Les daré algunas pistas: no es peruano, es peruana, y es pionera en el continente. Sí, paisana, paisano, me refiero a Isabel Flores de Oliva, nuestra Santa Rosa de Lima, cuyo nacimiento celebramos el 30 de agosto.
Paisana, paisano, ¿quién cree usted que es el peruano más admirado de nuestra historia? Piense un momento. Tal vez se le venga a la mente Miguel Grau, nuestro caballero de los mares; Javier Pérez de Cuéllar, que representó al Perú en el mundo; o Mario Vargas Llosa, nuestro Nobel de Literatura; o quizás Garcilaso de la Vega, símbolo de nuestra herencia mestiza. Sin embargo, probablemente no mencione al personaje del que quiero hablarle hoy.
Les daré algunas pistas: no es peruano, es peruana, y es pionera en el continente. Sí, paisana, paisano, me refiero a Isabel Flores de Oliva, nuestra Santa Rosa de Lima, cuyo nacimiento celebramos el 30 de agosto. Ella fue la primera persona de América en ser canonizada; es decir, nombrada santa, la primera santa de América. Y la Iglesia la nombró Patrona del Perú, de América y hasta de las Islas Filipinas, que en esa época eran colonia española. Pero hay algo más: en toda iglesia católica del mundo, no solo en nuestras regiones, hay un altar dedicado a Santa Rosa. Y pese a ello, en su propio país, aquí, parece que a veces la dejamos en el olvido.
Esto debería cambiar. Primero, porque Santa Rosa es ejemplo de entrega, de fe y de servicio al prójimo, valores que necesitamos para seguir construyendo un Perú mejor. Segundo, porque los peruanos necesitamos motivos de orgullo, ejemplos que nos ayuden a “creérnosla” más como pueblo. Que nos hagan recordar el gran valor de tantos peruanos y en especial de nuestras mujeres fuertes que, como Santa Rosa, nos marcan el camino. Tercero, porque nuestras raíces culturales, paisana, paisano, tienen mucho bueno que rescatar del pasado y del presente. Y abrazarlas es una forma de elevar nuestra autoestima y nuestro futuro.

Mire, piense usted que millones de personas viajan por turismo religioso a lugares como Lourdes, Asís o la Basílica de Guadalupe. ¿Por qué Lima, la ciudad donde vivió Santa Rosa, y Quives, su lugar de nacimiento, no podrían estar a ese nivel? Más allá que recordarla solo ese día y con ella festejar a la guardia civil que la tiene por patrona, deberíamos reconocer en Santa Rosa su estatus de símbolo de orgullo peruano como, disculpando la comparación, lo pueden ser Machu Picchu o la gastronomía.
Porque paisana, paisano, si nuestros grandes personajes vivieran hoy, si Santa Rosa estuviera aquí, sin duda estaría feliz de seguir ayudando a sus paisanos. Y nosotros podríamos seguir honrándola manteniendo viva su memoria y su ejemplo.