Los niños y niñas que sufren de alguna discapacidad en Máncora tienen una esperanza de mejorar sus condiciones de vida gracias a las casas que construye Tom Gimbert.
Por: Verónica Ramírez Muro
Fotos: Morgana Vargas Llosa
En el barrio de Nicaragua, en Máncora, destaca una casa de bambú entre las habituales construcciones de cemento y ladrillo. La Casa Piel es el hogar de Angelina (9 años), quien sufre de parálisis cerebral debido a complicaciones durante el parto. La vivienda fue construida con materiales de la zona, tiene techos altos para mejorar la ventilación, un pasillo largo por donde Angelina puede gatear y una cocina abierta para que su madre, Irma, pueda verla desde todos los ángulos mientras prepara el almuerzo.
El arquitecto francés Tom Gimbert (37) ha construido hoteles, casas de playa, oficinas y edificios, pero esta modesta vivienda es una de sus obras más queridas. Tom llegó hace 8 años a Máncora de vacaciones y decidió quedarse para implementar construcciones respetuosas con el medio ambiente y ponerse al servicio de la comunidad.
Mientras descubría la naturaleza, la gastronomía y los materiales de construcción locales, Tom conoció a María Córdova, masajista, rehabilitadora técnica, experta en plantas medicinales y presidenta de la Asociación por los Niños Especiales Divino Niño Jesús. El centro de estudios, diseñado por el arquitecto Mario Lara y construido íntegramente en base a donativos, es un lugar acogedor, rodeado de árboles y con aulas grandes y ventiladas, donde los niños y niñas van a clases, pero también donde reciben cuidados especiales y terapias de rehabilitación. De los 100 alumnos de este colegio, 46 tienen alguna discapacidad.
Tom le ofreció ayuda a María “en lo que sea” y María, que piensa en grande, le contó la historia de los menores con discapacidad que, al salir del colegio, volvían a hogares en condiciones muy precarias, sin desagüe, con piso de tierra y habitaciones compartidas.
Enseguida se puso en marcha, se fue a dictar un curso de arquitectura a París y les propuso a sus alumnos el reto de construir viviendas en función de la discapacidad de sus pequeños habitantes. El desafío también implicaba hacerlo con los materiales de la zona y en terrenos de 50 m2. A los 6 meses, los estudiantes universitarios franceses liderados por Tom llegaron a Máncora para construir con sus propias manos la futura casa de Angelina.
“Fue como una lotería. Nos cambió la vida y, especialmente, la de Angelina”, recuerda Irma.
Arquitectura vegetariana
“Yo soy de construir para los demás y me importa el impacto positivo en la sociedad y lo que pasa en las familias”, dice Tom, en la terraza de EcoLodge, el albergue sostenible que él mismo construyó.
Arquitectónicamente, la Casa Piel no se parece en nada a la Casa Trama, especialmente acondicionada para una familia compuesta por cuatro hijos, papá, mamá, un hermano sordomudo, una invidente y una abuela. Para esta familia, Tom consideró una estructura de vigas de madera empernadas con paredes de costalillo y varias habitaciones separadas por tabiques para darle independencia a cada integrante de la familia.
“Le decimos arquitectura vegetariana porque no usamos materiales que contaminan, ni cementos ni fierros, si no material que luego se puede devolver a la tierra. Así, el impacto de lo que hacemos es súper reducido”, dice Tom.
La casa que construyeron para Julieta, quien también sufre de parálisis, se planteó con habitaciones independientes (antes los padres y sus 3 hijos dormían en la misma habitación) y un espacio común por donde circulara el aire con plantas y cañas que permitieran la entrada de luz y visibilidad hacia el exterior. De esta forma, Julieta podría tener sensación de amplitud y de espacio abierto dentro del hogar. También se construyó un baño y se mejoró la fachada.
María Córdova es quien designa, en función de la urgencia de sus necesidades, a qué niño se le construirá una casa. “En nuestro colegio, la mayor parte de los niños sufren una discapacidad a consecuencia de una negligencia médica. Tenemos que ofrecerle independencia a ese niño. No tienen higiene, necesitan mejorar sus condiciones y tenemos que romper el tabú en el pueblo. Ahora hay más inclusión, pero antes las demás madres no querían que sus hijos estudien con niños con discapacidad”, dice.
Tom no solo convenció a sus alumnos para diseñar las viviendas de Angelina, Julieta o Yolanda, sino que además se encargó de recolectar los fondos – a través de Facebook y un portal de crowdfunding – para financiar las casas.
En este caso, los voluntarios no cobraron y Tom los alojó en su casa. Toda la organización necesaria para mejorar las condiciones de vida de los niños y niñas de la zona debería ser, en principio, así de eficiente si consideramos que Máncora recibe cientos de miles de turistas que aportan dinero a las arcas públicas. Pero no ocurre.
En el Perú, aproximadamente 70 mil niños y adolescentes en edad escolar con alguna discapacidad no están incluidos en el sistema educativo. El caso de los niños y niñas del colegio Divino Niño Jesús es una excepción a la regla, aunque al salir de esta isla de comprensión y atención a sus limitaciones, se enfrentan a la imposibilidad de transitar por unas calles que no están acondicionadas para ellos. ¿Cómo avanzas con una silla de ruedas por los caminos de tierra y las viviendas arriba de una montaña?
Al menos 8 estudiantes del colegio tienen un hogar donde sentirse cómodos y por donde se pueden desplazar en condiciones de higiene y seguridad. “En Europa hay fondos para crear un servicio social”, dice Tom, “pero aquí no hay. Ya hemos construido 8 casas y queremos que todos los niños tengan una”.
Vocación constructora
Tom está en el taller que ha montado en una antigua conservera. Acaba de traer un cargamento de totora de Sullana y la está poniendo a secar. “Hay que dejar de pensar que el concreto y la calamina son nobles. La calamina te calienta y en la noche te mueres de frío”, dice.
Seguido por Tofu, un perrito que un día llegó al EcoLodge y decidió que era un buen lugar para quedarse, Tom se pasea por las instalaciones hasta que llega al prototipo X Max, una especie de contenedor de madera que funciona como vivienda y puede adaptarse a distintos escenarios. Tom también es carpintero. Le gusta cortar la madera, cargarla, construir con las manos.
Dentro de unas horas Tom partirá en su 4x4 de Máncora a Tarapoto para llevar materiales e ir a supervisar su próximo lodge, pero antes visita a María para ver qué necesita. Hay un problema con un pozo de agua que Tom no tardará en solucionar. Los niños del colegio se le cuelgan del cuello y le jalan la camiseta para que no se vaya. Tom es del tamaño de un árbol para ellos. Pero, fiel a la hormiga laboriosa y persistente que inspiró el nombre de su estudio arquitectónico –EcoWekk-, Tom se marcha con todas sus ideas transformadoras en la cabeza a continuar su recorrido de lo pequeñito hacia lo grande.
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