
La historiografía, lejos de ser una disciplina estática, se revela como un campo en constante ebullición, un espacio transdisciplinario que desafía las concepciones tradicionales del pasado. Este dinamismo implica una revisión profunda de cómo se construye el conocimiento histórico, reconociendo que la historia no es un mero archivo de hechos inmutables, sino una narrativa en perpetua construcción, influenciada por las preguntas del presente y las expectativas del futuro. La interacción entre la teoría y la investigación, así como la revalorización de la temporalidad como eje central, son clave para comprender la complejidad del saber histórico en la actualidad. Este enfoque renovado busca trascender la hiperespecialización y abrir nuevas vías para la comprensión de nuestra experiencia colectiva.
El libro "Historiografía, temporalidad y saber histórico" (2025) es una obra del historiador mexicano Guillermo Zermeño Padilla. En su introducción, el autor nos invita a un viaje intelectual que busca tender puentes entre la teoría y la praxis historiográfica. Zermeño Padilla argumenta que el historiador se mueve en múltiples planos discursivos, desde la lectura intensiva de libros y la recopilación de archivos hasta el acercamiento a la teoría y la filosofía de la historia, e incluso a otras disciplinas como la literatura, la historia del arte, la sociología o la filosofía. Esta aparente dispersión, sin embargo, es vista como una búsqueda de un acercamiento interdisciplinario al problema de "la historia”, un esfuerzo por acortar las distancias entre diferentes campos del saber atravesados por coordenadas sociológicas, históricas o temporales.
Una de las ideas centrales que el autor desarrolla es la necesidad de reconocer los alcances y límites de cada actividad intelectual, especialmente la distancia entre la teoría y la investigación histórica dentro de la propia disciplina. A pesar de esta brecha, Zermeño Padilla sostiene que no hay razón para no enfrentarla, al igual que en otros campos como la economía o la física, donde coexisten la ciencia teórica y la ciencia aplicada. Propone que la historia, en sus formas de escritura y representación, puede considerarse una actividad esencialmente "teórica", ya que sus narraciones ordenan y dan sentido a la cronología, que por sí misma es solo un esqueleto o punto de partida. En este sentido, no hay historia posible que no presuponga un esquema conceptual previo, explícito o implícito, para establecer un orden a lo que no lo tiene por sí mismo. De algún modo, se trata de la “Histórica” de Koselleck, la misma que proporciona el marco conceptual para entender por qué la temporalidad es un eje sustancial en toda actividad historiográfica, y cómo la evolución de la historiografía implica una redefinición de las relaciones temporales entre pasado, presente y futuro.
La preocupación subyacente en la introducción de este interesante libro es la de salvar productivamente la brecha entre la teoría y la investigación histórica a partir de la propia praxis historiográfica. Esto implica enfocarse en zonas del acontecer histórico relacionadas con las mentalidades o el imaginario, y más recientemente, con los estados de latencia. Zermeño Padilla enfatiza que el factor tiempo juega un papel sustancial en toda actividad historiográfica, particularmente en la cuestión de cómo el futuro interviene en la forma en que se narran las historias. La inclusión de esta dimensión temporal en la investigación histórica marca una línea divisoria con una concepción estática y no problemática del pasado. El oficio del historiador es visto como un trabajo apasionante que busca establecer relaciones entre el presente y lo que ya fue y va siendo de cara al futuro, asumiendo la figura del traductor que intenta acercar dos lenguas en tensión.
En última instancia, el libro propone que la disyunción entre lo teórico (lo general) y lo empírico (lo particular) se conjuga en la noción de "experiencia histórica", que surge de la evolución del subsistema del saber histórico-literario. El autor busca relatar cómo el legado del saber histórico funciona en la actualidad como una sombra fantasmal que regula nuestra forma de pensar y vivir la historia, indicando cómo debe ser escrita e investigada, qué temas deben privilegiarse y cómo deben ser presentados. Esta obra no solo aborda la crisis de una cierta noción de crítica que acompaña la emergencia del saber histórico moderno, sino que también busca conformar un lugar para la Historia como un laboratorio de experimentación constante, un espacio de reflexión y trabajo sobre el pasado y el futuro de la disciplina. Si todo esto se plantea en la introducción, imaginemos lo que se puede hallar en esta importante obra de alta y fina teoría.
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