La pandemia nos ha hecho reconsiderar nuestras prioridades y poner al centro nuestro bienestar personal, de salud y de seguridad. Esto ha llevado a que las personas revaloricen y comiencen a evaluar si las empresas en donde trabajan se alinean con sus necesidades, llevando a muchos de estos a renunciar o buscar oportunidades en otras empresas. Mientras que algunas empresas se toman el tiempo para investigar y comprender qué lleva la fuga de talentos a ocurrir, otras buscan soluciones más simples y temporales como incrementar salarios o mejorar los paquetes de beneficios, los cuales no hacen sentir al empleado más apreciado, sino como elementos de una transacción por el capital de trabajo que ofrecen. Esto lleva a que los empleados perciban que sus intereses personales no son escuchados por la empresa, lo que culmina con su dimisión.
Los meses transcurridos durante el último año han llevado a muchos de nuestros empleados a estar exhaustos, y muchos también aún atraviesan el duelo de los suyos que fallecieron. Las personas buscan, por tanto, en sus trabajos un propósito o un nuevo sentido en sus vidas. Esto, ciertamente, no quiere decir que no valoren su seguridad económica y los beneficios que las empresas les ofrecen, sino que, por encima de ello, buscan ser parte de una comunidad que los valore y en la cual puedan encontrar refugio cuando lo necesiten. Esto es, no quieren ser percibidos como el mero fruto de una transacción para sus empresas.
Para evitar la fuga de capitales, las empresas tienen que comenzar a preguntarse si los jefes de cada área promueven un ambiente de paz y compañerismo, si la cultura de la empresa no ha sido distorsionada por la pandemia, si las necesidades de sus empleados están siendo atendidas, si los empleados cuentan con oportunidades de crecimiento y si la empresa promueve la formación de una comunidad más que un centro de trabajo. Esta es una oportunidad para las empresas de ponerse al servicio de sus empleados, así como ellos lo hacen con sus clientes.
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