Dentro de un mundo cada vez más sedentario, una sencilla práctica como la de subir las escaleras puede cambiar de manera importante la salud de las personas.
Nuestra historia como homínidos se remonta a unos 2,5 millones de años. Desde entonces, nuestro genoma se moduló y refinó durante millones de generaciones en un entorno en el que el sedentarismo y la inactividad física eran sinónimo de extinción.
Respecto al sedentarismo, la OMS lo definió en 2002 como poca agitación o movimiento. En relación a la inactividad física, señaló a la persona que no cumple con los mínimos de actividad física moderada o vigorosa establecidos en las directrices de la OMS de 2020.
Nuestros genes se adaptaron para expresarse en favor del movimiento como un mecanismo de supervivencia. Los que no lo hicieron, desaparecieron. Durante más del 99 % de nuestra existencia, hemos sido cazadores y recolectores.
¿Moverse para alimentarse?
Pero el comportamiento sedentario con el que hoy en día convivimos provoca que los genes desarrollados durante millones de años se manifiesten de forma anormal, provocando desequilibrios en la homeostasis corporal. Hoy en día, ya no es necesario movernos para alimentarnos, por lo que podemos concluir que se ha roto el binomio de actividad física y alimentación.
En las inmediaciones del lago Eyasi, cerca del Parque Nacional Serengueti (Tanzania), habita una de las últimas tribus de cazadores recolectores de la Tierra, denominada los Hadza.
Esta tribu realiza entre 125 y 135 minutos diarios de actividad física de intensidad moderada o vigorosa para sobrevivir. Se ha observado que en dicha tribu no existen evidencias de factores de riesgo cardiovascular muy consolidadas.
Otra tribu, los Tsimane, esta conformada por una población boliviana que utiliza un estilo de vida de subsistencia basado en caza, recolección de alimentos, pesca y agricultura. En esta dinámica, a pesar de tener una alta probabilidad de padecer procesos infecciosos, tienen pocos factores de riesgo de enfermedad cardiovascular.
Estos hallazgos sugieren que las enfermedades cardiovasculares se podrían evitar en la mayoría de los casos. Así sería más sencillo llevar una vida con bajos niveles de colesterol, presión arterial baja y glucosa en sangre normal. Para ello también deberíamos mantener un índice de masa corporal normal, no fumar y realizar mucha actividad física.
Recordemos que el naturalista Charles Darwin, allá por 1859, en su libro El origen de las especies, escribió: “Las especies que sobreviven no son las más fuertes, sino aquellas que se adaptan mejor al cambio”.
Las consecuencias nefastas del comportamiento sedentario
El aumento de estos comportamientos sedentarios se basa principalmente en tres tendencias:
El envejecimiento de la población.
La rápida urbanización.
La globalización.
La esperanza de vida seguirá aumentando pero no demasiado. Por tanto, si no podemos prolongar mucho más la cantidad de vida, deberíamos focalizar la atención en su calidad.
En los últimos años, los estudios han demostrado que los numerosos patrones de sedentarismo actuales provocan un aumento exponencial de las tasas de riesgo de morbimortalidad.
Uno de los principales factores de riesgo de muerte prematura en las enfermedades no transmisibles (enfermedades cardiovasculares, pulmonares, cáncer, diabetes…) es la inactividad física. A ella se atribuyen 1,6 millones de muertes anuales en países de renta media (en el mundo son 3,2 millones) y es la cuarta causa de muerte en el mundo. Este es el motivo por el que algunos investigadores han llegado a denominar a la actividad física como la auténtica polipíldora.
¿Qué entendemos por actividad física?
Teniendo en cuenta todo esto, parece obvio que aumentar nuestra actividad física con tareas tan sencillas como utilizar las escaleras en vez del ascensor, pararnos en la anterior parada de metro o autobús e ir caminando a casa, utilizar desplazamientos activos en vez de eléctricos, optar por el pequeño comercio frente a la compra por internet, levantarse de la silla cada 20 minutos, etc. aumentará nuestra actividad de termogénesis no relacionada con el ejercicio. Este último estaría más relacionado con tareas estructuradas y con un objetivo marcado, como realizar ejercicios específicos de fuerza.
El NEAT (Non-exercise activity thermogenesis) es el gasto energético diario empleado en cualquier actividad no considerada como ejercicio físico. Es decir, el resto de actividades que realizamos a lo largo del día.
Aunque los beneficios serían mayores si los complementamos con tareas de más alta intensidad, cada actividad física cuenta. Esta puede integrarse en el trabajo, las actividades deportivas y recreativas o los desplazamientos a pie, en bicicleta o en algún otro medio de movilidad personal no asistida, así como en las tareas cotidianas y domésticas.
Esta actividad física provoca una cascada de procesos fisiológicos y proporciona mejoras sustanciales tanto en la prevención como en el tratamiento de numerosas enfermedades. Además, ralentiza el envejecimiento de nuestras células.
Un ejemplo lo podemos observar en Holanda. Allí, la costumbre de utilizar como medio de transporte la bicicleta evita unas 6 500 muertes al año. Como consecuencia, se estima un beneficio anual al sistema de salud de 19 000 millones de euros, además de alargar la vida media de los holandeses en medio año.
Más bicicletas y menos motores
A nivel internacional, existen buenas prácticas en el ámbito sanitario, como el ejemplo francés, el suizo o el neozelandés. La importancia del entorno en los hábitos de actividad física ha sido analizada por varios autores, que han planteado un modelo ecológico que favorece la calidad de vida de la población.
Por otro lado, el diseño de ciudades activas provocaría un retorno económico en los sistemas de salud mundiales. En materia de transporte, la estrategia actual planteada en Londres es un buen ejemplo a considerar. Esta sitúa el eje de la misma en los beneficios que puede acarrear la actividad física en términos sanitarios, centrándose en construir calles saludables. El proyecto pretende que la población llegue hasta un 80 % de los desplazamientos caminando, en bicicleta o en transporte público para 2041.
Por su parte, en Dinamarca estiman que el uso de la bicicleta evita 3 328 casos de diabetes mellitus II, 5 242 enfermedades cardiovasculares, 2 205 cánceres y 6 189 muertes anuales.
Teniendo en cuenta la perspectiva evolutiva, podemos concluir que estamos diseñados para movernos y que cuando no lo hacemos aumentan las probabilidades de morbimortalidad. Por eso, deberíamos intentar practicar actividades para las que estamos diseñados, partiendo de un modelo transversal de promoción de la actividad física para la salud.
Ya lo decía Hipócrates (460-360 a. e. c.): “Si pudiéramos dar a cada individuo la cantidad exacta de alimento y ejercicio, ni demasiado, ni demasiado poco, habríamos encontrado el camino más seguro hacia la salud”.
Xabier Río de Frutos, Ph.D Docente e Investigador de la Facultad de Educación y Deporte (Equipo HelthPASS), Universidad de Deusto
Este artículo fue publicado originalmente en The Conversation. Lea el original.
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