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La dura pesadilla de ser hijo de un espía

Foto: WIKIMEDIA
Foto: WIKIMEDIA

Robert Meeropol tenía 6 años cuando sus padres, Ethel y Julius Rosenberg, fueron ejecutados por entregar el secreto de la bomba atómica a la entonces Unión Soviética.

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Robert Meeropol tenía seis años cuando sus padres fueron ejecutados por entregar, supuestamente, el secreto de la bomba atómica a la entonces Unión Soviética, una experiencia que revive estos días al pensar en los niños de los espías canjeados con Moscú.

Entre las diez personas que ayer se declararon culpables en Nueva York de ser "agentes ilegales" de Rusia, hay cuatro matrimonios que suman ocho hijos, cuyas edades van desde uno hasta los 38 años.

Entre ellos, están Lisa y Katie Murphy, dos niñas de siete y once años a las que sus vecinos de Nueva Jersey, estado contiguo a Nueva York, describen como "adorables" y a quienes les encanta jugar con sus bicicletas azules y pelearse tirándose agua.

Al igual que Meeropol, apellido de adopción de uno de los dos hijos de Ethel y Julius Rosenberg, que fallecieron en 1953 y se convirtieron en los únicos estadounidenses ejecutados por espiar para la Unión Soviética, su apacible mundo se ha visto alterado de la noche a la mañana.

Robert Meerepol, el hijo más joven del matrimonio Rosenberg, tenía tres años cuando sus padres fueron arrestados y seis cuando murieron, una experiencia traumática que cambió su vida.

Las imágenes de ese momento vuelven a desfilar ahora por su mente tras el arresto y deportación de diez personas que espiaban para Moscú, todos ellos rusos menos una peruana.

"Cuando me enteré de que uno de los niños tiene tres años, exactamente la edad que tenía yo cuando detuvieron a mis padres, me conmoví", dijo a Efe Meeropol, que dirige ahora una fundación dedicada a ayudar a los hijos de disidentes y padres hostigados por sus ideas progresistas.

Meeropol era demasiado joven para entender lo que pasaba pero sí recuerda el desasosiego que sentía entonces.

"Me sentía rodeado por una nube de ansiedad a la que no podía ponerle nombre", explicó el hijo de los Rosenberg, quien asegura que los adultos que lo rodeaban le transmitían la sensación "de que había alguien poderoso allí fuera que quería" atrapar a su familia y que ellos eran "débiles".

El hecho de que la mayoría de estadounidenses fuesen "hostiles" hacia sus padres, ambos miembros del Partido Comunista, lo que los convertía en sospechosos en plena caza de brujas de la Guerra Fría contra "los rojos", añadió "miedo y rabia" adicionales.

Esas sensaciones estuvieron acompañadas por un continuo ir y venir, primero a la casa de una abuela, luego a un orfelinato, después a la casa de otra abuela, luego a la de los amigos de sus padres, hasta finalmente llegar al hogar de Abel y Anne Meeropol.
Los Meeropol, un matrimonio progresista y sin hijos, acogieron a Robert y a su hermano Michael, cuatro años mayor que él, y les ofrecieron cariño y respaldo, lo que les ayudó a sobrellevar pero no olvidar la experiencia excepcional que les tocó vivir.

"Recuerdo los viajes a la cárcel", dice Meeropol, quien asegura que ésa es la única imagen firme que tiene de sus padres, que dice fueron "asesinados" por un delito que no cometieron.

Meeropol admite que su padre entregó información a Moscú durante la II Guerra Mundial y, posteriormente, para luchar contra el nazismo pero niega que les diese información sobre la bomba atómica.

Su experiencia, por lo demás, le lleva a pensar en lo que estarán atravesando los hijos de los agentes que espiaban para Moscú.

"Mi impresión es que lo que está pasando no puede ser bueno para esos niños", dice.

"Lo que es realmente difícil para un niño es no entender lo que está ocurriendo, tener miedo, que te muevan de un sitio a otro y que te separen de tus padres", añade.

El hecho de que los hijos de los "agentes ilegales" vayan a reunirse con sus padres en Rusia acarreará, dice Meeropol, sus propios desafíos.

Para el fundador del Fondo Rosenberg para los Niños, uno de los asuntos más problemáticos en este caso puede ser el de que los padres tenían identidades falsas.

"Imagínate que tienes unos padres que te dicen que son inmigrantes y tienen un trabajo y después te enteras de que no es verdad, de que son rusos y espías y que todo lo demás es una tapadera", reflexiona Meeropol.

"A cualquier niño al que le pase eso debe de resultarle muy difícil confiar en nadie", añade, para subrayar la dificultad añadida de llegar "de repente" a un país nuevo sin hablar la lengua y que se convertirá en su nuevo hogar. EFE




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