Arquitectura y política es el nombre de un reciente libro de Josep María Montaner y Zaida Muxi, que anticipa la participación de esta pareja de arquitectos y académicos en política. Josep María es, desde hace un tiempo, concejal en la gestión de Ada Colau en el Ayuntamiento de Barcelona, mientras Zaida es una destacada urbanista y activista de género.
El libro contiene una interesante reflexión de la participación de los arquitectos en política, basada en que “la arquitectura tiene una estrecha relación con la vida humana, por lo tanto, tiene mucho que ver con el poder político y económico, con la voluntad colectiva de lo social y de lo común, de lo público y de la permanencia en el futuro”. A esto podríamos agregar la vieja disyuntiva de si es la política una ciencia o un arte, que curiosamente también podríamos aplicar a la arquitectura. Ambas se basan en un conocimiento científico, pero su ejercicio, en los dos casos, es un arte. Como lo señalan los autores, la arquitectura, como la política, “radica en lo que se visibiliza y lo que se ignora, en lo que se promueve y en lo que se oculta, en lo que se dice y lo que se calla y a quién se silencia”. Tal vez no por gusto Niccolo Machiavello fue también un hombre del Renacimiento, que nació en la Florencia de los grandes arquitectos y fue contemporáneo de Michelangelo Buonarroti.
En nuestro país, la participación de los arquitectos en política no es extraña, aunque en los últimos años haya estado ausente. Fernando Belaunde Terry, desde sus años de diputado por el Frente Democrático y luego en Acción Popular en sus dos gobiernos, es un buen ejemplo de lo que pueden hacer los arquitectos desde la política. La “arquitectocracia”, como la llamó en su momento Kenzo Tange, fue una gran impulsora de la modernización en nuestro país a través de la planificación urbana y la vivienda social. De la misma manera, por los mismos años, el vanguardista grupo Espacio derivó hacia la conformación del Social-Progresismo, un partido de poco éxito y escasa votación electoral, con pocas convicciones democráticas a juzgar por la participación activa de algunos de sus integrantes en la dictadura de Velasco Alvarado. Tampoco debe olvidarse la destacada participación de Luis “Cartucho” Miró Quesada y Miguel Cruchaga en la gesta del Movimiento Libertad, que se opuso valientemente a la estatización de la banca durante el primer gobierno de Alan García y sentó las bases de las políticas neoliberales en el Perú.
En el contexto actual, Montaner y Muxi señalan que “la posmodernidad ha tenido una vertiente estética, la más visible y denostada, pero también una ética que se expresaría en los cambios de paradigma de las nuevas sociedades, expresada en cuatro aspectos: derechos humanos, sostenibilidad, diversidad y participación”. Esto también se hace visible en nuestra sociedad en años más recientes. Al respecto, habrá que recordar la marcha de los estudiantes de arquitectura de Lima, oponiéndose al bypass de la avenida 28 de Julio, que creó una conciencia en la población y en algunos alcaldes distritales a favor de la planificación y de una ciudad distinta, donde el protagonista no sea el automóvil sino las personas.
Tampoco debe olvidarse el trabajo que han desarrollado arquitectos a través de las ONG, donde han combinado trabajo profesional y político en pro de la ciudad. Lo mismo puede decirse de los colectivos como Ocupa Tu Calle o Citio, por citar algunos que han pasado de las propuestas a la acción efectiva de la recuperación de los espacios públicos. Se trata indudablemente de manifestaciones políticas que, a diferencia de las anteriores que nacían desde el Estado, emergen ahora de la sociedad civil misma.
Finalmente, el libro de Montaner y Muxi apunta, además, a un objetivo señalado en el subtítulo del mismo Ensayos para mundos alternativos, donde, como arquitectos, fundamentan su participación política: “La esencia de la arquitectura es siempre plantear el horizonte de futuro. Para ello debe soñar y al mismo tiempo ser realista, es decir, debe conocer bien las preguntas a las cuales da respuesta, debe ser consciente de los efectos que pueden ocasionarse en dicha realidad y, a su vez, de cómo esta va a transformar el proyecto, y, al mismo tiempo, debe imaginar”.
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