El filósofo inglés, John Stuart Mill (1806-1873), fue formado desde niño para convertirse en el gran pensador que llegó a ser. Hijo de James Mill (1773-1836), fundador del utilitarismo junto a Jeremy Bentham, tuvo en su niñez y adolescencia una educación esmerada; que incluía la lectura crítica de los clásicos del mundo antiguo en su lengua original, la historia en todas sus ramas, la literatura y la filosofía y la ciencia económica de su época. Su progenitor, amigo de David Ricardo y Jean Baptiste Say, era consciente de que la formación humanística de su hijo debía contener amplios conocimientos en ciencia economía. De ahí que su padre le hiciera leer y estudiar a los dos grandes fundadores de la economía clásica: Smith y Ricardo. ¿Por qué esta decisión de James Mill respecto a la educación de su hijo? Pues su padre estaba convencido que de que la claridad y sencillez expositiva, se lograba si el pensamiento se asentaba sobre la racionalidad económica. Es decir, concatenar lógicamente la formulación teórica con hechos verificados individualmente.
Este modo de ejercitar su mente hizo que el joven John Stuart Mill pueda leer con facilidad la obra de A. Comte y recibir una notable influencia del fundador del positivismo. De ahí que el pensamiento liberal de Mill y su manera de concebir la ética utilitaria, tiene un rasgo propio: una diáfana contundencia, ajena a toda oscuridad y desmesura especulativa. Por ello la lectura de la obra de Mill no resulta complicada y puede ser leída tanto por el especialista como por el iniciado.
Esta búsqueda por la sencillez se observa cuando plantea con facilidad tu teoría ética. Para Mill lo moral se define por su utilidad. Es decir, algo puede ser considerado “útil” en la medida que genera un máximo de bienestar posible para el mayor número de personas. De ahí que la acción moral pueda ser evaluada por sus consecuencias efectivas sobre las personas y no por su intención o por su valor intrínseco. Por lo tanto, la pertinencia de un derecho se justifica por la utilidad general que éste ocasiona sobre las personas. Por ejemplo, la libertad de opinión o de elegir el destino individual genera mayor bienestar (es útil) que el no tenerlo.
La teoría ética de J. S. Mill se relaciona estrechamente con su filosofía política de corte liberal. Según Mill, la inteligencia humana es un hecho. Por lo tanto, requiere de condiciones externas que le permitan manifestarse. Las libertades de opinión, pensamiento, ideas, creencias, elección, etc., son las que garantizan que el humano sea realmente humano en términos efectivos. De ahí que Mill considere que tanto los gobiernos despóticos como las “tiranías de la mayoría” (categoría que comparte con otro gran pensador: Alexis de Tocqueville), sean los enemigos de la libertad individual. Pero esta apuesta decidida por la libertad individual no es extrema. La libertad del sujeto solo es posible si se defiende y promueve la libertad del otro. Esta libertad responsable consigo misma nos llama a construir una sociedad libre, en las que no haya una coacción entre los sujetos ni un poder coercitivo desmesurado por parte del estado.
En uno de los pasajes más célebres de su ensayo, “Sobre la libertad” (1859), John Stuart Mill expresa con contundencia su “credo” liberal del siguiente modo: “La única libertad que merece este nombre es la de buscar nuestro propio bien a nuestra propia manera, en tanto que no intentemos privar de sus bienes a otros, o frenar sus esfuerzos para obtenerla. Cada cual es el mejor guardián de su propia salud, sea física, mental o espiritual. La especie humana ganará más en dejar a cada uno que viva como le guste más, que en obligarle a vivir como guste al resto de sus semejantes”. Es decir, el ejercicio de la libertad personal permite a cada uno ensayar los caminos que nos conducen a nuestra propia realización sin perjudicar a otros. Según Mill, si una sociedad se sostiene bajo estos principios, la humanidad sale ganando; pues cada uno aprende a calcular el efecto de sus acciones y decisiones sobre sí mismo y sobre los demás. Y de este modo, vive una existencia más responsable.
Otro aporte importante fue el que Mill hizo con su esposa Harriet Taylor (1807-1858), brillante filósofa con quien escribieran varios textos sobre la necesidad imperiosa de garantizar plenos derechos humanos a las mujeres. Hoy se sabe que Taylor tuvo un papel definitivo en la redacción de “Sobre la libertad”. Como vemos, por estas razones y otras, leer a John Stuart Mill es una tarea imperiosa en nuestros días, más aún cuando reaparecen los enemigos de la libertad en ambos lados del espectro político.
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