Miles de inmigrantes del país caribeño han llegado para empezar una nueva vida. Dos familias y una abogada cuentan sus experiencias.
“Huid de un país donde uno solo sea quien ejerza todos los poderes”. La frase es de Simón Bolívar, pero el venezolano Michael Pérez la recita sentado en la banca de un parque en Carabayllo. La aprendió en el colegio y ahora la repite de memoria cuando explica por qué se fue de su país.
Tiene 48 años, esposa y dos hijas de 4 y 13 años. Los cuatro viajaron por tierra al Perú desde Venezuela, dejando casa, colegio y trabajo en Aragua. Como miles de sus compatriotas, también huyeron de la inseguridad, la escasez de alimentos y la crisis económica. Hace dos meses viven en una habitación de la zona norte de Lima y las niñas ya están estudiando. “Llevarlas al colegio sin miedo me hace sentir más tranquilo, también ir a cualquier tienda y encontrar lo que necesito”, cuenta Michael.
Fue miembro del servicio de inteligencia venezonalo y llegó a ser escolta del expresidente Carlos Andrés Pérez. Tras 10 años de servicio (1989 – 1999) se retiró y se dedicó a la electrónica, su verdadera pasión. Junto a su esposa Mabel sostienen a su familia con la venta de arepas, esas tortillas de harina de maíz rellenas que los venezolanos han popularizado en Lima. Ella las prepara y él sale a venderlas desde las 5 de la tarde por Comas y Carabayllo, siempre llevando una gorra pintada con los colores amarillo, azul y rojo de su bandera.
Permiso Temporal de Permanencia
En los últimos dos años han llegado al Perú unos seis mil venezolanos, según cálculos de la Superintendencia Nacional de Migraciones. Vienen de pueblos y ciudades de toda Venezuela. Maracaibo, Valencia, Puerto Ordaz, Caracas o Barquisimeto. Al llegar, buscan emplearse de inmediato, pues la gran mayoría llega con el dinero justo para mantenerse pocos días. El empleo de mesero es uno de los más visibles, otros optan por vender arepas, pasteles o tizanas en las calles. Al principio realizaban sus actividades solo con permiso de turistas, pero eso ahora ha cambiado para miles de ellos.
Desde febrero de este año más de seis mil han regularizado su situación, accediendo al Permiso Temporal de Permanencia (PTP), un beneficio creado por el gobierno de Pedro Pablo Kuczynski para los ciudadanos venezolanos que llegaron al país antes del 3 de febrero de 2017. Este documento les permite vivir por un año en el Perú, mientras se insertan en el mercado laboral formal y consiguen una condición migratoria regular.
Migraciones indica que otras tres mil personas están tramitando este beneficio. Además, unos 3 500 han solicitado refugio, aunque hasta el momento solo se ha concedido esta condición a 64. De estas cifras se desprende que hay unos 12 500 venezolanos en el Perú; sin embargo, este estimado no considera a los que llegaron después del 3 de febrero o a los que ya contaban con un carnet de extranjería.
Buscando refugio
En abril de 2016, Xavier Uzcategui firmó por el referéndum revocatorio contra Nicolás Maduro y por esa razón le negaron el acceso a la bolsa mensual de víveres que entregan los Comités Locales de Abastecimiento y Producción (CLAP) del Gobierno Bolivariano de Venezuela. “Tú firmaste contra la revolución bonita”, le dijeron y le quedó claro que lo estaban privando del derecho a la alimentación por pensar distinto al gobierno. Por esos días, salir de su país era una idea que ya se había planteado, aunque aún no tenía decidido a donde.
Semanas después, a Xavier se le abrió una oportunidad de migrar a este país. Luego de investigar, concluyó que pese a los bajos ingresos, Perú tenía la mejor relación sueldo-costo de vida que cualquier otro país de la región. Lo que seguía era la tarea más difícil, considerando la situación de su país: conseguir el dinero y la documentación para los traslados. Documentó todo ese proceso en su canal de Youtube, desde que anunció que se iba de Valencia, su ciudad natal, hasta el día en que llegó a Lima junto a su esposa Dalissa y Lestat, su hijo de 6 años.
Varios meses después, sentado en el comedor de un supermercado de Comas, cuenta cómo lo removió emocionalmente ver tanta variedad de alimentos y poder adquirirlos. “Me volví loco -recuerda- veía galletas o comestibles y me podía dar el gusto con un sol o dos soles. Fue una impresión bastante fuerte”.
La familia Uzcategui tiene en curso una solicitud de refugio, una condición de residencia especial para personas que, entre otras razones, se sientan perseguidas por sus opiniones políticas. Para eso ha presentado documentación que sustenta su pedido. “Muchos piensan que la situación en Venezuela aplica automáticamente para el refugio. Tienes que demostrar que eres una persona vulnerable”, explica. Xavier y su familia viven en Comas hace siete meses, él trabaja en casa diseñando páginas web, su esposa en un restaurante y su niño, que tiene un autismo leve, va a un colegio público inclusivo. “Estoy haciendo patria desde aquí afuera –dice- porque he podido ayudar más a mi familia de lo que he podido ayudarlos en el último año en Venezuela”.
Regreso a los orígenes
“Mi papa es peruano y él se fue a Venezuela en busca de una oportunidad. La vida da muchas vueltas, ahora me tocó a mí venir al Perú”, dice la abogada Laksmi Miosi, quien llegó a Lima hace poco más de un año desde Cabudare, estado de Lara. Cuenta que llegó confiada de que conseguiría un trabajo en lo suyo por ser hija de peruano, pero se topó con una legislación migratoria que desconocía. Según las leyes peruanas, los hijos de nacionales nacidos en el extranjero que no son inscritos antes de los 18 años de edad en los consulados pierden el derecho a la nacionalidad peruana. “Me pedían un carnet de extranjería y se me cayeron todos los planes”, dice Laksmi, cuyo caso es similar al de muchos otros hijos de peruanos que se fueron a Venezuela en las décadas de los 70 y 80, y que ahora hicieron el viaje inverso para buscarse un futuro en la tierra de sus padres.
De todos modos, Laksmi postuló a varios empleos y al no conseguirlos, se mantuvo por un tiempo vendiendo tortas venezolanas en la calle. Hace 9 meses logró ingresar a un importante estudio de abogados del centro de Lima, y actualmente hace los trámites para convalidar su título y colegiarse en el Perú. También se ha convertido en una experta en leyes migratorias peruanas y dedica varias horas de su tiempo libre para asesorar sin costo a sus compatriotas. “En el estudio me fui informando y dije ya va, hay que explicarles a los venezolanos que es lo que tienen que hacer”. Cada día se queda en la oficina unas cuatro horas más y atiende decenas de consultas por teléfono o WhatsApp. Pronto, dice, necesitará el apoyo de otro abogado venezolano, para darse abasto.
Lima, ciudad segura
Los venezolanos se sorprenden cuando los limeños les hacen advertencias sobre lo peligrosa e insegura que es la ciudad. En seguida dan detalles de los niveles a los que ha llegado la criminalidad en las ciudades de su país. Cuatro de ellas (Caracas, Valencia, Ciudad Guayana y Maturín) están en el top 10 de las urbes con el mayor número de asesinatos del mundo, según el Consejo Ciudadano para la Seguridad Pública y la Justicia Penal de México. Aseguran, incluso, que al principio les cuesta adaptarse a la tranquilidad que empiezan a sentir en Lima. “El terror psicológico que tenemos hace que nos tome un tiempo entender que podemos caminar sin miedo entre la 6 y 8 de la noche”, explica Laksmi, a quien aún le puede asustar el sonido de una moto, un vehículo muy usado por los delincuentes en Venezuela.
Dalissa cuenta que en el centro de Valencia ya nadie puede caminar a partir de las 6 de la tarde. “Si haces eso, estás gritando que te roben o te maten” dice y recuerda que en su segundo día en Lima cuando buscaban una vivienda para alquilar, se empezó a angustiar porque eran las 5 de la tarde y seguían en la calle.
Las situaciones de inseguridad en Venezuela, en muchos casos suelen ser el punto de quiebre para tomar la decisión final de dejar el país. Le pasó a Laksmi, cuando un asaltante le puso una pistola en la cabeza el día que iba a presentar su tesis de grado; le pasó a Michael Pérez y su familia, cuando los asaltaron con armas de fuego frente a un cuartel militar. “Que tu salgas a la calle y que no esté alguien pendiente en un esquina para robarte, esa es otra tranquilidad que te da este país”, dice Michael, en una frase que desconcertaría a cualquier limeño.
Nuevos vecinos
Los limeños, desacostumbrados a los inmigrantes extranjeros, al principio se sorprendían cuando escuchaban el acento caribeño de los venezolanos entre los meseros de algunos restaurantes, luego se fue haciendo más común encontrarse con los vendedores de arepa o tizana. Ahora cada vez es más frecuente coincidir con ellos en los espacios más comunes: la bodega de la cuadra, un parque de barrio o en la reunión de padres de familia de algún colegio. Situaciones que pueden darse en distritos como San Juan de Lurigancho, Comas, San Miguel o La Molina. Los venezolanos son los nuevos vecinos de la ciudad.
Conscientes de que la situación de Venezuela tardará muchos años en arreglarse, así haya un cambio de régimen en el futuro inmediato, tienen claro que el Perú no será un lugar de paso. “Mi hijo va a llegar a ser más peruano que venezolano, va a pasar más tiempo aquí que en su lugar de nacimiento”, dice Xavier, quien además tiene entre sus planes de largo plazo comprarse una casa, incluso, considera la opción de nacionalizarse. Laksmi, por su parte, está empeñada en que más venezolanos se integren al sistema formal: “Quiero que nos recuerden como aquellos profesionales que aportaron a las empresas y a la economía, que invirtieron, generaron empleo e hicieron más competitivo al Perú”.
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