Más allá de considerar el impacto de cada cambio relevante en nuestra sociedad, es importante analizar la velocidad con el que este se produce. Por ejemplo, para llegar a un público meta de 50 millones de usuarios, la radio tardó cerca de cuarenta años; la televisión, un poco más de diez; y la internet, menos de cuatro.
El gran concepto de la revolución tecnológica que enmarca estos cambios se ha acelerado como consecuencia de la COVID-19, impactando a todos los sectores, prácticamente, donde la educación no ha sido excepción. A propósito, destaco cuatro cambios que hoy vemos en ella:
1.- Adecuaciones al target. Un concepto básico de la mercadotecnia es que un producto o un servicio debe adecuarse al mercado, no al revés. Es decir, no se trata de vender lo que produzco, sino de producir aquello que el mercado demanda. En el mundo de la educación escolar y universitaria, los alumnos del siglo XXI son “nacidos digitales”. Por consiguiente, la oferta académica para ellos —léase, contenidos, metodología, etc.— debe adecuarse a este nuevo perfil de estudiante. Así, la institución académica y la plana docente en particular deben estar adecuadas a estas características de su público.
2.- Valor repotenciado. En América Latina, la percepción del público en general sobre la educación virtual era la de un producto/servicio de menor calidad, poca exigencia y más económico. Pero muchos han descubierto que, a veces, es todo lo contrario. Una oferta académica virtual con las herramientas tecnológicas correctas y los capacitadores preparados puede ser sumamente valorada por los estudiantes. Algunas de las mejores escuelas del mundo —Yale, Harvard, entre otras— otorgan títulos a nivel de pre y postgrado 100 % virtuales, con el mismo nivel de exigencia que la oferta presencial. Es más, el título que se otorga no diferencia si la modalidad fue presencial o virtual. Su gran prestigio está de por medio. En Lima, por citar un ejemplo, una megaciudad (con más de 10 millones de habitantes), la educación virtual, progresivamente se va haciendo más apetecible, considerando variables como el tiempo, las distancias, los costos, el estrés, la seguridad, entre otros. Luego de la pandemia, sin duda, la presencialidad tendrá menor peso en las ofertas académicas de muchas instituciones educativas de distinto nivel.
3.- Nuevas aptitudes. Antes, acceder a la información no era fácil y era algo costoso. Hoy en día, en cambio, las redes permiten acceder a muchísima información a costo prácticamente nulo. De esta manera, lo que hoy prima es el rol facilitador y motivador del docente para lograr en los alumnos la capacidad de análisis de la información, el pensamiento crítico, el espíritu cooperativo, el empuje emprendedor y mucho más.
4.- Pilares renovados. Las instituciones académicas ya no deben considerarse como impartidores de contenidos e información, sino formadores de personas. Ello al ser parte de un sistema basado en cuatro pilares: la institución académica, el docente, el alumno y la familia. Dentro de este esfuerzo articulado, lo central es la formación de los valores. La mejor manera de transmitirlos no es enunciándolos y repitiéndolos, sino practicándolos.
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