Una de las grandes lecciones que me ha dejado la pandemia es que la vida y el bienestar de las personas es lo más importante. Cuando la COVID-19 llegó al Perú, en marzo de 2020, ninguna empresa estaba preparada para enfrentarla. Por ello, según INEI, al menos 45 mil empresas cerraron definitivamente el primer año, 3 de cada 10 tuvieron que cambiar de rubro y más de 2 millones de empleados se quedaron sin trabajo. Entonces, ¿qué hizo que otras empresas lograran mantenerse a flote? Me he preguntado esto muchas veces y siempre llego a la misma conclusión: la cultura organizacional.
Cuando hablamos de cultura organizacional nos referimos al conjunto de valores, principios, hábitos, costumbres, códigos de conducta, políticas de trabajo, tradiciones y objetivos compartidos que constituyen el ADN de la organización. Una empresa con una cultura débil es sumamente vulnerable. En cambio, una cultura sólida genera compromiso y lealtad de los trabajadores hacia la marca, sobre todo en tiempos de crisis. Además, a nivel externo, fortalece su imagen dentro del mercado. Como evidencia, un reciente estudio de Gallup revela que los equipos altamente comprometidos pueden incrementar las ganancias de la empresa hasta en un 21%.
Sin embargo, cuando inició la pandemia, la cultura organizacional de todas las empresas se puso a prueba. Muchos suspendieron labores o redujeron personal, otros tuvimos que cambiar nuestra forma de trabajo, los canales de comunicación, la forma de relacionarnos y nuestros hábitos en general. En ese momento, los líderes tuvimos que replantearnos cosas que dábamos por sentado: ¿Cómo garantizar la salud física y emocional de nuestros colaboradores para que no afecte su productividad? ¿Cómo mantenerlos motivados y comprometidos? ¿Cómo fortalecemos el trabajo en equipo? ¿Cómo transmitimos nuestra cultura a un colaborador nuevo que solo conocemos virtualmente?
Desde mi experiencia, lo primero que las empresas deben hacer es redefinir sus prioridades estratégicas y socializar los nuevos objetivos. Segundo, agilizar los procesos de comunicación y generar proyectos multidisciplinarios o multiáreas que fomenten la cultura de colaboración. Tercero, promover el trabajo autónomo y responsable, pues lo que más valoran los colaboradores del home office es que pueden gestionar su tiempo. Por tanto, deben sentir que confiamos en ellos y que los evaluamos por resultados y no por las horas que pasan frente a la computadora. Por último, es fundamental construir una relación cercana con los trabajadores. No todas las llamadas, correos y reuniones virtuales tienen que estar relacionados con temas laborales, también podemos utilizarlos para compartir, celebrar, conversar y brindarles apoyo emocional.
Esta crisis nos ha desafiado y transformado nuestro estilo de vida. Las empresas no volverán a tener el significado que tenían antes y la cultura organizacional tendrá que adaptarse a una nueva forma de trabajo. No obstante, este cambio no es negativo, sino más bien una oportunidad para desarrollar mejores equipos que hagan lo extraordinario posible, garantizando el bienestar de los colaboradores.
Comparte esta noticia