La semana pasada, el INEI anunció que la economía peruana se había contraído en 0.45% al primer semestre del 2023, lo que implicaría que, según la definición técnica, estaríamos atravesando una recesión económica, al tener dos trimestres consecutivos que reportamos una contracción. Esto responde en gran parte al fenómeno climático El Niño que ha sido especialmente intenso en el Perú, a los conflictos sociales y a otros eventos como la crisis de fertilizantes.
Esta realidad va en contra de lo que Alex Contreras, ministro de Economía y Finanzas, quien, hasta hace unas semanas, indicó que las cifras para el segundo trimestre serían positivas. El mismo considera que el Perú no atraviesa una recesión y que las alarmas son encendidas por los detractores del gobierno, quienes esperan el fracaso y quienes esparcen la negatividad.
En momentos en que el país requiere de liderazgo para asegurar a la inversión externa que el país sigue siendo un destino productivo, el MEF debería entender que los detractores del gobierno y su lucha política no tienen relación con las principales causas de un menor desempeño económico. Por el contrario, lo que se requiere es devolver la confianza que se perdió completamente a finales del último año, cuando Pedro Castillo fue arrestado, la estabilidad política se perdió, y cuando la confianza de los consumidores y de las empresas se desvaneció.
Sea cual sea la definición que busquemos darle a una recesión, los hechos reflejan que llevamos dos trimestres de contracción económica que requieren de atención. Si la esperanza se centraba en una política monetaria más flexible, como bajar la tasa de interés de referencia, este no será el caso ya que se espera que la inflación se irá reduciendo hacia fines del 2023. Por otro lado, si acaso la reactivación minera podrá ayudar a reactivar la economía en el segundo trimestre, deberá ponerse atención a promover un clima de confianza para que los flujos sigan llegando.
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