
La filosofía estoica, con figuras como Marco Aurelio, Epicteto y Séneca, nos enseña que gran parte de nuestro sufrimiento proviene de intentar controlar aquello que está más allá de nuestra influencia. La verdadera libertad radica en distinguir entre lo que podemos cambiar y lo que no, abrazando lo inevitable con serenidad. Esta no es una resignación de impotencia, sino de empoderamiento, al dirigir nuestra energía hacia lo que sí podemos controlar: nuestras percepciones, juicios y acciones. De manera similar, aunque con un matiz diferente, el taoísmo de Lao-Tsé y el budismo de Siddhartha Gautama nos invitan a "fluir con el Tao" o a aceptar la impermanencia de todo, liberándonos del apego y el deseo que generan sufrimiento. En estas tradiciones, la "resignación" es una rendición a la naturaleza fundamental de la realidad, permitiendo una existencia más armoniosa y menos conflictiva. Es un reconocimiento humilde de que somos parte de un todo mayor, y que la resistencia constante solo engendra frustración.
Sin embargo, la noción de resignación adquiere una oscuridad más pronunciada en la obra de pensadores como Arthur Schopenhauer (1788-1860) y Emil Cioran (1911-1995). Para Schopenhauer, la vida es un perpetuo deseo insatisfecho, y la única forma de mitigar el sufrimiento es a través de una negación de la voluntad de vivir, una forma de resignación a la inherente tragedia de la existencia. Cioran, por su parte, nos sumerge en un pesimismo radical donde la resignación no es una elección, sino la única respuesta lógica a la absurdidad y el sinsentido de la vida. Sus obras, como Del inconveniente de haber nacido (1973), no ofrecen consuelo, sino la cruda honestidad de aceptar la "pesadilla" de existir. En este contexto, la resignación se convierte en una postura filosófica de profunda lucidez, una aceptación amarga pero necesaria de nuestra insignificancia en un universo indiferente.
En estos días estamos leyendo al filósofo norteamericano, Eugene Thacker (1980), suya obra Resignación infinita (2024) es particularmente interesante. Thacker lleva la reflexión sobre la resignación a un plano contemporáneo, explorando su significado en un mundo abrumado por la información, la catástrofe y la sensación de fin de los tiempos. No se trata de una resignación que lleva a la acción, sino de una resignación "infinita", una quietud contemplativa ante la vastedad y la indiferencia del cosmos. Esta postura nos obliga a confrontar nuestras propias limitaciones y la escala insignificante de nuestra existencia, invitándonos a una humildad intelectual que puede ser, paradójicamente, liberadora. Quizás, en un momento en que la ambición desmedida y la búsqueda incesante de control nos agobian, la resignación, entendida no como pasividad sino como una profunda aceptación y un reconocimiento de lo ineludible, sea el camino menos transitado, pero el más necesario, para una auténtica paz interior y una reflexión más honesta sobre nuestro lugar en el universo ¿Podría ser que, al renunciar a la batalla contra lo irreversible, encontremos la verdadera fortaleza?
Recordamos la reflexión que elaboró Jean Améry (1912-1978), en particular en Revuelta y resignación: Acerca del envejecer (1991), donde ofreció una perspectiva conmovedora y profundamente personal sobre la resignación. Este pensador austriaco fue un sobreviviente del Holocausto, una experiencia que marcó su pensamiento y su escritura. Su enfoque en el envejecimiento no es meramente biológico, sino existencial; explora cómo el paso del tiempo nos confronta con la pérdida de capacidades, la alienación del propio cuerpo y la inminencia de la muerte. Améry no propone una resignación pasiva en el sentido de una entrega sin lucha, sino más bien una forma de aceptación consciente y a menudo dolorosa de estas realidades ineludibles. Su reflexión es una invitación a reconocer la vulnerabilidad humana y la complejidad de las emociones que surgen al enfrentar el propio ocaso, transformando la resignación en una vía para una honestidad brutal con uno mismo. En este caso, el propio Améry se quitó la vida en 1978. ¿Esa es la vía? Hay otra ruta que puede ser explorada: la resignación cristiana. Según C.S. Lewis (1898-1963), implica una "sumisión gozosa" a la voluntad divina. No es pasividad, sino una entrega activa y confiada a la providencia de Dios, hallando paz y propósito incluso en el sufrimiento. Para seguir pensando.
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