La comunidad nativa La Curva, en el distrito de Imaza, Amazonas, reinventa su vida cotidiana tras un derrame de petróleo ocurrido hace 3 años. La lideresa Luisa Teets vive empeñada en recuperar los sembríos y crear medios de subsistencia alternativos para las mujeres de la zona.
Por: Verónica Ramírez Muro
Fotos: Morgana Vargas Llosa
Luisa Teets tiene 45 años y lleva un paraguas para protegerse de la lluvia que está a punto de caer sobre una comunidad awajún ubicada a 15 minutos de Chiriaco, en el distrito de Imaza, Amazonas. Luisa camina por la única vía de tierra que atraviesa el poblado y señala la escuela primaria, donde un alboroto infantil celebra la llegada de la lluvia con una coreografía de saltos y risas. Unos metros más adelante se ubica el centro comunal, un espacio diáfano que alberga reuniones, festividades o mercadillos. El apu, José Walter Cuñachi, saluda a Luisa y nos da la bienvenida a La Curva, una comunidad donde habitan 196 personas en 103 hectáreas de terreno.
Apenas un kilómetro después, la curva de tierra que da nombre a la comunidad nos conduce a los campos de yucas y plátanos a orillas del río Chiriaco, pequeño brazo del Marañón. El camino llega a su fin justo donde cuatro mujeres pelan las yucas que cosecharon esta mañana. Luisa, con el paraguas ya enfundado, se sienta a conversar con ellas.
El 25 de enero de 2016 ocurrió un derrame de petróleo en la vecina localidad de Villa Hermosa, a la altura del kilómetro 441 del Oleoducto Norperuano. Los primeros días tras el derrame, el hidrocarburo quedó retenido gracias a las barreras de contención, pero la lluvia que cayó el 9 de febrero hizo que el crudo se desembalsara y tiñera las aguas del río Chiriaco hasta llegar al Marañón. Luisa, lideresa de La Curva, recuerda. “Bajó por la quebrada hasta el Marañón. Las hojas manchadas, negro ha bajado todo, los pescaditos eran puro petróleo”.
Para las mujeres reunidas hoy en la chacra, la vida ha cambiado mucho desde entonces. Luisa, recuerda. “Bajó por la quebrada hasta el Marañón. Las hojas manchadas, negro ha bajado todo, los pescaditos eran puro petróleo”.
Orfidia Mashingkash, de 55 años, sin levantar la vista del machete y la yuca, se remonta a su infancia. “Nuestros ancestros nos han criado con el río limpio, con el aire limpio, el agua pura y la salud pura. Ahora hay un cambio y ya no podemos educar a nuestros hijos para el sembrío y la pesca”, dice.
Los hijos juegan bajo el sol que de pronto ha borrado las nubes del cielo. Chapotean en el agua con alegría mientras una mujer que no recuerda su edad atraviesa el río de orilla a orilla. Se llama Hermina. Camina con el agua hasta la cintura apoyada en una caña de azúcar a manera de bastón. De la cabeza le cuelgan las asas de una bolsa tejida a mano donde lleva la fruta que recolectó durante el día.
Magna Teets, de 47 años, hermana de Luisa y madre de 10 hijos, lleva dos teteras de masato al campo. “Se pica, se sancocha, se hierve y se chanca. Antes lo preparábamos con la boca. Ahora los doctores nos han dicho que por la tuberculosis, las enfermedades contagiosas o los dientes picados es mejor hacerlo con azúcar. Tomamos en el desayuno, almuerzo y cena porque cuando está fresco no emborracha”, dice.
Las mujeres recurren al río como fuente de recursos, es el lugar donde, invariablemente, bañan a sus hijos y obtienen los alimentos para la canasta familiar. Aunque no cuentan con análisis del nivel de contaminación del agua, los comuneros perciben en los cultivos débiles y en la escacez de peces que el potencial de la naturaleza se ha visto mermado en los últimos años. El camino hacia la recuperación de los recursos es un desafío enorme para Luisa y su comunidad.
¿Dónde están los hombres?
Este es el lugar donde Luisa creció. Durante un período de su infancia, la gran familia Teets López, compuesta por 9 hijos, se mudó de Saramuro (en Loreto) a La Curva. Su madre, nacida en Chachapoyas, les habló en español desde pequeños. Su padre, en awajún, que es la lengua y la cultura con la que más se identifica. “Me orgullo de ser awajún, donde voy hablo en awajún”, dice.
Los awajún son el segundo pueblo indígena amazónico más numeroso del Perú con una población estimada de más de 55,000 habitantes en 281 comunidades ubicadas entre Amazonas, Loreto, San Martín y Cajamarca. Desde hace más de 5,000 años habitan estos territorios bajo el manto protector de los espíritus de la tierra (Nugkui), del bosque (Etsa) y del agua (Tsuqki). Su filosofía de vida, Tajimat Pujut o buen vivir, reúne sus principales fundamentos en la búsqueda de una vida plena: la espiritualidad, la armonía y el respeto a la naturaleza.
“Tratamos de mantener nuestra cultura y nuestras costumbres, desde cómo preparamos la comida. Yo recuerdo a nuestros ancestros que se vestían con su ropa típica. Eso ya no pasa”, dice.
De su infancia recuerda a su padre sembrando yuca. También cuando se iba a cazar para abastecer a su familia y como medio de subsistencia. En buena parte, así fue como costeó la educación primaria y secundaria de sus 10 hijos.
“Nuestro padre consiguió esta tierra para nosotros y empezamos a sembrar y vender plátano, yuca y manzano. Yo acá tengo mi terreno, donde también siembro y resiembro para poder mantener a mis hijos”, dice Luisa, madre de 4 hijos y abuela de 2 niños.
Ahora, los precios de la fruta han bajado considerablemente. La yuca y el plátano no solo “ya no dan” sino que tienen otro valor. “Sufrimos sembrando, macheteando, trabajamos todos los días y por 100 plátanos te dan 10 soles. La yuca es trabajosísima. Por una bolsa de 75 kilos, ¿cuánto te llevas? 25 soles, 30 soles”, dice.
Esta situación ha obligado a muchos de los padres de familia a buscar trabajo en otras comunidades. “Tengo 17 hombres que están fuera de la comunidad. Algunos comuneros padres de familia están en Madre de Dios trabajando para la educación de sus hijos”, dice el apu de la comunidad nativa La Curva, José Walter Cuñachi. Además de los 17 hombres que anunciaron viajarían por 3 meses, 4 hombres han pedido permiso por un año.
“Los hombres salen de la comunidad a trabajar porque nuestro territorio es pequeño. Ya no nos abastecemos para sembrío. Nuestros hijos están estudiando en las universidades y nosotros no tenemos trabajos profesionales para pagar sus estudios”, dice Luisa.
Hacia un futuro mejor
En la casa de Orfidia hay caldo de gallina, yuca, palmitos y chapo, una bebida a base de plátano para el desayuno. Narciza Dachap, comunera de La Curva de 54 años, prima de Orfidia, quiere contar una historia personal que suena triste, pero tiene un final feliz. Se trata de una canción, anen en awajún, para recuperar a un amor perdido. Fue tan poderoso su canto, dice, que su ex pareja no podía conciliar el sueño. Se sentía irremediablemente atraído hacia ella y así fue como volvió a La Curva a buscarla. Se unieron nuevamente y juntos tuvieron 8 hijos.
A Luisa le gusta conversar con mujeres como Orfidia y Narciza para evaluar qué actividades podrían realizar para compensar su economía. Les gustaría dedicarse más a la artesanía, a confeccionar collares de semillas, bolsos tejidos a mano y cuencos de barro.
“Como mujeres tenemos muchas actividades. Nos ocupamos de la casa, de los esposos, de los hijos, de la cocina, de los animales. Todo es preocupación, hasta cuando se acaba la leña”, dice. “El Estado tiene que reconocer a sus indígenas. En otros países son desarrollados, preparados, valorados. Aquí no”.
Desde la oficina del Centro Amazónico de Antropología y Aplicación Práctica (CAAAP) en Bagua, Gerzon Danducho, coordinador regional de Amazonas, reconoce la labor que Luisa realiza en su comunidad. “Es una lideresa que ha trabajado con algunas organizaciones e instituciones que le han ofrecido espacios de formación. Ha participado en Lima dándole voz a los afectados. Ella conoce la realidad de cómo fue y cómo está afectando a los niños”, dice.
Con respecto a la atención sanitaria de la comunidad, Danducho afirma que todavía están lejos de una evaluación concreta. “El juez ha dado una medida cautelar diciendo que tienen que atender a la comunidad. Entonces el Ministerio de Salud, a su vez, emite una resolución para implementar atenciones, medicamentos y análisis de toda la comunidad. Pero todavía no la implementan”, dice.
Luisa le abre la puerta de la cocina a Comando, el cachorro que pronto será el guardián de las gallinas y pollitos que cría en su chacra. Pela una caña de azúcar y nos enseña la piel del zorro que cazó para que no siguiera devorando a sus animales. Su hijo menor, Neyder, el único que ahora vive con ella, la ayuda con las labores del campo y de la vida cotidiana. Su marido partió hace algunos meses a trabajar a Nieva.
“Yo en el futuro quisiera que haya un cambio en mi comunidad, que tenga una mejor educación, una mejor salud, calles y un centro turístico”, dice. “Sería la casa de todos, serían casas típicas, donde enseñaríamos nuestras costumbres y venderíamos artesanías. Así tendríamos nuestros ingresos”.
Aunque, tradicionalmente, los roles más importantes dentro de la comunidad siempre los han desempeñado los hombres, hoy las mujeres están cobrando una mayor relevancia. El caso de Luisa ilumina un nuevo camino.
Cuenta la leyenda que, en tiempos remotos, la niña Nugkui fue capaz de conseguir los alimentos que su pueblo todavía no había aprendido a cultivar. Luisa quiere para La Curva lo mismo que la madre tierra, Nugkui, enseñó a los awajún: valorar la naturaleza y sus frutos: aprender a empezar de cero. Para ello, primero tiene que contribuir a curar el río, a mejorar los cultivos y a crear medios de subsistencia alternativos para las mujeres de su comunidad. Está decidida. Piensa hacerlo con la misma convicción con la que los cantos de Narciza trajeron de regreso a un amor perdido.
LA OTRA RUTA CUMPLE CON INCLUIR LA VERSIÓN DE PETROPERÚ SOBRE EL DERRAME EN CHIRIACO
1. El derrame de petróleo fue causado por fenómenos naturales (el movimiento de un cerro), no por otros motivos.
2. Los afectados directos (agricultores) fueron debidamente indemnizados a su completa satisfacción.
3. Luego de concluidas las tareas de remediación, los estándares de calidad ambiental (ECA) efectuados revelan que a la fecha no hay problemas de contaminación en la zona.
4. La población fue atendida durante la emergencia: se les brindó agua, alimentos y atención médica preventivamente. No se diagnosticaron casos de daños a la salud en la población a causa del derrame, sino enfermedades endémicas pre existentes en la zona.
5. Hubo importantes beneficios económicos para pobladores gracias al empleo generado temporalmente por los trabajos de remediación ambiental.
6. Las omisiones mencionadas y la falta de comprobación de varias afirmaciones presentadas en el video, terminan dejando la sensación de que los actuales problemas económicos y de salud de la población son generados por la industria petrolera; cuando no es el caso.
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