Hace sesenta años, el 14 de octubre de 1962, se desencadenó una gravísima crisis internacional que pudo ser el episodio más destructivo en toda la historia de la humanidad. Graham Allison, uno de los más renombrados estudiosos de esta crisis, resumió así su gravedad y su desenlace: “No hay parangón histórico para estos trece días de octubre del año 1962 durante los cuales los Estados Unidos y la Unión Soviética se balancearon sobre el precipicio de la guerra nuclear. Si esta hubiera sobrevenido, habría acarreado la muerte de 100 millones de norteamericanos, de más de 100 millones de rusos y de millones de europeos. Además, las calamidades naturales y las inhumanidades de la historia anterior se hubieran tornado insignificantes. […] parece milagroso que ese desenlace haya podido evitarse”.
Recordar ese angustioso episodio no es solamente un ejercicio de memoria histórica, ya que tiene -lamentablemente- demasiada actualidad. Hace pocas semanas, el presidente ruso Vladímir Putin, en el contexto de su cada vez más evidente fracaso militar en la ilegal ocupación de Ucrania, sostuvo que “utilizaremos todos los medios a nuestra disposición” (lo que incluye armas nucleares) para defenderse. A su turno, el presidente estadounidense, Joseph Biden, respondió que no cree que Putin “esté bromeando cuando habla sobre el uso de armas” semejantes y que “no nos hemos enfrentado a la perspectiva del Armagedón como la de ahora, desde [...] la crisis de los misiles en Cuba”.
Recordemos los hechos: pocos meses después que Fidel Castro depuso al régimen de Fulgencio Batista y se convirtió en jefe de gobierno de Cuba, altas esferas del gobierno de los Estados Unidos se abocaron al objetivo de deponerlo, patrocinando actos de ataques armados y sabotajes dentro de la jurisdicción isleña. El punto culminante de esos empeños fue la fracasada operación paramilitar de la Bahía de los Cochinos, organizada por la CIA bajo directa autorización del presidente Kennedy, realizada el 17 de abril de 1961. Esta consistió en el intento de invasión masiva de Cuba por 1,400 emigrados cubanos que habían sido entrenados bajo el patrocinio de la CIA. La operación resultó un total fiasco, y los invasores se rindieron a menos de 24 horas de iniciada la aventura. 114 invasores fueron muertos en combate, y alrededor de 1,100 fueron capturados.
De cara a tales antecedentes, en julio de 1962, Nikita Krushchev, el primer ministro soviético, suscribió un acuerdo secreto con Fidel Castro, el jefe de estado cubano, para instalar en Cuba misiles nucleares a efectos de contener cualquier intento futuro estadounidense de invadirla. Diversos silos para albergar misiles empezaron a ser construidos alrededor de agosto de ese año, y los servicios de inteligencia de Estados Unidos prontamente detectaron la presencia de armamento militar soviético en Cuba. El 4 de septiembre de 1962, el presidente Kennedy formuló una advertencia pública contra la introducción de armamento ofensivo en la isla. El 14 de octubre de ese año, un avión U-2 estadounidense tomó aerofotografías que mostraban claramente silos en territorio cubano para misiles balísticos nucleares de rango mediano e intermedio, en proceso de construcción. Al día siguiente, las fotos fueron entregadas a la Casa Blanca y la crisis inmediatamente se acrecentó.
El presidente Kennedy convocó a sus asesores más cercanos para considerar opciones y definir un curso de acción ante la crisis. Algunos asesores, incluidos todos los Jefes del Estado Mayor Conjunto militar, abogaron por un ataque aéreo para destruir los misiles, seguido de una invasión estadounidense de Cuba; otros favorecieron severas advertencias a Cuba y la Unión Soviética. El presidente se decidió por una opción intermedia. El 22 de octubre ordenó una “cuarentena” naval de Cuba. El uso de la “cuarentena” distinguía legalmente esta acción de un bloqueo, que suponía la existencia de un estado de guerra; el uso de “cuarentena” en lugar de “bloqueo” también permitió a Estados Unidos recibir el apoyo de la Organización de los Estados Americanos.
Ese mismo día, Kennedy envió una carta a Krushchov en la que declaraba que Estados Unidos no permitiría el envío de armas ofensivas a Cuba, y exigía a los soviéticos que desmantelaran las bases de misiles ya en construcción o terminadas, y que regresaran todas las armas ofensivas a la URSS. La carta fue la primera de una serie de comunicaciones directas e indirectas entre la Casa Blanca y el Kremlin durante el resto de la crisis. Esa misma noche, Kennedy declaró en un mensaje televisado: “Será política de esta nación considerar cualquier misil nuclear lanzado desde Cuba contra cualquier nación del Hemisferio Occidental como un ataque de la Unión Soviética a los Estados Unidos, que requiere una respuesta de represalia total contra la Unión Soviética”.
El 24 de octubre, Kruschov respondió al mensaje de Kennedy con una declaración de que el “bloqueo” estadounidense era un “acto de agresión” y que se ordenaría a los barcos soviéticos con destino a Cuba que continuaran. Sin embargo, durante los días 24 y 25 de octubre, algunos barcos dieron la vuelta a la línea de cuarentena; otros fueron detenidos por las fuerzas navales de los Estados Unidos, pero no contenían armas ofensivas y, por lo tanto, se les permitió continuar. Mientras tanto, los vuelos de reconocimiento estadounidenses sobre Cuba indicaron que los sitios de misiles soviéticos estaban a punto de estar listos para operar. Sin un final aparente de la crisis a la vista, las fuerzas armadas estadounidenses elevaron su nivel de aprestamiento bélico, lo que significaba que la guerra era inminente. El 26 de octubre, Kennedy dijo a sus asesores que parecía que solo un ataque de Estados Unidos contra Cuba eliminaría los misiles, pero insistió en darle un poco más de tiempo a la opción diplomática. La crisis había llegado a un virual callejón sin salida.
Sin embargo, esa misma tarde el corresponsal de la cadena televisiva ABC News, John Scali, informó a la Casa Blanca que un agente soviético lo había contactado sugiriendo que se podría llegar a un acuerdo en el que los soviéticos retirarían sus misiles de Cuba si Estados Unidos prometía no invadir la isla. Simultáneamente, Krushchov le envió un mensaje a Kennedy esa misma noche, planteando el espectro del holocausto nuclear y proponiendo una solución similar a la que había recibido el corresponsal Scali. “Si no hay intención de condenar al mundo a la catástrofe de la guerra termonuclear, entonces no solo relajemos las fuerzas que tiran de los extremos de la cuerda; tomemos medidas para desatar ese nudo. Estamos listos para esto”, señaló Krushchov en su misiva.
Pero la esperanza de estar avanzando hacia una solución duró poco: al día siguiente, 27 de octubre, Krushchov envió otro mensaje indicando que cualquier acuerdo debía incluir la retirada de los misiles Júpiter que Estados Unidos había instalado en Turquía; y ese mismo día fue derribado sobre Cuba un avión de reconocimiento U-2 de los Estados Unidos. Mientras Kennedy y sus asesores procuraban agotar las pocas opciones diplomáticas restantes para resolver la crisis, los preparativos para un ataque militar a Cuba seguían avanzando. Como resultado de las deliberaciones entre Kennedy y sus asesores, se acordó ignorar el segundo mensaje de Krushchov y responder únicamente al primero. Esa noche, Kennedy expuso en su mensaje al líder soviético los pasos propuestos para el retiro de los misiles soviéticos de Cuba bajo la supervisión de las Naciones Unidas, y una garantía de que Estados Unidos no atacaría a Cuba. En forma separada y secreta, Kennedy prometió a Krushchov el retiro de los misiles Júpiter que Estados Unidos había instalado en Turquía, lo cual solamente alcanzó conocimiento público años después.
A la mañana siguiente, 28 de octubre, Krushchov emitió una declaración pública anunciando que los misiles soviéticos serían desmantelados y retirados de Cuba. La crisis había terminado pero la cuarentena naval continuó hasta que los soviéticos acordaron retirar sus bombarderos IL-28 de Cuba y, el 20 de noviembre de 1962, Estados Unidos puso fin a su cuarentena. Los misiles Júpiter estadounidenses se retiraron de Turquía en abril de 1963.
La gravedad de esta crisis dejó algunas lecciones duraderas. A efectos de mejorar la comunicación en situaciones críticas entre ambos países, se instaló el llamado “teléfono rojo”, para facilitar que los gobernantes de los Estados Unidos y la Unión Soviética pudiesen comunicarse pronta y directamente. Además, al haberse acercado peligorsamente al borde del conflicto nuclear, ambas superpotencias comenzaron a reconsiderar los riesgos de la carrera armamentista nuclear, y dieron los primeros pasos para acordar un Tratado de Prohibición de Ensayos Nucleares.
Pese a los esfuerzos diplomáticos realizados por ambos gobiernos, fue inmensa la probabilidad de una guerra total y universalmente devastadora, la Tercera Guerra Mundial, esta vez de carácter nuclear. En 1969, el exsecretario de Estado Dean Acheson, asesor de Kennedy durante la crisis, reconoció que la guerra nuclear se evitó gracias a la "simple suerte tonta". En efecto, luego se conoció que durante esta crisis dos misiles nucleares estuvieron a punto de ser disparados, una vez por militares estadounidenses y otra vez por soviéticos, y que la determinación de un solo oficial en cada caso evitó el desastre.
Recordar cuán cerca estuvo la humanidad de su aniquilación total durante la Crisis de los Misiles en Cuba debiera redoblar nuestra determinación como ciudadanos del mundo para condenar al déspota ruso Vladimir Putin en su ilegal acción militar contra Ucrania, ahora que él demencialmente ha amenazado a toda la humanidad con ordenar el uso de armas nucleares. Con vergüenza tenemos que reconocer que, sesenta años después de la Crisis de los Misiles en Cuba, poco hemos aprendido sobre el horror de la amenaza nuclear.
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