Cuando escuchamos una sinfonía de grandes dimensiones como las de Brahms, Bruckner o las de Mahler, una de las cosas que llama la atención es que, detrás de la totalidad orquestal que se evidencia en determinados momentos de un movimiento, se pueden identificar las secciones instrumentales que permiten aquel “mare mágnum sonoro” que se alcanza en varios instantes. En aquella experiencia de percibir el conjunto, si estamos educados en ello, podemos ser capaces de reconocer los elementos singulares que hacen posible aquel todo sinfónico; descubriendo que se establece un diálogo unificador entre las partes, que nos enseña ver la sustancia de una composición: aquella melodía que la caracteriza.
Algo similar ocurre cuando estamos ante una pintura, una escultura o frente una edificación. Por ejemplo, observamos un cuadro identificando los detalles del mismo, haciéndonos preguntas sobre el sentido de esos elementos, sin perder de vista la totalidad de la composición pictórica. Es decir, del tema que se está representando o la sensación que se expresando. Recordemos, cualquier obra de las más reconocidas, como “Las Meninas” de Velásquez, “Los funerales de Atahualpa” de Montero o “Guernica” de Picasso, para considerar la relación entre el todo y las partes.
Análogamente, cuando leemos un ensayo teórico, una investigación científica o una obra literaria, nuestra mente, nuestra inteligencia activa, va organizando lo leído en temas, conceptos, demostraciones, tramas o símbolos; de tal modo que las partes (párrafos, capítulos, títulos), van formando un sentido de unidad. De ahí que podamos decir que “La guerra del fin del mundo” de Vargas Llosa trata de esto o de aquello, que en los “Siete ensayos” de Mariátegui se abordan determinados temas desde tal perspectiva o que en “Desborde popular y crisis del estado” de Matos Mar se establecen determinados conceptos. Las partes nos llevan al todo. Y el todo se evidencia en las partes.
Todos nos hace indicar que la vida, la humana y la natural, es un gran sistema de interacciones, que puede ser observado o pensado si estamos educados para “reconocer el bosque y no sólo la rama de un árbol”. Cuando en el colegio y en la universidad nos enseñan a fijarnos solo en la rama de un árbol, perdemos de vista el tronco y las raíces de aquel. También, obviamos a los árboles que están a su alrededor, las colinas, los arroyos y la diversidad de especies que ebullen en ese espacio. Asimismo, cuando en el colegio y en la universidad nos enseñan a fijarnos solo en la rama del árbol, tampoco consideramos el micro universo que hay al interior de una hoja: una esplendorosa fábrica molecular en la que interactúan infinidad de elementos. En suma, cuando en el colegio y en la universidad instruimos para el reconocimiento del detalle preciso, estamos condenando a ese niño, a esa niña, a aquellos jóvenes, a desarrollar una visión empobrecida de la vida y limitada de la realidad.
¿Qué consecuencias trae la instrucción centrada en la “rama del árbol”? Las más graves: el desprecio a cualquier problematización compleja de la realidad y la carencia de una visión sistémica del mundo. Cuando alguien ha sido educado en solo en la visión de los detalles, se pierden en los mismos, los absolutiza y no los puede engarzar a modo de procesos. Y resulta incapaz de reconocer la magnitud de los problemas, porque no tiene la manera de abordar algo desde la complejidad sistémica. La realidad es compleja, siempre lo ha sido y será cada vez más compleja. Y educados en la mirada rudimentaria de la hiperespecialización, solo nos espera ruina tras ruina.
Por ello, si queremos evitar mayores desastres a futuro, debemos enseñar a observar el bosque. A reconocer los detalles, sí. Pero dentro de un conjunto de interacciones que permitan reconocer la unidad de la pluralidad. ¿Cómo? Enseñándoles a los pequeños y pequeñas a mirar la naturaleza desde las relaciones multicausales. Enseñándoles a escuchar sinfonías, a ver obras de arte, a leer a los grandes escritores. A hacerlos volar alto con la teoría, confiando en la inteligencia y la imaginación natural del ser humano. En suma, educarlos para observar el bosque y no irse “por las ramas”.
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