El doctor Luis Vásquez ha convertido Yantalo, un pequeño pueblo a las afueras de Moyobamba, en el centro neurálgico de la cirugía pediátrica en la región.
Por: Verónica Ramírez Muro
Fotos: Morgana Vargas Llosa
“Observen el suelo de la plaza y verán que no hay un solo papel”, dice Luis Vásquez, señalando los basureros de colores instalados cada diez metros. Es cierto, la plaza está impoluta, lo mismo que la municipalidad, la comisaría y la posta médica. “Es el pueblo más lindo de la selva. Pusimos 60 basureros en toda la ciudad y hablamos con cada uno de los habitantes. Uno por uno: no botes papeles, lávate las manos, cuida tu higiene…”.
Luis Vásquez tiene 80 años y es médico especializado en cardiología, pero también podría ser el alcalde, el comisario, el guardabosques, el profesor, el ingeniero o el consejero de Yantalo, distrito de la provincia de Moyobamba de poco más de 2,500 habitantes.
En los últimos cinco años, Vásquez ha sembrado 28 mil árboles, ha incluido los cursos de inglés y computación en la escuela, ha contribuido a mejorar el servicio eléctrico y ha construido, a través de su fundación, Yantalo Foundation, una clínica ecológica (la única en el Perú), con equipos de anestesia, laparoscopia y torres de cirugía de última generación que permiten operar a cuatro pacientes en simultáneo. La especialidad de la clínica es la cirugía pediátrica (“Solo hay un gran hospital para niños en el Perú y está en Lima”.) y para llevar a cabo sus campañas reciben a voluntarios y médicos de Oregon, Yale, Hopkins, Stanford o London School of Tropical Medicine, entre otros.
Antes de que Vásquez se instalara en Yantalo solo había una posta médica y un doctor a tiempo parcial, un número muy limitado de medicamentos y ningún equipo para realizar una radiografía. El camino de acceso era de tierra y, cuando llovía, había que entrar a pie porque hasta las camionetas se atollaban.
Ese fue el escenario que encontró cuando vino de visita al Perú con su exesposa, Mary, hace más de diez años. Ambos, residentes en Chicago, decidieron visitar las ciudades donde nacieron sus padres y abuelos. Las raíces de Mary los llevaron a Holanda y Alemania y las de Luis a Moyobamba. El lugar era tal cual lo había descrito su madre, yantalina de nacimiento, en las historias que le contaba de pequeño. Pasados 100 años desde que la señora Adelina Soplín, madre de Luis, naciera en este lugar, todo -o casi todo- seguía exactamente igual.
Entonces, Luis tuvo una visión.
Las muchas vidas del doctor Vásquez
The Peruvian American Medical Society (PAMS), fundada en 1973, está compuesta de médicos peruanos residentes en Estados Unidos. Ellos se dedican a recolectar fondos y organizar misiones para venir al Perú a ofrecer su tiempo y conocimientos de manera gratuita. El doctor Pablo Uceda es director de una rama de PAMS en Texas y ha liderado varias misiones de ayuda médica en Ayacucho, Huancavelica y Yantalo.
“La primera vez que vi a Vásquez fue en una conferencia en el 2007. Salió a exponer y mostró fotos de la zona: un terreno, una lancha en un río, un mapa y bocetos de un proyecto para construir una clínica. Los médicos se miraban entre sí. Recuerdo que uno me dijo al oído: este tipo está soñando. Hoy puedo decir que la clínica que ha construido es extraordinaria”, cuenta Uceda.
“Yo tenía un año de jubilado y buscaba qué hacer con mi tiempo libre”, dice Luis. Antes había organizado encuentros médicos, participado en programas de educación y realizado varias misiones al Perú, donde alguna vez tuvo que operar con linternas y en situaciones bastante precarias. Pero llegó un momento en que sintió la necesidad de involucrarse en un proyecto definitivo, algo a gran escala, un reto gigantesco. No dudó en llevarlo a cabo en el lugar donde nació su madre. Así le rendiría un tributo por los esfuerzos que implican convertir a un hijo en un cirujano.
El doctor que lavaba carros para ganarse unas monedas a los 12 años siempre tuvo un alto sentido de la perseverancia y una vocación contundente. Estudió Medicina en la Universidad San Fernando de Lima y luego en Minnesota y Colorado, donde conoció a Mary y formó una familia. Vivieron y trabajaron en el Perú durante los años 80, pero volvieron a Estados Unidos expulsados por la violencia terrorista.
“Para qué ser uno más, siempre me ha gustado hacer lo que otros no hacen”, lo dice mientras recorre la clínica, por donde entra la luz a chorros por todas partes, y muestra orgulloso las columnas de colores que definen las distintas zonas: consultorios, habitaciones, cafetería. “Aquí viene mucha gente que no sabe leer ni escribir, por eso cada cosa en esta clínica tiene un color. Para que los pacientes no se desubiquen”.
Al principio de los tiempos solo tenía un terreno de pastos y ganado de 14 hectáreas cedido por la municipalidad. En 2005 puso la primera piedra, pero tardó algunos años en iniciar la construcción del edificio. El New School of Architecture and Design de San Diego se involucró en el proyecto y el equipo de arquitectos diseñó una clínica que aprovecha los flujos de aire, movimiento y luz natural. A pedido de Luis, incluyeron también una cafetería con una cocina propia de un hotel cinco estrellas.
La parte más importante de la inversión ha sido privada, personas anónimas que creyeron en el proyecto, muchos de ellos profesores universitarios y médicos. También hay donaciones específicas. Un convento de Missouri donó 20 camas clínicas nueva porque, al adquirirlas, las monjas se dieron cuenta que necesitaban otro modelo. Muchas otras personas, sobre todo norteamericanas, donan su tiempo, no solo los médicos que vienen para las campañas sino voluntarios universitarios.
La clínica ha transformado la dinámica de Yantalo. Ahora llegan personas de toda la región para curar a los más pequeños durante las campañas que organizan. Las quemaduras son un mal endémico en la zona. También se presentan muchos casos de labio leporino. Luis Vásquez explica cada uno de los casos desde la terraza de la clínica, desde donde dice haber visto hasta tres arco iris atravesar el cielo. Ha dejado definitivamente Estados Unidos y ahora vigila con la disciplina de un monje cada detalle del funcionamiento y progreso de la clínica.
Cuando empezó el proyecto no tenía todos los objetivos claros y ni siquiera estaba seguro de que podría ver la clínica terminada. Ahora le falta tiempo para buscar en todo el mundo a personas con posibilidades económicas dispuestas a ayudar.
El doctor Luis, como le dicen en el pueblo, se acerca a una vendedora de plátanos asados en la plaza. Sabe de su vida, de las enfermedades o males que aquejan a los suyos, llama por su nombre a las personas que se acercan a pasar el tiempo en compañía.
Se mantiene fuerte, lúcido y dinámico. Nadie podría adivinar que tiene 80 años. “Yo, afortunadamente, no sé qué cosa es resfriarse”. Vive solo, cocina todas las noches con una copa de vino tinto, conversa con sus hijos por Skype, cultiva aficiones como la arquitectura y la fotografía, da paseos. Son señales, pero nada llega a manifestarse como algo mensurable.
¿Cuál será el verdadero secreto de ese espíritu jovial y de una fuerza que parece brotarle del fondo de la tierra? A un ser humano promedio le harían falta muchas vidas para hacer la mitad de las cosas que ha hecho el doctor Vásquez. A él, una le sobra.
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