Werner Spies, crítico de arte alemán, comparó dos obras fundamentales de la pintura política: “Los Fusilamientos del 3 de mayo de 1808” de Goya con el “Guernica” de Picasso. En el retrato bélico goyesco, se podía ubicar al victimario y a la víctima. El pelotón de fusilamiento dispara, ausente de rostro, a un grupo de indefensos. Así, podemos situar la temporalidad de la muerte: una sucesión macabra de tiempos, desde los capturados hasta los fallecidos que yacen sangrantes en la tierra.
A diferencia la conmovedora escena de los “Fusilamientos” de Goya, en el “Guernica” de Picasso sólo asistimos a la visión de las victimas que sufrieron el feroz bombardeo de su ciudad en abril de 1937. Se deduce al victimario – la “Legión Condor”- porque ha cometido un asesinato en masa. Todo clama al cielo en el inmenso drama oscuro que retrata Picasso. La devastación total adquiere dimensiones mayores en aquella madre dolorosa que sujeta al niño muerto, en los fragmentados cuerpos y en la ciudad humeante.
El enorme mural de Picasso contenía las guerras del siglo XX. Pues desde la poderosa alegoría visual, nos revelaba que desde el cielo de la civilización tecnológica proviene la destrucción y no la salvación. La experiencia retratada en “Guernica” adquirió mayor dimensión fáctica con las bombas atómicas arrojadas sobre Hiroshima y Nagasaki. Así, la eventual confrontación nuclear entre las superpotencias de la “guerra fría”, sería con misiles intercontinentales, lanzados desde silos a miles de kilómetros sobre grandes aglomeraciones humanas. Pero, aun cuando el victimario no era visible, se podía deducir la existencia humana del enemigo.
Ahora el mundo está en guerra. Pero el enemigo es invisible a la percepción humana: se trata del COVID-19. Nomenclatura bioquímica que retrata un capítulo entero de la modernidad. Y en esta guerra se hunden las bolsas de valores del mundo (metáfora poderosa), el comercio internacional se derrumba y las actividades económicas desaparecen. Se instalan hospitales de campaña para socorrer a las víctimas y se confina férreamente a la humanidad a fin resguardarla de aquel enemigo impalpable. Y se habla de una “reconstrucción del mundo” tras esa guerra invisible, a fin de librarnos del colapso de esta civilización.
Nos cuesta creer lo que estamos viviendo. De ahí la perplejidad absoluta ante lo vivido. Como dice el pensador español Emilio Lledó, en una reciente entrevista, que nos hallamos frente la “experiencia de lo inexperimentado”, sobre la cual no tenemos forma conocida de actuar. Un enemigo que no vemos, que puede estar en todas partes y que nos amenaza a todos como la “espada de Damocles”. De ahí la necesidad de construir un nuevo marco de ideas que nos permitan organizar esta experiencia, inédita en muchos sentidos.
No sabemos cuánto durará esta guerra invisible, ni qué efectos tendrá sobre nosotros en diversos plazos. Lo que sí es cierto, es que a partir de ahora sabremos lo que es estar en una situación bélica integral, donde la humanidad entera se encuentra unida por el miedo, la incertidumbre y la perplejidad. ¿Tendremos que refundar el mundo tras esta “guerra”? Si es así, no olvidemos que se nos estaría dando una nueva oportunidad para poner en su exacta dimensión aspectos que hemos obviado: el cuidado de la naturaleza y la preminencia moral del ser humano sobre los diversos medios. Asimismo, lograr ese difícil equilibrio entre los derechos ciudadanos, el estado bienestar y valores centrados en una antropología humanista.
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