En varios momentos de la historia del pensamiento político, se asumió, con naturalidad, que el ejercicio de la ciudadanía solo podría darse con un mínimo de ilustración. Democracia y saber eran dos conceptos que se retroalimentaban, en la medida que el acto de participación republicana solo podría darse si el ciudadano estaba en posesión de un conocimiento suficiente que le permita comprender la dimensión política.
Los momentos estelares en los que las relaciones entre saber y ciudadanía fueron ponderadas positivamente, se encuentran en Atenas durante los siglos V y IV a. C. y, en mayor escala, durante la ilustración europea del siglo XVIII y después de la misma. Esta ilustración de la política en los siglos venideros, permitió la aparición de estructuras partidarias más o menos informadas. En las organizaciones políticas de diversa ideología, podríamos encontrar núcleos de adeptos con distintos grados de formación. Por ello, podría darse el conflicto de ideas, la confrontación ideológica de forma apasionada e, incluso, el careo violento de doctrinas políticas.
Más allá de las características de las distintas posiciones ideológicas, es interesante valorarlas en la medida que se presentan como preocupación de lo político. Liberales, socialcristianos, socialdemócratas, socialistas, entre otros, fueron expresiones ideológicas diferenciadas. Pero todas ellas fueron manifestaciones de un auténtico interés político y por el derrotero de una comunidad.
Más allá de las características de las distintas posiciones ideológicas, es interesante valorarlas en la medida que se presentan como preocupación de lo político. Liberales, socialcristianos, socialdemócratas, socialistas, entre otros, fueron expresiones ideológicas diferenciadas. Pero todas ellas fueron manifestaciones de un auténtico interés político y por el derrotero de una comunidad.
Paralelamente a la aspiración de construir una ciudadanía ilustrada, se configuraba el proceso contrario. Frente a la imposibilidad de retornar a la servidumbre premoderna, a las agrupaciones de súbditos, se buscó por otros medios evitar la ilustración de la ciudadanía, a partir del consumo. Es decir, el consumidor sustituía al ciudadano. Adquiría mayor relevancia la esfera privada, el ámbito doméstico, las necesidades y ambiciones individuales. Así, la esfera de lo público quedaba eclipsada ante los deseos de consumo individual. ¿Qué consecuencias trae la desaparición del horizonte político en la mente del sujeto?
Los antiguos griegos definían como “idiota” a aquel que vivía separado de los problemas públicos, carente de cualquier interés por los asuntos de su “polis”. El “Idiota” centraba su atención solo en sí mismo y no estaba llamado a participar en aquello que les conviene a todos. Así, el “idiota”, no podía identificarse con ningún valor colectivo y, por lo tanto, no era consciente de tener derechos y responsabilidades.
Desde hace varias décadas estamos construyendo nuestros “nuevos idiotas”. Eclipsando los intereses públicos, al consumidor solo le interesa poseer el medio de cambio para adquirir lo que el inmenso mercado de bienes y servicios ofrece. Sin consciencia política, el “nuevo idiota”, carece de la convicción para defender sus derechos y para anhelar un futuro mejor para su comunidad. ¿Puede un “idiota” indignarse ante una situación de explotación, de injusticia, de corrupción? Pues no. Por ello, construir un Estado de derecho, con ciudadanía inclusiva y participativa, es posible si superamos la condición del consumidor (la relativizamos) y redescubrimos la dimensión emancipatoria de la política y de la ética que le es inherente.
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