Los patrones de consumo han cambiado, pero también lo han hecho la composición de los hogares a quienes dirigimos nuestros productos servicios. Si bien el patrón se ha venido desarrollando de manera silenciosa con la conformación de familias cada vez más pequeñas y padres con sus primeros hijos en una edad promedio mayor a la de hace unas décadas, sus necesidades se han vuelto más claras durante la pandemia por la COVID-19 y los periodos de confinamiento.
El número de habitantes por casa ha decrecido en las últimas tres décadas de 3.13 a 2.52. Sin embargo, este decrecimiento no es necesariamente debido a familias sin hijos, sino a un mayor número de personas que deciden vivir solas o solteras. Lo que antes parecía ser una restricción en países como en el continente asiático, hoy se ha vuelto casi una norma en países latinoamericanos donde los matrimonios pospuestos y un menor número de familias completas viviendo en una misma casa son cada vez más comunes. A esta tendencia podemos agregar un mayor crecimiento en la propiedad de mascotas, cuyas cifras se han triplicado en los últimos cinco años de acuerdo con la consultora Mckinsey and Co.
El principal resultado de estos cambios en la composición de los hogares es que esta mayor cantidad de personas que viven solos también exigirán una mayor personalización en los productos y servicios a los que recurren. Pero al mismo tiempo, son estos consumidores los que proporcionan mayor información, pues recurren más al Internet para hacer compras, lo que alimenta las bases de datos de las compañías para proveerlas de información sobre sus preferencias personales y cambios en sus patrones de consumo. Ello presenta una oportunidad para las empresas. Para todas las empresas que piensan incursionar o están ya presentes en el comercio digital, deben comenzar a preguntarse si están tomando en cuenta el nuevo patrón familiar.
Comparte esta noticia