En la historia de la filosofía existe un momento de pausa respecto a cómo se conoce la naturaleza. Esa pausa la otorgará el movimiento sofista en el remoto siglo V a.c., cuando uno de sus más altos exponentes, Protágoras, sentenció: El hombre es la medida de todas las cosas. A partir de ese instante, el conocimiento oscilará de un basamento mágico a otro racional, transitando por el periodo medieval, cuyo basamento del conocimiento fue la religión.
Dicho esto, aunque a grandes rasgos, habría que enfatizar una relación de fondo: la inequívoca necesidad de que la teoría o interpretación proviene del razonamiento humano con respecto a la “objetividad” del mundo. Sin embargo, si el hombre es la medida de las cosas, conviene entonces preparar al hombre para, como unidad de medida, nos procure la ponderación e interpretación teórica que más se acerque a la verdad de las cosas. ¿Cómo preparar al hombre? ¿Con respecto a qué existiría un apremio de medida, en tanto verdad u orden?
Una teoría es un sistema de ideas. El Estado, como entidad inevitable de organización de los actos humanos, reposa sobre una teoría construida a la medida del hombre de su tiempo. Pero si el Estado implica la constitución de un pacto social entre los hombres, conviene que el pacto tenga una perduración en el tiempo, a fin de que establezca un orden (medida) de los actos sociales y procure su preservación. Entonces, al parecer existiría un apremio en organizar el mejor Estado posible a fin de que prepare al hombre como unidad de medida cabal.
Es así como podríamos justificar la existencia de la burocracia, como el conjunto de seres humanos que procura mantener el orden que pondera a los sociales. La teoría que interpreta este orden estatal, sería el Derecho, es decir, las normas orgánicas. Esta relación recíproca entre hombre, medida (teoría) y Estado, sin embargo, por el carácter de permanencia en el tiempo, enfrenta el permanente cambio que acusan las distintas capas sociales, que bien podrían describirse como el espacio en el que bullen diversas formas de querer interpretar o medir el mundo.
Esta situación podría darnos una idea de, por ejemplo, el desfase que podría existir entre una Constitución (un pacto social determinado) y determinadas capas sociales (que en su momento o no participaron del consenso de la medida, o ésta, ya no procura un orden representativo de los actos sociales).
Así, tendríamos, a distintas microburocracias, minorías organizadas, enfrentadas que buscan mantener o cambiar un determinado orden y que preparan a sus cuadros para tal fin. Esto sería transversal a todo el volumen del Estado (sectores Salud, Educación, Producción, Comercio, etc.) aunque su agudización se presentaría cada cierto tiempo en su historia. En el caso peruano, por ejemplo, en los años 1933, 1968, 1979, 1992, 2000. En esos años, un orden determinado sustituyó a otro, es decir, una medida del mundo por otra.
¿Qué sucede si una minoría organizada no acata por diversas razones un consenso de medida, es decir, la Constitución de un orden estatal determinado? Quizá la respuesta a esta pregunta esté asociada a la formulación de una pregunta previa, ¿Cómo preparar al hombre, medida de las cosas? Si un sujeto no acata el orden es un desobediente, pero, si una minoría social-organizada de forma sistemática no acata el orden, entonces se declararía “antisistema”. Así, la preparación del hombre, como medida de las cosas, puede tomar dos claros caminos, o se le prepara para quebrantar el orden (injusto), o se les prepara para mantener un orden (justo o injusto). Pero, quisiéramos enfatizar, esta disyuntiva no se reduce a la simple confrontación política entre mayorías contra la dictadura de las minorías, sino a esclarecer el camino para poder encontrar una medida integradora de los actos sociales en y desde el seno del Estado. En todo caso, se podría comenzar por la asociación fuerte entre medida y democracia.
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