“El cosmos es todo lo que fue o lo que será alguna vez. Nuestras contemplaciones más tibias del Cosmos nos conmueven: un escalofrío recorre nuestro espinazo, la voz se nos quiebra, hay una sensación débil, como la de un recuerdo lejano, o la de caer desde lo alto. Sabemos que nos estamos acercando al mayor de los misterios”. Así empezaba el primer capítulo de “Cosmos. Un viaje personal”, el libro y la serie de 1980 y que ha sido visto y leído, imaginamos, por “miles de millones” de personas en todo el mundo.
Carl Sagan nació en Nueva York, el 9 de noviembre de 1934, en el seno de una familia judía de origen ucraniano que migró a los Estados Unidos en los años veinte del siglo pasado. Estudió en la Universidad de Chicago, donde se graduó en ciencias, obtuvo su master en física en 1956 y el doctorado en física en 1960. Luego, fue investigador y profesor en las universidades de California, Berkeley, en la de Harvard y en varios laboratorios y centros de investigación. Finalmente, recaló en la Universidad de Cornell- Ithaca, de Nueva York, donde fue profesor hasta su muerte, el 20 de diciembre de 1996.
Sagan poseía una vasta cultura no sólo científica, si no también humanística. La misma que le permitió desarrollar sus indiscutibles atributos de comunicador. De igual modo, le posibilitó tener los medios para saber exponer, con argumentos sencillos, ideas muy complejas y abstractas. Eso explica, en parte, el éxito descomunal de “Cosmos. Un viaje personal”. Pues, gracias a sus innegables conocimientos de literatura, música, arte, historia y filosofía, pudo rotular con eficacia cada uno de los capítulos de su obra más célebre, y escribir con una soltura encomiable. Así, títulos como “en la orilla del océano cosmos”, “una voz en la fuga cósmica”, “blues para un planeta rojo” y “el filo de la eternidad” evidenciaban sus dotes de escritor solvente.
Pero no solo sabía escribir con belleza plástica. Como presentador documentalista, Sagan supo sacar provecho a su labor de docente y presentar una imagen, la del profesor universitario de comienzos de los ochenta: enfundado con sus inconfundibles blazers; zapatos de goma; cabello algo largo y desordenado y el rostro en permanente fascinación. Era como si el profesor más querido y entrañable fuese nuestro profesor y nos hiciera cómplices de sus indagaciones, descubrimientos y reflexiones. El magnetismo que proporcionaba la imagen y la elocuencia de Sagan es algo que explicó su éxito y la huella que dejó en la cultura de la divulgación científica.
Gracias a Sagan, muchos, por primera vez, supimos de la existencia de personajes centrales de la historia de la ciencia como Tales de Mileto, Demócrito, Eratóstenes, Aristarco, Hipatía, Kepler y Huygens. Además de tomar en cuenta que la Tierra, su historia natural y humana, en medio del cosmos, es un suspiro ínfimo de temporalidad. Sin embargo, la conciencia de nuestra fragilidad al interior del cosmos, lejos de entristecernos, era la causa de una extraña sensación de “raro optimismo”, sobre todo para niños y adolescentes que empezaban a hacerse sus primeras preguntas esenciales, aun incontestables. Asimismo, este “raro optimismo” generaba un reconocimiento profundo sobre la experiencia humana en la Tierra: nuestra mente y el conocimiento que se forma en él, ha sido producto de la más asombrosa evolución, en la cual la materia tomo conciencia sobre sí misma y sobre lo que rodea. Pensar que Carl Sagan fue el responsable que un niño de once o doce años tome en cuenta estas consideraciones, es algo que siempre quedará en nuestros recuerdos. Un abrazo profesor Carl Sagan, ahí donde el “Voyager” sigue llevando tu nombre.
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