Afecto, cuidado y protección, son sólo algunos de los elementos que necesitan los niños y niñas para lograr un desarrollo integral y adecuado en la primera infancia. Desde que nacen hasta los cinco años, los niños van estructurando su personalidad, por lo que esta etapa es una de las más importantes para su crecimiento. Aquí despiertan sus habilidades emocionales e intelectuales, aprenden a hablar y a comunicarse según sus estados de ánimo, ya sea cantando, bailando, pintado y hasta llorando.
Este es el tiempo donde los niños requieren de más atención y cuidados para sentirse seguros, y son los adultos quienes deben velar por satisfacer sus necesidades. La influencia que reciben de su entorno familiar, social y cultural moldeará su carácter y manera de ser para toda la vida.
Según especialistas, los primeros cuidadores, ya sean padres, madres o familiares cercanos, son muy relevantes para los niños pequeños, ya que si gozan de buenas relaciones y vínculos emocionales – incluso desde la lactancia- logran tener una mayor estabilidad emocional y física. Pero ¿qué pasa cuando un niño o niña carece de este vínculo y es abandonado en los interiores de un jardín, pierde a sus padres en un accidente o por mandato judicial es separado de su familia?
En nuestro país, los niños en condiciones de vulnerabilidad y separados de sus familias son ubicados en los Centros de Acogida Residencial (CAR), conocidos como albergues u hogares temporales donde se cubren sus necesidades básicas y se les da una atención integral que haga posible su reintegración familiar o adopción.
Los albergues o residencias temporales buscan crear un ambiente parecido al hogar natural para que el menor se sienta en familia y su entorno sea adecuado. Así, este acogimiento de niños de manera institucional funciona como refugio, con un número reducido de integrantes similar a una residencia y donde se les prepara a convivir en familia en manos de un cuidador.
Hasta octubre del 2020, el Ministerio de la Mujer y Poblaciones Vulnerables (MIMP), a través del Programa Integral Nacional para el Bienestar Familiar (INABIF), registró 56 Centros de Acogida Residencial (CAR) para la atención de 2,384 niñas, niños y adolescentes en desprotección familiar.
Los hechos demuestran que el cuidado de menores en instituciones de refugio temporal es parte de un trabajo en conjunto para proteger la vida de un niño. Sin embargo, pese al esfuerzo, este tipo de cuidado no llega a reemplazar el valor del vínculo que proporcionan los padres y familiares.
Siempre es mejor que tenga una familia
La psicóloga Rosa Moquillaza, coordinadora del área de psicología del Programa por el Derecho de Vivir en Familia, y quien trabaja con niños en abandono, señala que siempre es mejor que no se llegue al punto de necesitar un Centro de Acogida Residencial y que el niño viva en su propia casa. “Hemos recibido bebés de hasta de tres días de nacido. Cubrimos todas sus necesidades en manos de cuidadoras y profesionales especializados, pero aún si quisiéramos reemplazar el hogar, por más logística que se tenga, nada reemplazará a su familia”, refiere.
La especialista en niños señala que estas residencias son temporales y cuando la familia de un niño no tiene posibilidades para asumir el cuidado y su protección, la otra alternativa es la adopción.
Según cifras del INABIF, en el 2019 ingresaron a los Centros de Acogida Residencial, 226 niñas y niños, entre 0 a 5 años a nivel nacional. De ellos, 6 presentaron discapacidad y 51 viven con sus madres adolescentes en situación de desprotección familiar dentro de estos centros.
Los psicólogos y cuidadores de niños en condición de abandono advierten que con la ausencia de un apego seguro (vínculo emocional) que brinda la familia a los niños pequeños, se puede presentar dificultades en su desarrollo. En muchos casos presentan disminución del rendimiento cognitivo, cuadros de ansiedad y, en algunos casos, carecen de motivación.
Por su parte, Yuri Torres, psicólogo de niños con más de 5 años de experiencia en casas de acogida, refiere que la larga permanencia de un niño en una institución cuidadora puede ocasionar, en algunos casos, retraimiento social, falta de sensibilidad y empatía con los demás.
“En una residencia que acoge niños el cuidado está a cargo de enfermeras diferentes, por lo que muchos de estos niños no tienen una figura segura con la cual desarrollen vínculos afectivos, como si ocurre dentro una familia. Los niños que no tienen cuidadores estables pueden desarrollar patrones de apego ansiosos y desorganizados”, explica.
En esa línea, la experiencia profesional con niños en situación de abandono le permite concluir que aquellos que no conocieron a sus padres algunas veces presentan problemas de comportamiento. “La tristeza, el sentimiento de inferioridad, baja autoestima y ansiedad aparecen lentamente en niños que sufren abandono porque desarrollan cierta inseguridad afectiva y necesidad de afecto”, agrega.
La resiliencia les permite sobresalir
Pero no todos los niños que son cuidados en casas de acogida tienen las mismas características y muchos, por resiliencia en medio de las carencias, logran sobresalir. “Hay muchachos que salieron de los albergues y han logrado estudiar y tener éxito. Sobre todo los niños que fueron dados en adopción. Los estudios demuestran que los niños que reciben afecto logran identificarse con su cuidador o un familiar que lo adopta”, señala Torres.
Cuando los niños llegan a los tres primeros años de vida, lo más importante es dedicarle tiempo a la estimulación sensorial y a esta edad las cuidadoras juegan un papel muy importante. En una residencia temporal la cuidadora se encarga de vestirlo, cambiarlo cuando lo necesite, bañarlo, jugar y establecer una relación de afecto.
Willan Castañeda, también es psicólogo de niños y tiene tres años trabajando en la “Casa Nuevo Futuro Perú”, que asiste a niños en condición de abandono. Uno de sus principales trabajos es educar a los cuidadores para que tengan una respuesta inmediata cuando el niño necesite algo. Los niños a partir de los 3 años entran en una etapa de socialización y de exploración, donde interiorizan las reglas de juego con sus pares, por lo que es una edad donde necesita más atención.
“Lo que pase con el niño dependerá mucho de su relación con el cuidador y su entorno. Las casas de acogida muy bien organizadas procuran cumplir las funciones de una familia, aunque no es posible igualarla”, advierte.
La psicóloga infantil, Melissa Ruiz, señala que en una casa de acogida los niños desarrollan un vínculo y apego con sus cuidadoras y de este cuidado dependerá su adecuado desarrollo temprano. Los niños pequeños van creciendo y a veces se comienzan a mostrar dispersos o distraídos y todo dependerá del tipo de relación que se establezca con la cuidadora.
“Los niños en un albergue se van desenvolviendo lo más cerca posible a un entorno familiar, pero es inevitable que algunos tengan problemas de conducta que son tratados por psicólogos y cuidadores permanente. En una casa de acogida los adultos somos sus modelos”, refiere.
Las casas de acogida tienden a convertirse en hogares temporales donde a un niño abandonado se le prepara y educa para cuando llegue el momento de su adopción o retome el retorno a su familia. Los especialistas coinciden que permanecer largo tiempo en un hogar temporal para niños no es lo más conveniente, por lo que es importante fomentar las relaciones sanas dentro de las familias que permitan un correcto desarrollo de nuestra primera infancia.
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