No hay ideología que valga frente a la realidad impuesta por la pandemia: el valor de la salud y la dignidad del trabajo.
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Podemos aspirar a que la salida del canciller Héctor Béjar despeje el camino hacia políticas públicas que enfrenten los problemas que afectan urgentemente a nuestra población: la lucha contra la pandemia y la reactivación económica. Resulta deplorable imaginar la energía y el tiempo gastados en torno a una crisis provocada por las declaraciones de una persona que no era la indicada para liderar negociaciones de compra de vacunas. La diplomacia tiene que adaptarse a las necesidades cambiantes de la sociedad, como lo evidenció el ex-canciller Alan Wagner al decir que las negociaciones con las empresas farmacéuticas fueron las más difíciles de su larga carrera en Torre Tagle. Si no aceleramos el ritmo de la vacunación corremos el riesgo de que la prevalencia de la variante Delta nos arrastre a un nuevo pico de infecciones que nos obligue a contar miles de muertos por carecer de una cama UCI o de acceso a oxígeno medicinal.
La misma urgencia se hace sentir en el plano económico. Es muy oportuno que el gobierno distribuya un bono de supervivencia a los más vulnerables, pero sería mejor ofrecerles empleo. Y no es el Estado el que crea puestos de trabajo, sino la inversión privada y la tendencia natural a crear empresas. El ministerio de Economía ha anunciado el restablecimiento de la disciplina fiscal para limitar la tasa de endeudamiento y déficit públicos. Son medidas que inspiran confianza, pero faltan señales más claras para disipar el temor de los inversionistas. No hay ideología que valga frente a la realidad impuesta por la pandemia: el valor de la salud y la dignidad del trabajo.
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