
En términos amplios, la obra de Mario Vargas Llosa (1936-2025) se puede dividir en tres espacios. El más relevante, sin discusión, fue el ámbito literario, sobre el cual no hay duda de su enorme calidad. El premio Nobel de Literatura, que obtuvo en el 2010, fue la demostración del valor unánime que adquirió su ejercicio creador. “La ciudad y lo perros”, “Conversación en la catedral”, “la guerra del fin de mundo”, “La fiesta del chivo”, entre otras innumerables novelas, son las evidencias de la trascendencia artística de nuestro escritor.
El segundo espacio de contribuciones de la obra de MVLL se encuentra en la reflexión y estudio del objeto literario. En efecto, Vargas Llosa fue un escritor que pensó y escribió sobre literatura como pocos lo hicieron en América Latina. Ensayos como “La orgía perpetua: Flaubert y Madame Bovary” (1975), “García Márquez: historia de un deicidio” (1971), “La verdad de las mentiras” (1990), “La utopía arcaica. José María Arguedas y las ficciones del indigenismo” (1996), “El viaje a la ficción” (2008), junto a otras obras de crítica literaria, muestran al artista que quiere entender qué es la literatura, qué mueve al escritor, y cuál es la función estética, existencial y pública del arte de la palabra.
El tercer espacio de su labor intelectual se desenvolvió en el ensayo político, divulgando la filosofía e ideología liberal e interpretando los hechos y procesos de la escena contemporánea desde dicha posición política. Sus reflexiones políticas e ideológicas están contenidas en las compilaciones de sus columnas de opinión en los tres tomos de “Contra viento y marea” (1982-1988), “Los desafíos de la libertad” (1994), “El lenguaje de la pasión” (2002) y, sobre todo, en “El llamado de la tribu” (2018). En esta última obra ensayística, nuestro escritor elaboró una serie de cuidadosos estudios sobre los pensadores que más admiró y quienes mayor influencia ejercieron en su idea del mundo. Adam Smith, José Ortega y Gasset, Friedrich Von Hayek, Karl Popper, Raymond Aaron, Isaiah Berlín y Jean-François Revel fueron tratados con una enorme capacidad de síntesis, identificando los puntos más relevantes de las ideas de cada uno de los tratados. “El llamado de la tribu” no es un libro imparcial. Por el contrario, es un texto de combate ideológico, en cual se resumen el origen de las convicciones de Vargas Llosa. En ese sentido, si nos atenemos a la evolución intelectual de MVLL, podremos observar que todas sus intervenciones públicas, incluso las más controvertidas, fueron coherentes con su visión pensada y emocional del mundo y del Perú.
Sin embargo, Vargas Llosa nunca dejó de pensar en nuestro país. Involucrándose de diversos modos con el mismo. Sintiendo al Perú como pocos escritores peruanos, desde la más honesta contradicción. En un texto de 1983, “El país de las mil caras”, nuestro premio Nobel describe con sinceridad su relación pasional con el Perú: “Tengo la impresión de que mi relación con el Perú es más adulterina que conyugal: es decir, impregnada de recelos, apasionamientos y furores. Conscientemente lucho contra toda forma de «nacionalismo», algo que me parece una de las grandes taras humanas y que ha servido de coartada para los peores contrabandos. Pero es un hecho que las cosas de mi país me exasperan o me exaltan más y que lo que ocurre o deja de ocurrir en él me concierne de una manera íntima e inevitable. Es posible que, si hiciera un balance, resultaría que, a la hora de escribir, lo que tengo más presente del Perú son sus defectos. También, que he sido un crítico severo hasta la injusticia de todo aquello que lo aflige. Pero creo que, debajo de esas críticas, alienta una solidaridad profunda. Aunque me haya ocurrido odiar al Perú, ese odio, como en el verso de César Vallejo, ha estado siempre impregnado de ternura”.
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