Si la ciencia política es en verdad ciencia y no algo risible e inútil, razonaba el sabio Protágoras de Abdera, en los albores de la filosofía, entonces debemos pensar que tiene alguna utilidad para las personas que se integran y organizan en comunidades para crear las instituciones políticas que sirven al gobierno y al bien común.
Si la ciencia política no sirve a su propósito: explicar el fenómeno político, ¿será que pueda servir para otra cosa? Protágoras razonaba que el conocimiento adecuado de la realidad es posible a través de las ciencias: en la medida en que las ciencias pueden ser interdisciplinarias, en la misma medida cada ciencia puede compartir su saber especializado y específico con las demás para llegar a una comprensión compleja del fenómeno. El estudio científico de los fenómenos y el diálogo interdisciplinario consolida un saber. Si bien cada ciencia manifiesta lo que le es propio, todas las ciencias coinciden en que buscan soluciones inteligentes para los problemas que asumen y enfrentan como sus desafíos cognitivos. Algo, en suma, se entiende del fenómeno.
El conocimiento humano es bien limitado. Para Protágoras, reconocer el límite del conocimiento es vital y necesario para el ejercicio de la ciencia que construye el pensamiento crítico. Profundas e irreversibles han sido las consecuencias de distinguir científicamente entre la luz y las sombras, por ejemplo, aun cuando pueda parecer que se trata de una distinción pueril. Es sensato reconocer que la organización social es condición de posibilidad para el cultivo de la ciencia.
La filosofía surge en la Grecia como reacción contra las tendencias demagógicas y relativistas. El desarrollo científico de la inteligencia filosófica sienta la base para una crítica de las instituciones sociales, educativas, productivas y políticas. Por primera vez en la historia humana el poder político es sentido y pensado como resultado de interacciones interpersonales, intersubjetivas, puramente humanas. Hoy en día no se nos ocurre pensar que el poder secular emane de alguna divinidad ignota. La ciencia política es resultado y consecuencia de la maduración de la ciencia, la razón y la evolución social que ayudaron a concebir el poder político no ya como divino, sino como secular, humano.
Gracias a esa apertura en la comprensión del poder político, los más renombrados filósofos e intelectuales griegos se entregaron a la tarea de pensar la función pública, a juzgar por los testimonios de Pericles, como un ejercicio de servicio en favor de los más vulnerables y los más desposeídos. Asimismo, por primera vez es posible pensar, con Sócrates, en un ideal de la función pública y del funcionario público. La filosofía política posterior se apropia de esta idea nuclear y la desarrolla de distintos modos desde San Agustín y Santo Tomas, en la edad media, hasta Hobbes, Rousseau y Hegel, en la época moderna.
En el entendido que hay una dimensión social irreductible, que las instituciones, desde las educativas hasta las judiciales, procuran no solo hacer llevadera la vida, sino también brindar las condiciones de posibilidad para la máxima realización de los talentos y virtudes humanas, en buena cuenta, todo el esfuerzo de la ciencia política puede resumirse en la intención de crear instituciones capaces de cuidar efectivamente de lo humano. Teorías más recientes como las de Axel Honneth añaden que ese cuidado implica el cuidado del hábitat y el reconocimiento de su vulnerabilidad ante el ser humano.
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