Nunca pasó por una academia y llegó a la Selección antes que a un club, pero no la tuvo fácil. Esta es la historia de Fabiola, la primera futbolista peruana en emigrar y firmar un contrato profesional.
“Te vamos a meter una tanda”, le dijeron. “Juega, nomás”, respondió. Manuel era nuevo en el trabajo. Días antes le habían hecho la pregunta de rigor y él, ‘pichanguero’ desde niño, respondió que sí, que claro que jugaba pelota. El trato estaba hecho: lo esperaban el sábado para que lo demuestre.
El día llegó y el horario laboral terminó, pero no estaban completos. Justo cuando notaron que faltaba alguien en uno de los equipos, Fabiola apareció. Llegó hasta la oficina de su hermano seis años mayor para pedirle un favor, y terminó recibiendo una propuesta para saltar al ‘verde’. Aunque al inicio no aceptó, finalmente fue con todos a la cancha.
“Te vamos a meter una tanda”, le dijo alguien del plantel contrario. ¿Cómo iba a jugar con una mujer? Eran muchos hombres y le iban a caer patadas. Pero Manuel no dudó. Su hermana de 21 años había dominado el balón desde pequeñita y la ropa deportiva era su mejor outfit. Incluso, la llevaba puesta en ese momento. Estaba lista y capacitada para ocupar la plaza restante. “Vas a quedar mal”, le advirtieron. “Juega, nomás”, respondió él.
Su equipo ganó 9 a 1. Ocho goles los hizo Fabiola. Estaban frente a una seleccionada nacional, pero no lo sabían. Tenían claro que Reimond Manco –por poner un ejemplo- era parte de la Sub 17 que clasificó al Mundial de Corea tres años atrás, en 2007, pero no sospechaban que un año antes, en 2006, Fabiola Herrera fue la capitana del único equipo femenino Sub 20 que llegó al cuadrangular final del Sudamericano de la categoría, algo que en fútbol masculino no conseguimos desde 1971.
No imaginaban tampoco que, en nueve años, esa flaquita que tenían al frente, la que supuestamente no daría la talla en la pichanga, sería la primera futbolista peruana en emigrar y firmar un contrato profesional.
El cambio
En abril de este año, la Selección femenina de Colombia llegó a Lima para enfrentar dos veces a la bicolor. Las visitantes ganaron ambos partidos: el primero 2-1 y el segundo 4-0. Sin embargo, a pesar de las derrotas, en tierras ‘cafeteras’ llamó la atención esa back central que llevaba el número 4 en la espalda, no solo por su solidez en la marca, sino también por su potente remate.
La Federación Peruana de Fútbol no tardó en recibir una llamada desde el extranjero. De inmediato, la comunicación llegó a Sporting Cristal, club dueño de su pase, para darle la noticia: Millonarios quería a Fabiola Herrera.
El último 5 de junio, la peruana dejó atrás el buzo celeste, la escuela de fútbol que creó para niños y niñas, la canchita que la vio crecer y las tantas ventanas que rompió en su barrio, Boterín, y poco de cumplir 32 años, sin ningún ejemplo por seguir, se mudó a Medellín para demostrarse a sí misma -y a la niña que fue- que tantos castigos valieron la pena.
Las niñas no juegan fútbol
La rutina estaba establecida: llegaba del colegio, dejaba su mochila y corría a la cancha que estaba a unos cuantos metros de su casa. Debía ir a escondidas y veloz. Tenía el tiempo en contra. Sabía que, más temprano que tarde, Edit aparecería molesta, dispuesta a interrumpir la pichanga para, en medio de gritos, sacarla del medio del campo. El motivo era uno solo, siempre el mismo: las niñas no deben jugar fútbol.
“A mi mamá no le gustaba. Me castigaba todos los días, pero yo me escapaba para ir a jugar. Aprovechaba cuando se iba a trabajar. Una vez se metió al medio de la cancha para sacarme de un partido que estaba jugando. Me gritaba, me sacaba, no quería que juegue fútbol”, recuerda ahora.
Jorge Luis pensaba distinto, pero prefería no meterse. “Déjala”, era lo único que le decía a su esposa. Eso sí, si veía que ‘Fabi’ iba detrás de sus dos hermanos, tratando de pasar desapercibida, se hacía el loco. La pequeña de nueve años seguía a Jhoel –actual jugador de Real Garcilaso- y Manuel, seis y cuatro años mayor que ella, respectivamente, y la hacía de recogepelotas. Ellos jugaban, el balón salía de la cancha y ella lo regresaba con los pies. Así, con la complicidad de sus hermanos, gracias al silencio de papá y a escondidas de mamá, se enamoró del fútbol.
Aunque los campeonatos eran para niños -así, en masculino-, sus propios amigos la inscribían para que juegue en sus equipos. No tenía ni 10 años, pero era el refuerzo estrella de todos los torneos. En el colegio también le iba bien. En el 5078 José Abelardo Quiñones –primaria- y en el República de Venezuela –secundaria- no solo disfrutaba de Educación Física, como es de esperarse, sino además de Literatura y Química. Mamá nunca fue citada por Orientación y Bienestar Estudiantil, por temas conductuales ni bajo rendimiento. Era una niña inquieta, sí, pero no problemática… aunque sus vecinos pensaran distinto.
Infancia en el puerto
José Boterín fue un marino chalaco, nacido en Bellavista, que defendió al Perú en la guerra de la Independencia y luego sirvió a los primeros gobiernos republicanos. Buscar su nombre en Google, sin embargo, arroja noticias de balas perdidas, asesinatos, pandillas y delincuencia, y no por sus 71 años de vida, sino por la urbanización que adoptó su nombre.
Cerca al Óvalo Centenario, ubicado en el cruce de la Avenida Argentina con Alfredo Palacios, se encuentra el Asentamiento Humano José Boterín. Aunque la seguridad no es precisamente lo que más caracteriza al barrio, en grupos de Facebook hay quienes lo recuerdan con la nostalgia que contagian los recuerdos de la familia unida, las fiestas en el frontis de la casa y los hijos jugando fulbito en las pistas.
Ahí y así creció Fabiola. Algunas veces jugando con muñecas y otras –muchas más- pateando una pelota en la calle, su mejor escuela. “Nuestra academia fue la calle. Nunca fuimos a una, ni mis hermanos ni yo, porque no había los recursos económicos. Jugué en la calle hasta los 15 o 16 años”, cuenta ahora.
A escondidas, claro. Siempre a escondidas de Edit. Por eso, nunca rompió ni ensució nada dentro de casa. Dentro, hay que decirlo, porque fuera la historia fue distinta. “En mi casa no rompí nada, pero en la casa de los vecinos sí, un par de lunas. Los vecinos se agarraban en discusión con mi mamá y yo me escondía. A ella no solo le saqué canas verdes, sino de todos los colores”, dice riendo.
Ya en ese entonces, y teniendo a un hermano mayor que jugaba en Primera División, Fabiola soñaba con seguir sus pasos. Se veía jugando. Pero dentro, muy dentro de ella, sabía que la tendría difícil. Que sería complicado vivir del fútbol, aunque Jhoel lo hiciera. Que tenía las ganas y el talento, pero era mujer.
La prueba
“’Profe’, tengo una hermana que juega bien. Tal vez pueda verla”, es más o menos lo que Jhoel le dijo a Javier Arce. En 2005, el actual DT de Binacional era no solo preparador físico de Unión Huaral, sino también de la selección femenina. Esto último, por pedido especial de la Federación. A cambio, su equipo podía entrenar en la Videna.
“En una de mis visitas a Lima, ella me dijo que quería jugar fútbol. Hablé con el profesor y él, muy amable, me dijo que vaya a la Videna para ver qué tal juega”, cuenta Jhoel.
Ahí mismo pasó las pruebas. Y aunque estaba acostumbrada a las pistas y canchas de loza, el césped no redujo la calidad. “La morenita fue y, la verdad, lo hizo muy bien. Quedó dentro del grupo que iba a entrenar para buscar el Sudamericano Sub 20 2006, en Viña del Mar”, recuerda Arce. Así, con un empujoncito de su hermano, pero gracias a su talento, Fabiola llegó a la Selección Peruana antes que a un club. Y su presencia significó no solo un lugar en el ‘11’ titular, sino además, por fin, el apoyo de su mamá, acompañado de un cambio de mentalidad.
Esa Sub 20, dirigida por Lorena Bosman, bronce del Sudamericano de 1998, fue la última que clasificó al cuadrangular final del torneo, con Paraguay, Brasil y Argentina, tras eliminar a Chile, Colombia y Ecuador. Era enero de 2006 y ‘Fabi’ dejaba de ser la hermana de Jhoel para ganarse un nombre propio. Así, gracias a sus buenas participaciones, consiguió entrar a su primer club.
“A la Municipalidad de Surco llegué por mis compañeras. Varias chicas de la selección mayor jugaban ahí, me invitaron y me quedé, pero solo una temporada”. Luego, pasó a JC Sport Girls, donde se quedó casi toda su carrera. Ahí conoció a sus primeras y mejores amigas en el mundo del fútbol, Sandy Dorador y Karen López –ambas convocadas a los Panamericanos-, y se convirtió en la capitana y líder del equipo.
El salto
Su paso por la Selección Peruana le dio ingreso libre a la Universidad San Marcos. El título de entrenadora de menores le permitió, en 2012, crear San Pío X, una escuela de fútbol para niños y niñas ubicada en Oquendo, Callao. Y su emprendimiento la motivó, tres años después, a seguir creciendo. Así, en 2015, llegó a Sporting Cristal. En 2017 regresó dos temporadas a JC y a inicios de este año volvió al cuadro celeste, donde jugó como volante mixta, pero no por mucho tiempo.
“En Millonarios y en la Selección juego de back central. Gracias a Dios tengo muy buena potencia en mi pierna derecha, pateo tiros libres y doy buenos pases largos”, dice. Y es así: la fuerza en sus disparos es importante. No en vano a un mes de su llegada a Colombia ya marcó un gol.
Lo hizo este viernes 5 de julio, en un partido amistoso ante Orsomarso, de Cali. Fue Jhoel quien, a pesar de querer pasar desapercibido en los logros de su hermana, no pudo evitar compartir la noticia en Twitter.
“A pesar de la distancia, siempre he estado pendiente de ella. Alguna vez la fui a ver jugar, pero siento que la pongo nerviosa, entonces voy detrás, la dejo volar, pero es mi hermanita menor, jamás la voy a dejar”, dice él.
Ahora, tranquilamente, Fabiola puede mirar hacia atrás y decirse a sí misma que siga escapando de casa al llegar del colegio, que continúe soñando, que no deje de jugar en la calle. Que Manuel la defenderá, Jhoel la ayudará, papá estará orgulloso y mamá la apoyará. Que no deje de creer, que sí se podrá, que algún día saldrá en las noticias y se sabrá su nombre. Que la niña a la que sacaban en pleno partido se convertirá en la primera futbolista peruana en emigrar y firmar un contrato profesional. Que la adolescente que nunca pasó por una academia representará a su país afuera. Que la joven a la que subestimaron en una pichanga de hombres ha hecho historia. Que todo, hasta el castigo diario, valdrá la pena.
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