El Padre Pistolas no tendrá la oportunidad de cruzarse con el Papa Francisco. El obispado no acepta su estilo irreverente y confrontacional.
El Papa Francisco se encuentra de visita en México y ya ha llenado estadios, iglesias y pronto visitará una cárcel. Miles de fieles y seguidores hacen hasta lo imposible por conocerlo y tocarlo, pero existen algunos que por más que quieran no podrán ni acercarse al Sumo Pontífice. El Padre Pistolas es uno de ellos.
Alfredo Gallegos, el Padre Pistolas, es el irreverente cura de un pueblo de Michoacán que oficia misas armado para defenderse de los delincuentes y narcotraficantes. De ahí proviene su peculiar sobrenombre.
El Padre Pistolas vive en los márgenes de la jerarquía católica, su forma de predicar es poco convencional y no le tiembla mano para criticar a sus colegas y hablar sobre el narcotráfico. Esto último, en Michoacán, puede ser sinónimo de muerte. En la diócesis de Apaztingán, epicentro del conflicto entre autodefensas y el cártel de Los Caballeros Templarios, cinco sacerdotes han sido asesinados en los últimos quince años.
Según informa el diario El País, en las parroquias en las que estuvo Alfredo Gallegos llevó luz y agua, asfaltó carreteras. Da catequesis a las prostitutas de Morelia y visita la cárcel para aliviar la conciencia de los presos. "Esta iglesia estaba abandonada y él la rescató. Hay otra que también está arreglando. Al principio chocaban sus groserías pero ya estamos acostumbradas", confiesa una feligresa.
Al parecer esta forma de llevar su vida parroquial no es del agrado de la iglesia mexicana, ya que desde el obispado le han pedido que se mantenga lo más lejos posible de los actos en los que participará Francisco en dicha localidad.
En el mismo armario donde guarda el copón y las hostias se puede encontrar una pistola calibre 45 y un rifle. Consultado si tiene licencia para portar armas, él responde que la del Señor es suficiente.
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