
Cada 24 de junio celebramos el Día del Campesino, justo con el Inti Raymi —la gran fiesta del Sol— marcando el inicio del invierno. Es una fecha sagrada, de renovación y de gratitud. Y también es una gran oportunidad para cambiar la forma en que miramos al campo y a nuestros paisanos rurales para darles, por fin, una mirada positiva.
Durante demasiado tiempo, hemos evaluado al mundo rural desde la ciudad, comparándolo con lo que este no tiene: que no hay centros comerciales, que no hay edificios, que no hay taxis, ni delivery. Pero lo rural no es simplemente “lo que le falta a la ciudad”. Es otra forma de vida, con una lógica distinta de riqueza, de consumo y de necesidades.
Por ejemplo, muchas familias rurales producen lo que comen, construyen sus viviendas con materiales del entorno, y organizan su vida sin depender tanto de la moneda. Por eso, cuando se compara su nivel socioeconómico usando indicadores urbanos —tener lavadora, techo de concreto, auto— se les clasifica automáticamente como muy pobres. ¿No sería más justo contar sus vacas, sus cultivos, su capacidad de autosostenerse? ¿No habría que valorar que gastan menos porque necesitan comprar menos?
Eso no quiere decir que en el campo no haya pobreza, por si acaso. La hay, pero es diferente y no siempre está marcada por el hambre o la miseria extrema, sino más por la falta de servicios esenciales: escuelas lejanas, postas médicas distantes, caminos poco transitables. Es esa falta de acceso lo que define la pobreza rural. Y si de verdad queremos mejorar su calidad de vida, no le pidamos al campesino que se vuelva urbano, sino acerquémosle la salud, la educación, el Estado.

De hecho, hoy la frontera entre lo urbano y lo rural ya no es tan clara pues muchos paisanos tienen moto, celular e Internet y van y vienen entre la ciudad y la chacra. Hay quienes trabajan a distancia y combinan actividades agrícolas con oficios modernos. Y la pandemia lo hizo más evidente, pues miles regresaron al campo, donde encontraron seguridad, alimento y comunidad.
Hoy, lo rural no es un remanso del pasado, sino un escenario dinámico y lleno de futuro. Ahí están los cultivos en los arenales, los nuevos emprendimientos agrícolas, y se demuestra por el fuerte crecimiento de nuestra agroindustria exportadora, mostrando que se sigue conquistando el campo, tal como los antiguos domaban las montañas con los andenes.
Este 24 de junio celebremos al mundo rural con orgullo y esperanza, reconociendo su modo de vida distinto y su papel clave en el desarrollo del Perú. Con una mirada positiva, que entienda su riqueza propia y que apueste por acercarle oportunidades sin pedirle que deje de ser quien es. Feliz día del mundo rural. Feliz Día del Campesino.
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