
Manuel Lorenzo Vidaurre (Lima, 1773) fue un hombre particular y contradictorio. Cuyo proceso intelectual manifestó las derivas de su experiencia política y de sus avatares vitales. En ese sentido, es evidente preguntarnos ante cuál de los Vidaurre nos situamos cuando leemos sus obras o indefinamos una parte de su ejercicio público. Por un lado, está el reformista que planteaba cambios en el régimen virreinal sin el desprendimiento monárquico. Luego, el independista republicano; primero bolivariano, y, posteriormente, anti bolivariano. También, el confederalista santacruceño y, según sea el caso, clerical o anticlerical. En suma, un personaje adversativo que nos ayuda a comprender mejor el modo de cómo un intelectual político pensaba al Perú en nuestro momento fundacional republicano.
Sanmarquino, doctor en leyes, Vidaurre poseía un saber meditado del pensamiento político de la ilustración y de la jurisprudencia escolástica en la que se educó. Además de un estimable conocimiento histórico, que hay que saber contextualizar. Asimismo, ostentaba una habilidad retórica que difícilmente se puede encontrar en otro político de aquel momento. Sus obras más importantes, entre otras, son el Plan del Perú (1823), Las cartas americanas (1823-1827) y el famoso Vidaurre contra Vidaurre (1839). En el primero de estos libros, dedicado a Simón Bolívar, es una argumentada reflexión sobre la importancia que tiene el conocimiento de lo político para la adecuada organización del estado, sobre todo reconociendo las potenciales debilidades institucionales de una neo república. Estas falencias eran deducibles por las limitaciones que Vidaurre observaba en los grupos criollos que iban a heredar en poder colonial. De ahí que propugnara la “necesidad de una ilustración” que sea capaz de organizar el estado con leyes justas, distanciadas de las “odiosas costumbres”.
Para Vidaurre, un estado de derecho sustentando en leyes forjadas desde un horizonte iluminista, es el que podría defender las libertades logradas desde la independencia republicana. Pues sin ese establecimiento, sería imposible mantener los derechos alcanzados. De ahí que se preguntara con firmeza: “¿de qué sirve la libertad al que no se halla en proporción de mantenerla?”. Es decir, si no existen los medios efectivos para proteger a las libertades, estas se disuelven. Visionario, Vidaurre pudo entrever desde los albores de la república una de nuestras mayores falencias: la fragilidad institucional debido a la incapacidad formativa de quienes están llamados pensar y participar en la “cosa pública”.
Más allá de los avatares políticos de Vidaurre y de sus movimientos particulares, su obra nos permite descubrir la manera de cómo el Perú comenzó convertirse en una realidad problemática para un peruano de inicios de la república, realidad que debía ser pensada de forma específica, lejos de los universalismos que, a menudo, nos han hecho un flaco favor. La obra de Vidaurre merece más atención.
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