Con un cielo plomizo y algunas gotas de lluvia, la ceremonia adquirió un tono grave que emocionó a los peregrinos, que encendían velas, rezaban o se santiguaban con los dedos mojados en el agua del río.
Miles de cristianos ortodoxos acudieron esta semana al Río Jordán para celebrar la Epifanía en el lugar donde la tradición sitúa el bautismo de Jesús por Juan el Bautista.
Como cada año, la delicada ubicación del lugar -en la frontera entre Jordania y el territorio palestino de Cisjordania, ocupado por Israel- impidió a los fieles sumergirse en el bíblico río, pero no quitó devoción al momento, donde proliferaron las oraciones, cánticos religiosos y bailes.
En cambio, el frío y la lluvia, recién llegados a la zona tras semanas de clima casi primaveral, sí desmotivaron a muchos de ducharse o sumergirse en las piletas llenas de agua del Jordán.
El mal tiempo también redujo el número de asistentes ayer y hoy, que no alcanzó los 15.000 ó 20.000 inicialmente estimados.
"Los turistas que han viajado hasta aquí para la ceremonia han venido igual, pero parte de los cristianos locales han preferido quedarse en casa", explicó a Efe Yael Zilberstein, de la Autoridad Israelí de los Parques y la Naturaleza, que gestiona el lugar.
Aunque muchos de los participantes habían llegado desde distintos puntos del planeta, también había palestinos cristianos -que siguen sobre todo el rito oriental- e israelíes que emigraron al país al poseer al menos un abuelo judío pero reconocen a Jesús como el Mesías.
Se trata de seguidores de ritos, como el ortodoxo ruso, greco-ortodoxo, armenio, copto, sirio o etíope, que celebran la Epifanía el 18 y el 19 de enero, a diferencia de la Iglesia Católica romana, que lo hace el 6 del mismo mes.
Griego, ruso, amárico, árabe, hebreo... la ribera del Jordán se llenó de colores y lenguas en un ritual que comenzó en el pequeño Monasterio de San Juan, a cientos de metros del río, con una misa oficiada por el patriarca greco-ortodoxo de Jerusalén, Teófilos III.
En la ceremonia, el patriarca bendijo en varias ocasiones al apenas medio centenar de personas mientras escuchaba pasajes bíblicos con la mirada perdida.
Después, los fieles marcharon hasta la orilla en una procesión liderada por sacerdotes y animada por los tambores de boy-scouts.
Una vez allí y bajo la atenta mirada en cada orilla de soldados jordanos e israelíes, el Patriarca lanzó al agua tres palomas blancas, mientras otro numeroso grupo de fieles presenciaba la escena desde el lado jordano del río.
El acto recordaba un pasaje del Nuevo Testamento: "Tan pronto como Jesús fue bautizado, subió del agua. En ese momento se abrió el cielo y Él vio al Espíritu de Dios bajar como una paloma y posarse sobre Él".
Con un cielo plomizo y algunas gotas de lluvia, la ceremonia adquirió un tono grave que emocionó a los peregrinos, que encendían velas, rezaban o se santiguaban con los dedos mojados en el agua del río.
"Doy gracias a Dios por permitirme venir aquí. Esto es algo con lo que siempre había soñado y ahora he logrado vivirlo. Es una gran bendición", dijo Cosmos Cokinos, un australiano de 19 años y origen greco-chipriota que visita Tierra Santa por primera vez.
Teodosios Dandrenos, sacerdote greco-ortodoxo de la isla griega de Ítaca, se sentía, por su parte, "feliz" y "muy emocionado" por estar en "el lugar original del bautizo de Cristo".
"La Epifanía en la iglesia Ortodoxa es una celebración muy lejana a la Navidad, con sus ángeles, su Santa Claus y sus estrellas... está muy cerca en el tiempo, pero muy lejos en espíritu", subrayó.
Kibrón, un eritreo de 35 años que vive en Israel con estatus de refugiado, no duda en definir el momento como un "regalo" de Dios para endulzar una "vida difícil".
El lugar, donde la tradición no sólo sitúa el bautismo de Jesús, sino también la entrada en la Tierra Prometida por el pueblo de Israel y el ascenso al cielo del profeta Elías en un carro de fuego, está rodeado de minas y es considerado por Israel zona militar cerrada desde que lo tomó en la Guerra de los Seis Días, en 1967.
Israel, que restringe el acceso al lugar a visitas concertadas cuatro días por semana, pretende ahora abrirlo de forma permanente para promover el turismo religioso, una de sus apuestas económicas.
"Planeamos hacerlo esta primavera", señala Rafi Ben Hur, director general del Ministerio de Turismo israelí, que ha invertido ocho millones de shekels (1,5 millones de euros o 2,1 millones de dólares) para remodelar el sitio. EFE
Como cada año, la delicada ubicación del lugar -en la frontera entre Jordania y el territorio palestino de Cisjordania, ocupado por Israel- impidió a los fieles sumergirse en el bíblico río, pero no quitó devoción al momento, donde proliferaron las oraciones, cánticos religiosos y bailes.
En cambio, el frío y la lluvia, recién llegados a la zona tras semanas de clima casi primaveral, sí desmotivaron a muchos de ducharse o sumergirse en las piletas llenas de agua del Jordán.
El mal tiempo también redujo el número de asistentes ayer y hoy, que no alcanzó los 15.000 ó 20.000 inicialmente estimados.
"Los turistas que han viajado hasta aquí para la ceremonia han venido igual, pero parte de los cristianos locales han preferido quedarse en casa", explicó a Efe Yael Zilberstein, de la Autoridad Israelí de los Parques y la Naturaleza, que gestiona el lugar.
Aunque muchos de los participantes habían llegado desde distintos puntos del planeta, también había palestinos cristianos -que siguen sobre todo el rito oriental- e israelíes que emigraron al país al poseer al menos un abuelo judío pero reconocen a Jesús como el Mesías.
Se trata de seguidores de ritos, como el ortodoxo ruso, greco-ortodoxo, armenio, copto, sirio o etíope, que celebran la Epifanía el 18 y el 19 de enero, a diferencia de la Iglesia Católica romana, que lo hace el 6 del mismo mes.
Griego, ruso, amárico, árabe, hebreo... la ribera del Jordán se llenó de colores y lenguas en un ritual que comenzó en el pequeño Monasterio de San Juan, a cientos de metros del río, con una misa oficiada por el patriarca greco-ortodoxo de Jerusalén, Teófilos III.
En la ceremonia, el patriarca bendijo en varias ocasiones al apenas medio centenar de personas mientras escuchaba pasajes bíblicos con la mirada perdida.
Después, los fieles marcharon hasta la orilla en una procesión liderada por sacerdotes y animada por los tambores de boy-scouts.
Una vez allí y bajo la atenta mirada en cada orilla de soldados jordanos e israelíes, el Patriarca lanzó al agua tres palomas blancas, mientras otro numeroso grupo de fieles presenciaba la escena desde el lado jordano del río.
El acto recordaba un pasaje del Nuevo Testamento: "Tan pronto como Jesús fue bautizado, subió del agua. En ese momento se abrió el cielo y Él vio al Espíritu de Dios bajar como una paloma y posarse sobre Él".
Con un cielo plomizo y algunas gotas de lluvia, la ceremonia adquirió un tono grave que emocionó a los peregrinos, que encendían velas, rezaban o se santiguaban con los dedos mojados en el agua del río.
"Doy gracias a Dios por permitirme venir aquí. Esto es algo con lo que siempre había soñado y ahora he logrado vivirlo. Es una gran bendición", dijo Cosmos Cokinos, un australiano de 19 años y origen greco-chipriota que visita Tierra Santa por primera vez.
Teodosios Dandrenos, sacerdote greco-ortodoxo de la isla griega de Ítaca, se sentía, por su parte, "feliz" y "muy emocionado" por estar en "el lugar original del bautizo de Cristo".
"La Epifanía en la iglesia Ortodoxa es una celebración muy lejana a la Navidad, con sus ángeles, su Santa Claus y sus estrellas... está muy cerca en el tiempo, pero muy lejos en espíritu", subrayó.
Kibrón, un eritreo de 35 años que vive en Israel con estatus de refugiado, no duda en definir el momento como un "regalo" de Dios para endulzar una "vida difícil".
El lugar, donde la tradición no sólo sitúa el bautismo de Jesús, sino también la entrada en la Tierra Prometida por el pueblo de Israel y el ascenso al cielo del profeta Elías en un carro de fuego, está rodeado de minas y es considerado por Israel zona militar cerrada desde que lo tomó en la Guerra de los Seis Días, en 1967.
Israel, que restringe el acceso al lugar a visitas concertadas cuatro días por semana, pretende ahora abrirlo de forma permanente para promover el turismo religioso, una de sus apuestas económicas.
"Planeamos hacerlo esta primavera", señala Rafi Ben Hur, director general del Ministerio de Turismo israelí, que ha invertido ocho millones de shekels (1,5 millones de euros o 2,1 millones de dólares) para remodelar el sitio. EFE
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