En el año 1998, Juan Linz y Arturo Valenzuela publican un texto clásico de perspectiva comparada donde analizan la crisis del presidencialismo en las Américas. De acuerdo con estos autores, la ciencia política europea y estadounidense se ha enfocado en causas sociales, económicas, culturales y políticas para explicar las crisis y quiebres democráticas. Sin embargo afirman que “prácticamente no se menciona el papel que los factores institucionales hayan podido tener en esas crisis.” Para ellos, un elemento clave que socava la estabilidad de las democracias tiene que ver con cómo se han diseñado las instituciones políticas de un país.
Según los citados investigadores, existen dos particularidades fundamentales en los regímenes presidenciales: la primera es que tanto el presidente como el congreso tienen legitimidad democrática, pues ambos han sido electos por sufragio popular. En ciencia política a este fenómeno se le denomina “legitimidad democrática dual”. La segunda característica es que tanto el Poder Legislativo como el Ejecutivo son elegidos por un periodo fijo, concepto llamado “rigidez del sistema presidencial.” Para Linz y Valenzuela, estas dos características generan la mayoría de los problemas de estabilidad en los sistemas presidenciales.
Bajo esta óptica, en la legitimidad democrática dual existe un conflicto político latente ya que no hay criterio que pueda decidir quién representa la voluntad popular. En sociedades con instituciones débiles y polarizadas esto puede estallar dramáticamente. Por otra parte, la rigidez del sistema presidencial imposibilita llevar a cabo reajustes en situaciones políticas graves. Si nos enfrentamos a escenarios de profunda ineptitud, alta corrupción o pérdida de confianza, reemplazar o sacar a un presidente requiere medidas extremas o traumáticas que atentan contra la estabilidad misma del régimen democrático.
La perpetua crisis política que sufre nuestro país tiene mucho que ver con los dos aspectos identificados por Linz y Valenzuela, aunque agravados por las nocivas particularidades del diseño institucional peruano.
Recordemos que la Constitución de 1993 convirtió al parlamento en un hemiciclo unicameral, eliminando el senado. Este factor ha exacerbado los problemas generados por la legitimidad democrática dual, al favorecer la sobrerrepresentación de partidos con baja votación. En las últimas elecciones, Perú Libre se convirtió en la primera fuerza en el congreso con apenas el 13.41% de los votos válidos.
En relación con la rigidez del sistema presidencial, la teoría nos indica que en la mayoría de casos, la reelección es un elemento positivo para la estabilidad política. Linz y Valenzuela indican que si un presidente no puede ser reelecto, se reduce la rendición de cuentas. Vale decir, no hay manera de castigarlo o premiarlo electoralmente. De igual forma, la no reelección es aún más dramática en el parlamento, ya que este debe ser entendido como un “vivero de futuros líderes”. Al no haber reelección se deja el manejo de la res pública a un grupo de “amateurs” que en poco tiempo deben familiarizarse con la maquinaria estatal.
En este escenario, las particularidades de la política peruana vuelven a atentar contra la estabilidad del sistema democrático. A diferencia de varios de sus vecinos latinoamericanos, en el Perú no existe un sistema de partidos mínimamente consolidado, por lo que la calidad de los representantes que llegan al congreso es de muy bajo nivel, agravando los niveles de desafección de la ciudadanía.
A manera de conclusión, es altamente probable que el establecimiento del senado y la reelección congresal, agraven y profundicen los niveles de inestabilidad y desafección política en nuestro país, a razón de la precariedad extrema del sistema de partidos en el Perú.
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