La política exterior de los Estados debe ser la proyección internacional de su realidad fronteras adentro. Pero en el proceso de su formulación concurren factores objetivos (el reflejo de lo que realmente es el país), conjuntamente con lo que podríamos denominar la subjetividad colectiva (las percepciones, los sesgos ideológicos y los mitos que las sociedades forjan sobre sí mismas). La política exterior peruana no es excepción, y en su contenido podemos encontrar trazos de lo uno y de lo otro.
Alcanzado el Bicentenario de la Independencia Nacional, es propicio reflexionar sobre el rol de nuestro país dentro del concierto mundial, y preguntarnos si existen nuevas oportunidades de inserción estratégica dentro de éste que debiéramos poner en valor. Desde una perspectiva comparativa, el Perú es un Estado de poca gravitación internacional, debido a sus muy limitadas capacidades en los dominios económicos y militares, y a su casi nulo potencial tecnológico y científico. En el ámbito del poder blando (soft power), que abarca lo cultural y la capacidad de acción diplomática, entre otros aspectos, el Perú tiene significativo potencial, todavía deficientemente gestionado.
En el emergente dominio natural y medioambiental, el Perú tiene vastas capacidades, dada su abundancia y diversidad de recursos y ecosistemas, y en particular debido a su proyección amazónica. Pero tales capacidades están lejos de ser un factor de proyección positiva hacia el resto de la comunidad global, debido a la deficientísima gestión que ejercemos sobre tales recursos, traducida en su vasta depredación, principalmente por la realización de actividades extractivas ilegales a escala masiva.
Este perfil de limitada gravitación como actor internacional también encuentra proyección en el espacio regional, pues somos un Estado cuyas capacidades en los dominios tradicionales es significativamente menor a las de Brasil, México, Argentina; y en lo militar y tecnológico, también a las de Chile.
Tradicionalmente, la proyección internacional de los Estados se manifiesta afirmativamente, a través de los cinco mencionados dominios de poder; o negativamente, siendo foco de conflictos e ingobernabilidad, o de criminalidad transnacional. Si bien el Perú se caracteriza por la precariedad de sus instituciones de gobernanza democrática, frente a la comunidad internacional ha venido mostrando un perfil de desenvolvimiento dentro de las premisas del Estado de derecho y de la democracia formal. Desde este punto de vista, el Perú no ha venido destacando internacionalmente como un Estado problema. Pero un aspecto de proyección internacional negativa lo constituye el narcotráfico, que se origina en el Perú teniendo como insumo los masivos cultivos de coca y en menor escala de amapola, y se proyecta transnacionalmente.
En el ámbito cultural, de modo más específico, un elemento de política exterior explícito en el que nuestro país viene invirtiendo sustancial capital diplomático es el de la promoción del pisco, cuestión que nos coloca en una posición de activa competencia con Chile, nuestro vecino que produce lo que nosotros denominamos aguardiente de uva, disputando con nosotros la denominación de pisco. Por diversas razones conviene cuestionar la racionalidad de tal posición. ¿Cuál es el valor cultural implicado en proyectar al Perú internacionalmente en torno a la promoción del consumo de una bebida espirituosa de alto contenido alcohólico? Aún más concretamente, ¿qué sentido tiene ocupar nuestros recursos diplomáticos en promover un producto respecto al cual nuestra capacidad exportadora es consistentemente insignificante, bordeando el diminuto monto total anual de US$ 7 millones, y que ni siquiera genera en su cadena productiva impactos sociales relevantes?
Adicionalmente cabe preguntarse si se justifica agregar a nuestra lista de factores de la complicada relación diplomática con Chile la activa competencia internacional sobre la denominación del pisco, habiendo otros factores de relacionamiento bilateral con muchísima mayor gravitación estratégica.
Una dimensión soslayada dentro de la política exterior peruana es la relativa a lo que podemos denominar la diplomacia minera: el Perú es un productor excepcionalmente prolífico de diversos minerales de alto valor actual y futuro en los mercados internacionales, y además ha generado en torno a esta industria capacidades profesionales e institucionales reconocidas mundialmente. Si bien somos un formidable exportador de minerales sin transformación, podríamos ser también un gran productor de éstos con mayor valor agregado, así como de capital intelectual para la minería en el resto del mundo.
El Ing. Roque Benavides, cuya experiencia en el sector minero es incuestionable, ha sostenido recientemente: “¿Cuántos puestos de trabajo se podrían generan si industrializáramos nuestro cobre? ¿Cuánto podríamos potenciar esa industrialización si nos aliáramos con Chile para hacer un centro de industrialización de ese cobre? Perú y Chile producen el 40% del cobre del mundo. Podemos promover que esto suceda.
Nuestra industria minera formal es de las más competitivas del mundo. Tanto en el talento, donde contamos con 19 escuelas de Ingeniería de Minas y otras tantas de Geología y Metalurgia, así como otras ingenierías que se necesitan en minería, como la civil, la mecánica y la eléctrica.” (El rol del sector privado y del nuevo gobierno. El Comercio, julio 29, 2021). ¿No resulta largamente más beneficioso priorizar en la agenda bilateral con Chile, dentro de la política exterior peruana, la forja de una alianza para la producción, industrialización y comercialización del cobre, considerando que ambos países compartimos una singularísima ventaja estratégica como proveedores internacionales de una elevadísima proporción de esta materia prima? Una alianza de tal naturaleza podría proyectarse, mutatis mutandi, sobre la producción e industrialización del litio, mineral de enorme demanda global del cual también disponemos ambos países. En ambos casos, un dato fundamental es el rol central que empresas privadas desempeñan en la extracción y comercialización de esos minerales, de modo que la iniciativa de diplomacia minera tendría que reconocerles tal protagonismo y orientarse a servir como apoyo catalizador de su competitividad global.Cabe anotar como referencia de contexto que resulta absolutamente inusual que dos países tengan tal nivel de control sobre la producción de una materia prima fundamental. El cartel de los productores de petróleo, la OPEC (conformada por 13 países), y sus aliados (10 países más), en conjunto y en base a una débil alianza, solamente controlan el 50% del mercado de esta vital materia prima. Con el desarrollo de nuevos proyectos mineros, principalmente en el Perú, y en alianza con Chile, se alcanzaría una proporción aún mayor de control sobre el mercado mundial del cobre.Más allá del ámbito bilateral, el Perú también debiera potenciar sus capacidades como productor y proveedor mundial de capital intelectual relacionado con la minería. Experiencias tan exitosas como las de nuestro sistema catastral minero o los logros en materia de ingeniería de minas, constituyen ejemplos que diversos otros países quisieran replicar.La imaginación queda corta para vislumbrar los inmensos beneficios sociales y empresariales que resultarían de la ejecución de una agenda de diplomacia minera, la que adicionalmente potenciaría en forma muy significativa la proyección internacional de nuestro país. Es hora de pensar en grande, con sentido estratégico, desanudando las amarras emocionales que aún nos mantienen hipotecados en el siglo XXI ante una enemistad gestada en el XIX.
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