Si la “filosofía de la praxis”, nombre con el cual Gramsci denominaba al marxismo, extrae sus conocimientos del análisis y estudio de la realidad socio material, entonces la célebre frase de Deng Xiaoping, “No importa si el gato es negro o blanco, mientras pueda cazar ratones es un buen gato”, adquiere pleno sentido. Porque el dirigente chino, que lideró las radicales reformas económicas llevadas bajo su liderazgo desde 1979 a 1989, entendió bien que el gigante asiático iba ser un pobre elefante blanco mientras su aparato productivo resultaba obsoleto, el estado carecía de recursos para llevar a cabo políticas de desarrollo social y gran parte de su enorme población se encontraba en una situación de penuria. Así que China, a finales de los años setenta, estaba en una disyuntiva: o modernizaba su economía o se transformaba en un “milenario” y colectivista país de broma.
Antes de las reformas modernizadoras, la revolución comunista china, liderada por Mao Zedong, cargaba con dos enormes pasivos: la “gran hambruna” de 1958 a 1962 y la horrorosa “revolución cultural” de 1966 a 1976. Hasta ahora no hay una cifra exacta de los muertos ocasionados por ambos procesos. Pero se cuentan entre varios millones. Por otro lado, estaba el espejo soviético del cual China se había distanciado en 1963, cuando se rompió el eje Moscú-Pekín. Durante la guerra fría, la URSS era ciertamente una superpotencia militar y aeroespacial, pero, salvo en esos campos, la economía soviética y de sus estados satélites, se encontraba en franco declive, con una población que sufría cada vez de mayores restricciones de consumo y un aparato productivo cada vez más obsoleto e ineficiente, en comparación de la dinámica industria y tecnología de occidente. De modo que el férreo estatismo burocrático de los soviéticos no era un buen ejemplo.
Por otro lado, China tenía un grave problema: una abrumadora población y, sobre todo, en condición rural. Así que Deng Xiaoping aplicó el abecé de la “filosofía de la praxis”: identificar las condiciones materiales de la realidad económica en su circunstancia histórica específica, observar las potencias económicas que yacen dormidas en la naturaleza y en la sociedad y tomar decisiones para transformar, radicalmente, las condiciones anteriores. En suma, el partido comunista chino debía llevar a cabo la revolución capitalista y modernizadora en China. Es decir, abrirse a la inversión extranjera a gran escala creando condiciones favorables para la misma, establecer zonas francas para la producción industrial y favorecerse de la transferencia científica y tecnológica. Al mismo momento que se facultaba a la población para potenciar la capacidad productiva del trabajo, mejorando la educación pública. Todo ello, dentro de un agresivo plan de infraestructura para ser viable y sostenible la modernización económica. Los efectos fueron evidentes. Y hoy, más de cuarenta años después de las reformas capitalistas de mercado, sabemos cuál es el lugar de China en el mundo.
Parecería paradójico que desde una visión de “izquierdas”, como la comunista o la socialista, se podría haber planteado una revolución capitalista. No debería ser extraño. Porque la “filosofía de la praxis”, soporte teórico e ideológico del proceso chino, parte del estudio de la situación objetiva de una realidad social, más allá de ensoñaciones utopista y disfuerzos románticos. En un mundo de “leviatanes” que se mueven a velocidad crucero, no se puede perder el tiempo. Y eso lo entendió bien el PCCH. Pero, ¿lo entendieron las izquierdas latinoamericanas y peruanas? ¿Entendieron, de pronto, que para poder reducir las desigualdades – razón de ser de los movimientos crítico sociales- había que modernizar la economía utilizando las ventajas del capitalismo?
Claramente China no es un “paraíso”, tiene varios problemas en diversos ámbitos y su experiencia es irrepetible. Sin embargo, ya no es la nación empobrecida de hace medio siglo. Eso no quiere decir que las izquierdas de la región deberían imitar el “modelo chino”. En términos de la “filosofía de la praxis”, cada realidad problemática genera sus propias soluciones. Y, quizás, las izquierdas locales, aún no se dan cuenta que, muchas veces, si se busca generar riqueza, “no importa el color del gato”.
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