lo que necesita el país son movimientos populares fuertes que planteen sus demandas específicas y tengan poder político. Esto en un marco democrático que no permita la aparición de caudillos que pretendan personificar las demandas, sino que los mismos movimientos elijan un o una representante que canalice las necesidades populares. Más allá de la persona, el movimiento tendría que ser lo importante. Así se lograrán demandas extendidas en el tiempo y no destellos fugaces que se apagan luego de todas las elecciones. Esa historia ya la conocemos de memoria y no ha permitido solucionar nada ni permite un verdadero compromiso del Estado. He ahí una de las razones por la cual los proyectos políticos que piensen el país suelen ser marginados, más allá de su ideología (y geografía) que puede ser vencida o no en el sufragio. Pero sin duda alguna necesitamos proyectos políticos a largo plazo y no “encuentros políticos” cada cinco años.
En esta segunda vuelta, el panorama no es alentador para los derechos de las minorías. Las posturas políticas parecen ser un ticket al abismo. Ante eso debemos ser realistas: un sistema indefendible necesita ser reestructurado y las ideologías del pasado necesitan ser dejadas de lado. No necesitamos más distancias que la obligada por la pandemia para proteger nuestra salud y la de todos. El dolor causado por la COVID-19 no es geográfico, sin embargo, el olvido del Estado sí ¿Hemos tenido que llegar hasta este momento para darnos cuenta?
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