Si hay un aspecto que se ha vuelto totalizante en la vida social contemporánea, es la dimensión económica. Al extremo de eliminar otros ámbitos fundamentales de la vida humana, como el político, el cultural, el moral y el académico. El acabose del paneconomicismo actual está en el modo cómo nos hemos habituado a llamar “economías” a lo que normalmente llamábamos países o estados. Y en la forma de cómo se ha prescindido la condición política del ciudadano frente a la función de “consumidor” del individuo. Ciertamente, si un país es una “economía” y un individuo solo un “consumidor”, los fines sociales y públicos de la vida humana quedan trastocados. Pues el valor fundamental ya no es el bienestar común, sino los márgenes de utilidad privada o individual.
¿Tiene que ver esta situación de economicismo radical con el aumento de la corrupción? Consideramos que hay un evidente vínculo causal. Si la utilidad económica es el único valor tomado en cuenta por los individuos, los mismos pueden ser capaces de cualquier acción delictiva con tal de acrecentar su patrimonio y acceder a la inmensa oferta de servicios y de bienes. En ese esquema de valores reducidos a lo económico, la corrupción es un vehículo rápido de movilidad social o de mantenimiento de un estatus social.
¿Qué significa “secularizar la economía”? La idea fue expuesta por el pensador francés Pascal Bruckner (1948) en uno de sus libros más celebrados: “Miseria de Prosperidad. La religión del mercado y sus enemigos” (2002). En ese texto, el intelectual galo llamaba a separar la economía de la política, de la ética, de la formación del conocimiento, y de otros ámbitos de nuestras vidas. Para Bruckner, especialmente el político, debían emanciparse de la razón económica, del mismo modo que la política y la moral se había liberado de la teología política cristiana a lo largo de la modernidad. En ese sentido, si la economía domina la totalidad de la experiencia humana, los fines de la república (la dignidad integral del ser humano) pierden su razón de ser.
Por ello la necesidad imperiosa de devolverle a la política su lugar en el mundo social. Pues lo político toma en cuenta no solo la dimensión productiva. También, concibe el modo cómo nos organizamos para vivir en comunidad, instituyendo esa maravillosa construcción humana que es el espacio público.
La gran ciencia social de la economía no fue pensada para instituir, en su totalidad, la compleja red de relaciones sociales y naturales, que implica la política, la cultura, el conocimiento y la moral. Solo una perspectiva fundamentalista de la economía nos haría creer cosa semejante. Y un efecto nefasto de dicho fanatismo es hacernos creer que los únicos valores son los de rentabilidad económica.
Secularizar la economía, implica liberarla de la gran carga que esta tiene sobre los demás asuntos humanos. Es reconocer la autonomía de la política, de la ética y sus fines. Pero para eso, hay concebir al individuo como ciudadano. No solo como consumidor.
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