La feligresía del Señor de los Milagros es una de las más numerosas y fervientes del Perú, con una devoción que trasciende fronteras y generaciones. Las diferencias sociales, económicas o culturales desaparecen en los fieles al vestir de morado en prendas y en corazón.
En octubre, las calles de Lima se llenan de fe y devoción. Miles de personas acompañan en procesión la imagen del Señor de los Milagros, también conocido como Cristo de Pachacamilla, Cristo Morado, Cristo de las Maravillas, Cristo Moreno o Señor de los Temblores. Esta figura religiosa es una de las más veneradas por la comunidad católica en el Perú y también en el exterior.
La imagen de Cristo que recorre Lima en octubre de cada año está instalada sobre un anda que pesa más de una tonelada y media. Esta estructura de madera y ornamentos es escoltada durante sus cinco recorridos anuales por más de 5,000 miembros de la Hermandad del Señor de los Milagros de Nazarenas.
Entre estos fieles hermanos está Julio Denis Loayza Mariño, segundo vicemayordomo de la hermandad. Como en muchos casos, su devoción al Cristo de Pachacamilla empezó desde pequeño, en su hogar. Con casi 38 años cargando el anda sagrada, Loayza expresa su gratitud por haber podido cumplir este compromiso, tal como lo hubiera deseado su abuela.
“Si Dios lo permite cumplo 38 años en la hermandad. La devoción, gracias a mi abuela materna ya que ella participaba en la procesión y yo de pequeño la acompañaba. El Señor todos los días nos hace caer, te hace pelear, de darte la vida. Tengo una familia, tengo a mis padres vivos, mi padre con 98 años ha sido operado, tengo a mi madre de 88 años, tengo a mis hijos, mi esposa, mi familia, eso son los milagros más grandes. El Señor nunca te va a fallar en el momento que tú lo necesites siempre va a estar allí, a pesar de que no lo ves, eso es fe", dice Julio Denis Loayza.
La Hermandad del Señor de los Milagros que año a año tiene sobre sus hombros la responsabilidad de llevar a cabo los recorridos procesionales de octubre tiene más de 300 años de antigüedad. Está organizada en 20 cuadrillas, además de tres grupos conformados por cantoras, sahumadoras y hermanos honorarios, entre otros.
Ruth Hernández Ascensios de Burques, es sahumadora y para realizar su labor ella y sus compañeras emplean pebetero o sahumero. Este recipiente contiene carbón encendido y una mezcla de sahumerio, incienso y mirra, que emana un aroma peculiar. Ruth lleva casi medio siglo abriéndole paso al Señor, un cansancio que dice no tener por la fe que lleva consigo.
“La devoción y la fe al Señor de los Milagros me lo enseñaron mi abuela materna y mi madre, al morir mi abuela en el año 1973 me pareció el mundo se derrumbaba a mi alrededor y sentí que tenía que estar cerca, más cerca de él, yo vine un 16 de octubre y el 18 ya estaba integrada al grupo. Este año voy a cumplir mis bodas de oro, 50 años a los pies del señor”, expresa Ruth Hernández Ascensios de Burques.
Símbolo de esperanza y sanación
Para muchos fieles, el Señor de los Milagros es un símbolo de esperanza, sanación y milagros. Su imagen se ha convertido en una figura de consuelo en momentos de crisis personales o nacionales.
Ese fue el caso de Roberto Carhuancho Cardoso, secretario de la quinta cuadrilla y cargador del anda durante 25 años. Él cuenta que encontró fortaleza en el Señor de los Milagros cuando le tocó saber que debía recibir altas dosis de insulina debido al estado de salud que padecía.
“Yo le agradezco al señor de que me devolvió la vida para nosotros es emoción, un estudiado es una ilusión volver a cargar sus sagradas andas a mí me detectaron diabetes inclusive me pusieron insulina en el estómago en una emergencia que me había subido a 680, me dijeron usted tiene diabetes”, manifestó Roberto Carhuancho.
La procesión del Señor de los Milagros es considerada la manifestación más grande del mundo católico, donde miles de personas como Ruth, Roberto y Julio acompañan al señor crucificado con la intención de renovar su fe y pedir en oración por lo que más anhelan sus corazones.
Es la misma devoción que mantienen miles de personas y que se inició en el siglo XVII, cuando los peruanos eran testigos que esa imagen pintada sobre muros por esclavos angoleños en Pachacamilla nunca sucumbía a los temblores ni avatares de la propia vida.
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