Los procesos de integración económica regionales se han visto seriamente dañados a partir de la segunda mitad de la presente década. Ya habíamos tomado nota sobre el debilitamiento del multilateralismo en el comercio internacional tras las serias dificultades por lograr un gran acuerdo comercial global bajo la plataforma de la Organización Mundial del Comercio (OMC). El pantanoso terreno en las negociaciones para liberalizar el comercio de servicios (GATS) y las políticas de subsidios en la actividad agrícola (Ronda de Doha) dieron paso, entre otros, al denominado spaghetti bowl con la suscripción de innumerables tratados de libre comercio entre países y regiones (una especie de second best option).
Así, el auspicioso North American Free Trade Agreement (NAFTA) suscrito entre Estados Unidos, México y Canadá (1992) ha dado paso al United States-Mexico-Canada Agreement (USMCA), acordado en septiembre del 2018. En el mismo sentido, la original propuesta sobre el Trans-Pacific Partnership (TPP), liderada por la Administración Obama —buscando un acuerdo de libre comercio entre doce economías del Asia-Pacífico— igualmente ha tenido que ser modificada en el 2018, abriendo paso al denominado Comprehensive and Progressive Agreement for Trans-Pacific Partnership (CPTPP / TPP-11), pero ahora entre once economías (Canadá, Australia, Brunéi, Chile, Japón, Malasia, México, Nueva Zelanda, Perú, Singapur y Vietnam).
Similar suerte sufrió la propuesta sobre el Transatlantic Trade and Investment Partnership (TTIP) entre la Unión Europea y los Estados Unidos. Las negociaciones perdieron importancia con la Administración Trump, y en abril del 2019 la Comisión Europea (el brazo ejecutivo de la Unión Europea) manifestó haberla desestimado por completo.
Sin embargo, y paradójicamente, es la República Popular China la que en el 2012 impulsa el denominado Regional Comprehensive Economic Partnership (RCEP), que apunta a la conformación de un tratado de libre comercio entre las expectantes economías de la Association of Southeast Asian Nations (ASEAN) y Australia, China, Japón, Nueva Zelanda y Corea del Sur. Como es de notar, China no fue partícipe del TPP (ni ahora en el TPP-11).
Posiblemente encontremos algunas respuestas a estos “comportamientos globales” en el campo de las relaciones internacionales y en la economía política internacional, en el marco del concepto de la tendencia hacia el hegemonismo.
Empecemos diciendo que, según el IMF World Economic Outlook Database de octubre del 2013, en el 2000 la participación de China en el PIB global (PPP) representaba el 7 %, mientras que Estados Unidos y la Unión Europea representaban cada uno el 25 % del mismo. En el 2012 China ya representaba el 15 % del PIB global, los Estados Unidos el 20 %, mientras que la participación de la Unión Europea disminuyó al 19 %. En el 2018 China habría logrado superar a los Estados Unidos en la participación sobre el PIB global (figura 1).
Una de las fuentes más certeras para explicar un crecimiento sostenido de la producción agregada es el comportamiento de la productividad laboral. Si consideramos como un indicador “proxy” de este concepto al denominado “PIB por persona empleada” (Banco Mundial), nos encontraremos con una interesante sorpresa (gráfico 1): la tasa de crecimiento anual promedio de esta variable en el período 2005-2019 representó 1,03 % para los Estados Unidos, 0,5 % para Alemania y 8,57 % para China. Mientras que en el 2005 el “PIB por persona empleada” en China representaba el 9 % respecto a los Estados Unidos, en el 2019 representaba el 23 %. No hay duda de que las ganancias de productividad en China son la fuente fundamental de su perspectiva hegemónica en el campo económico.
Finalmente, la mayor o menor acumulación de riqueza a nivel global se puede evaluar por la trayectoria de las cuentas corrientes de las economías (que absorben los efectos sobre la competitividad de las exportaciones). Una economía que muestra una cuenta corriente deficitaria será un “prestatario neto” (net borrower) con respecto al mundo, mientras que un balance superavitario corresponde a la economía de un “prestamista neto” (net lender) a nivel global.
La contundencia de las trayectorias mostradas en el gráfico 2 nos hace pensar que algo serio viene sucediendo en la economía norteamericana, mientras que los países hegemónicos del Asia y de Europa muestran posiciones relativamente envidiables.
Es evidente que estamos ante un juego de posiciones con respecto al mantenimiento, consolidación y emergencia de nuevos liderazgos económicos globales, que definitivamente impactarán en el actual sistema de gobernanza global, acaso bajo la génesis de nuevos paradigmas.
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