Soldados sobrevivientes de la Primera Guerra Mundial que terminaban con el rostro desfigurado asistían al estudio de la escultora en Paris para que les devuelva la esperanza de vivir y de reinserción a la sociedad.
Anna Coleman Watts fue una escritora y reconocida escultora de Pensilvania en Estados Unidos que se dedicó con mucho apasionamiento y destreza a devolver alegría a cientos de soldados con rostros desfigurados de la Primera Guerra Mundial.
Precisamente durante la Primera Guerra Mundial (1914 – 1918) había que curar no solo el cuerpo, sino también la mente y el alma. Entre 10 y 30 millones de personas, entre civiles y militares murieron, mientras que solo en Europa más de 20 millones resultaron heridos.
En 1907 Coleman llegó a Francia muy animada. Quería ser parte de un proyecto del escultor y capitán Derwert Wood, que consistía en ponerles máscaras a los soldados que quedaban desfigurados después del trabajo del cirujano. Es lo que se intentaba hacer desde el Departamento de Máscaras para la Desfiguración Facial en el Hospital General de Londres.
La idea la inspiró a abrir un estudio para Máscaras en París administrado por la Cruz Roja americana. El permiso para abrir el estudio le fue concedido gracias a que su esposo, de quien adoptó el apellido Ladd, había sido nombrado como director de la Oficina del Niño en Toul. Ésta fue la primera piedra para sanar las heridas, físicas y mentales.
“No tenía perfil. Como un simio, tenía solo la frente y los labios. La nariz y el ojo izquierdo no estaban”, describió a un paciente gravemente herido, Enid Bagnold, una enfermera voluntaria en el Estudio para Máscaras. En ese lugar los espejos estaban prohibidos por obvias razones.
La elaboración de las máscaras tardaba aproximadamente un mes. En algunos casos solo fabricaba parte del rostro, como por ejemplo, un ojo o una nariz, pero en casos más complejos, se necesitaban máscaras completas para tapar todo. Las cejas, pestañas y bigote eran con pelo real y las máscaras de color muy similar al de la piel del paciente.
Los pacientes salían felices del estudio porque sabían que enfrentarse al mundo exterior con el rostro desfigurado podía ser una pesadilla. “La mujer a la que quiero ya no me encuentra repulsivo, como era normal que hiciera”, comentó uno de ellos.
En la galería de esta nota compartimos fotos del antes y después de algunos soldados que fueron benficiados por el trabajo de Anna Coleman, imágenes que han sido publicadas por la Biblioteca del Congreso de Estados Unidos.
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