Todos sabemos que el ser humano es un ser social por naturaleza. Desde que nace, el hombre se desarrolla en relación a un otro. Es la familia el grupo humano donde se dan los primeros vínculos (madre, padre, hermanos, otros familiares). Progresivamente, el niño irá ampliando su mundo social con el ingreso al nido y posteriormente a la escuela.
Y es la escuela, junto con la familia, uno de los principales agentes socializadores. En la escuela el niño irá formando vínculos significativos para su desarrollo, a través de la relación que irá estableciendo con sus compañeros y con sus profesores. Es en este contexto que la figura del maestro cobra un rol fundamental, puesto que es la persona que con su actuar forjará o no relaciones significativas con sus alumnos. El proceder de un maestro puede dejar huellas profundas, tanto de manera positiva como negativa.
Todos tenemos maestros a los que recordamos gratamente y otros a los que recordamos con sentimientos no tan agradables. Por lo general, recordamos gratamente a aquellos profesores que nos trataban con respeto y cariño, que nos alentaban a seguir adelante, que tenían buen humor, que se preocupaban por sus alumnos, les interesaba lo que les pasaba y les tenían paciencia. Por otro lado podemos recordar con desagrado a aquellos que nos trataban de malas maneras (con gritos, ridiculizaciones, o burlas), y que era obvio que no se interesaban por sus alumnos, limitándose a dictar su clase. Este tipo de recuerdos giran primordialmente en torno al tipo de relación que estableció el profesor con nosotros, y no tanto en relación a qué tanto enseñó o a que tanto aprendimos (sin dejar de ser esto también valorado).
Estudios han demostrado que para que se favorezca el aprendizaje es necesario un clima de clase adecuado, un ambiente de confianza, en el que el alumno se sienta reconocido y valorado por su profesor, en el que sienta que puede expresar sus ideas y opiniones y ser él mismo, todo esto dentro de un orden y organización.
Un buen maestro que se comunica asertivamente con sus alumnos sabe escuchar y sabe expresarse. Al mismo tiempo, es capaz de interactuar con todo su grupo, sin descuidar a ninguno. Se relaciona con cada uno de sus alumnos y establece una relación interpersonal uno a uno. Puede estar con todos y con cada uno. Por ejemplo, cuando se acerca a uno de los alumnos para explicarle personalmente algo que no entendió, o cuando se acerca a motivar a un alumno, o a alentar a alguno que no le sale el ejercicio. Pero también este tipo de relación más personal se da cuando el profesor se toma un tiempo para conversar a solas en algún momento con alguno de sus alumnos. Generalmente esto sucede cuando el profesor detecta que le está pasando algo al alumno, o cuando necesita conversar acerca de su comportamiento. En otras ocasiones será el alumno quien pida conversar con el profesor.
¿Nos hemos puesto a pensar todo lo que en simultáneo hace un profesor?: preparar y desarrollar sus clases con estrategias variadas, procurar entrar al aula con buen estado de ánimo y si es posible con una sonrisa (a pesar de sus problemas personales y/o familiares), mantener un ambiente ordenado en la clase, enseñar con entusiasmo, motivar al grupo de alumnos, fomentar la participación de los alumnos en clase, velar por una sana convivencia en el aula, corregir a los alumnos de manera adecuada, detectar cómo están sus alumnos, buscar momentos para conversar individualmente con ellos para poder conocerlos (para saber con quién viven, preguntarles cómo están, saber que les motiva, que le gusta a cada uno), acercarse al alumno cuando se identifica que algo le está sucediendo, potenciar las habilidades y reforzar la autoestima de cada uno. Todo esto manteniendo el control de sus propias emociones.
En este último punto es importante considerar que el profesor es también un ser humano, y por tanto susceptible a sus emociones y propenso a equivocarse en algún momento, la responsabilidad que tiene es alta, su labor es compleja y está sometido a situaciones de estrés (situaciones en ocasiones altamente demandantes que sobrepasan su rol de educador, ya que muchos padres “depositan” a sus hijos en la escuela y esperan que los maestros cumplan el rol que ellos como padres no asumen). Se ha encontrado que el síndrome de agotamiento profesional tiene una alta recurrencia en los docentes.
¿Valoramos todo lo que hacen los buenos maestros por nuestros hijos?, ¿colaboramos con su labor, o estamos al pendiente de sus equivocaciones?, ¿consideramos que pasan con nuestros hijos más horas diarias de las que pasan probablemente con nosotros? Estamos en una época en que el rol del maestro es muy cuestionado, hay padres implacables que no entienden que no es fácil estar en aula con muchos niños. Entiendo que en parte el desprestigio de la figura del maestro se debe a que hay profesores que no hacen bien su labor y que no tienen vocación; pero hay muchísimos profesores que se esfuerzan día a día por hacer lo mejor posible su función y que no se limitan por las dificultades que tienen que afrontar (sean económicas, familiares o personales).
Hay en nuestro país muchos maestros y maestras de vocación, que reconocen al alumno(a) como una persona única y valiosa y que desde su rol docente son capaces de estimular sus potencialidades y humanizar la educación. Un saludo muy especial para todos ellos(as), bien merecido su día.
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