El filósofo alemán Martín Heidegger indicó en su obra Ser y tiempo que la pregunta fundamental que debía ser restituida en el pensamiento era la pregunta entorno al Ser. Continuando esa senda de pensamiento, Karl Jaspers indicará en su texto Filosofía I, que la intuición del mundo es siempre el yo mismo como horizonte ontológico. Años más atrás, Karl Marx (Ideología Alemana), indicará que la vida no es determinada por la conciencia, sino que más bien la vida es la que determina a la conciencia. Pero la refutación antihegeliana no significa desconocer la metafísica existencialista, creemos que una forma de asimilar lo espiritual, lo religioso, lo moral, fue reformado al «historizarse» en las relaciones productivas entre los hombres desde el enfoque materialista de la historia; sin embargo, el cuestionamiento de la existencia y la consternación sobre la perplejidad del Todo se mantiene. Si el individuo productor (proletario) piensa inevitablemente sobre su existencia, el trabajo vendría asociado como la acción de ser un ser en el mundo.
El individuo al meditar en su existencia arriba a un horizonte ontológico. K. Jaspers definía este arribo cognitivo como de pensamientos anónimos, esto es, un pensamiento en el que todo individuo empírico medita. Si retrocedemos más en el tiempo, hacia el siglo I de la era cristiana, Séneca (Cartas a Lucilio) recomienda ya cómo apagar el sufrimiento de la vida. Al parecer, el problematizar al individuo empírico siempre nos remite al problema del homo æternitatis, pues si el mundo es eterno, ¿lo será el hombre? El individuo, en la intuición de sí mismo en el mundo, se entiende como un ser finito.
La relación que el mamífero hombre ha construido con el mundo es un dato prehistórico, que remite a la primigenia relación del hombre con la herramienta: con determinada herramienta influyo sobre el mundo, puede pensar un individuo determinado. Si la relación con el ser es la demanda de una guía sobre el mundo, ¿qué grado de conciencia existencial acusa aquel hombre que ha hilvanado al significado de su mundo, el mundo de su trabajo, al momento que interpreta su lugar en el Ser?
Al parecer el hombre, a través de su ser empírico, se encuentra ante un dilema, o interpreta su ser en el mundo como un ser productor demandante de trabajo y signa el sentido de su existencia desde ese vínculo, y si ese sentido se vulnera entonces la resolución es una revolución; o interpreta su ser en el mundo como una relación de sucesiva incógnita entonces la salida sería acaso una resolución existencialista.
Quizá lo fundamental sería cómo lograr que los individuos de cada generación logren llegar a una interpretación clara o reconfortante de su ser en el mundo. Aunque eso no nos otorgue ninguna certeza de la resolución de sus actos, tal vez orientar el sistema educativo para que el ser en el mundo sea un punto de partida, y no un arribo de pensamiento la mayoría de las veces. Ciudadanos que tengan como «idea innata» su condición de Dasein. Quizá no el impulso de la mortalidad lleve a una conducta ajustada al régimen de producción, sino la certeza de aquella es la que orientaría al uso óptimo de los insumos en la producción de una sociedad.
Finalmente, ¿qué idea rectora puede guiar la relación del hombre con el mundo? La religión es un camino de respuesta para la inquietud metafísica. Pero el misterio, en tanto que nunca resuelto, impulsará el desarrollo de la Ciencia. Este sería el momento en el que la política (como ejercicio que busca el interés individual y la convierte en una actividad estéril), deje el lugar a lo político (como actividad política vinculada a una filosofía de perfectibilidad humana). La educación es la institución desde la cual apremia siempre ese énfasis del hombre en relación con el mundo.
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