No se me ocurre pensar en una empresa que no tenga un propósito definido, pues es uno de los principios que le brindan dirección y le otorgan una razón de existir y operar. Por otro lado, no muy lejos en concepto, pero a veces lejos en la práctica, tenemos el propósito que siguen los empleados. Muchas veces, este puede diferir de aquel de la empresa, creando una incongruencia entre lo que la empresa busca alcanzar y los intereses de sus empleados.
No obstante, es importante que las empresas busquen cerrar esta brecha en el propósito, pues al existir esta incongruencia, entorpece el proceso en el que ninguna de las dos partes consigue lo que busca. Mientras que algunas empresas buscan forzar el seguir el propósito de la empresa en sus empleados, esto podría crear problemas como limitar la innovación y la creatividad de los colaboradores, quienes se sentirían obligados a seguir algo en lo que no necesariamente creen.
Por el contrario, para poder promover la adopción del propósito en la compañía, deberíamos empezar por dejarlos participar en su concepción y dejarlos decidir cómo adaptar el propósito en sus tareas diarias. Al mismo tiempo, deberían de sentir que la empresa los apoya a perseguir su propósito personal sin que aquel de la compañía sea un impedimento. Esto es, deberíamos ser capaces de crear un ambiente donde el propósito de la empresa y el de los empleados puedan coexistir, reforzando el uno al otro en lugar de funcionar en direcciones opuestas.
Para lograr esto, los jefes deben ser capaces de abrir las vías de comunicación en las que las personas puedan expresarse y explicar sus propósitos y metas personales. El secreto está en buscar el beneficio mutuo que permita alinear ambos propósitos y adaptarlo en sus tareas diarias. Este proceso no es instantáneo, por lo que es importante que tengan el tiempo de reflexionar y encontrarle sentido. Un empleado con un propósito alineado estará más motivado, será más productivo y sentirá mayor satisfacción de lo que hace.
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