Recibimos en el correo electrónico una invitación, "call for papers", para participar en un coloquio organizado por una universidad local junto a una universidad europea. Leo la extensa sumilla y más parece un programa ideológico de cómo "debe leerse la historia del Perú en la clave que debe ser conocida". Nos inquieta y, hasta cierto punto, nos molesta. Pensamos que no es científico conducir la investigación hacia la secta de los convencidos de algún credo secular.
Hemos sido testigo de esta situación por décadas. Y hasta cierto punto parecen estar muy arraigadas en el ámbito académico peruano, al extremo que no se cuestiona. Es decir que se convoque un congreso, simposio o coloquio, etc., que más parece una reunión de fanáticos que un espacio de intercambio intelectual, en donde se muestren los avances de una investigación ponderada y objetiva. Muchas veces basta leer el nombre del simposio o coloquio para darnos cuenta de lo tendencioso que pueden ser dichos encuentros. Desde el rotulo del certamen, cancelan la posibilidad de una participación más amplia y plural. ¿Por qué se da esta situación?
La razón de esta cancelación estriba en que no se quiere escuchar perspectivas diferentes que amenacen a la posición “oficial” de los organizadores de dichos certámenes. Se busca imponer y consolidar una narrativa dogmática que sirva de enclave ideológico para fines políticos mayores. De ahí que sean reuniones para aquellos que están convencidos de la corrección de sus posiciones, a fin de atraer a nuevos adeptos. Pero esto no es académico ni científico. Es simplemente propaganda ideológica y dogmática.
Interrogado por Bryan Magee; Isaiah Berlín, refiriéndose al peligro dogmático, decía que “si los presupuestos no se examinan, las sociedades corren el riesgo de osificarse; las creencias, endurecerse y convertirse en dogmas; distorsionarse la imaginación, y tornarse estéril el intelecto. Las sociedades pueden decaer a resultas de dormirse en el mullido lecho de dogmas incontrovertidos.” Por ello, para mantener viva a una comunidad, era “preciso cuestionar las suposiciones; poner en tela de juicio los presupuestos; al menos, lo bastante para conservar en movimiento a la sociedad”.
¿Puede decaer la universidad en la “tentación dogmática”? Claro que sí. No hay institución que esté libre de los dogmatismos conducidos por grupos sectarios, sean estos de cualquier ideología política, metodológica o cultural. De ahí que el peligro sea doble. Por un lado, se cancele y se reprima cualquier brote de “disidencia intelectual”. Y, por el otro, que la afirmación dogmática empobrezca la vida intelectual hasta convertirla y conducirla al peor de los horrores académicos: hacia la muerte del espíritu crítico, sin el cual es imposible ampliar las fronteras del conocimiento.
Entendemos que cada académico pueda tener una opción política. Tener una postura ideológica y manifestarla libremente está dentro de los derechos fundamentales de cada persona. Pero concebir un certamen académico para definir una narrativa sobre cómo debe ser estudiada e interpretada un determinado periodo de la historia del Perú, no sólo es poco serio. Es inmoral. Porque se entroniza tendenciosamente una interpretación que busca imponerse como una lectura única.
Uno de los logros más importantes de la historia universitaria es haber llegado a un frágil consenso sobre la importancia de defender un máximo de libertad intelectual, dentro de un esquema de máxima solvencia académica e integridad profesional. De ahí que no podemos convertir a la universidad en un espacio de propaganda de nuestras convicciones ideológicas. Más aún cuando están en juego los recursos públicos (de todos los contribuyentes) o de finalidad común (de la asociación particular).
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