
La postura de la Iglesia Católica frente a la inteligencia artificial (IA) en los últimos años se ha formalizado principalmente a través del documento "Antiqua et nova", publicado el 28 de enero de 2025. Este texto de los Dicasterios para la Doctrina de la Fe y para la Cultura y la Educación aborda las cuestiones filosófico-antropológicas y éticas de la IA. Esta reflexión establece una clara distinción entre la inteligencia humana, que es una facultad compleja, orgánica, arraigada en la corporeidad, la relacionalidad, y orientada a la verdad, la trascendencia y el bienestar integral, y la inteligencia artificial, que procesa y simula en un ámbito lógico-matemático.
El documento identifica límites clave en la IA, como la falta de empatía verdadera o discernimiento moral, y expresa preocupación por la antropomorfización, el riesgo existencial, el uso militar, la pérdida de control humano y la concentración de poder. Subraya que la IA no es neutral y debe ser guiada por la inteligencia humana con responsabilidad moral para respetar la dignidad de la persona y orientarse al bien común.
Por su parte, el papa Francisco manifestó profundas preocupaciones éticas respecto a la IA, instando a mantener la integridad científica y priorizar la ciencia por el bien común. Alertó sobre el "pensamiento híbrido" resultante de la combinación de inteligencia biológica y artificial, que lleva a la "incertidumbre transhumana", y la necesidad de precisar los elementos constitutivos del ser humano. En su exhortación apostólica "Laudate Deum" (2023), vinculó explícitamente el uso masivo e irresponsable de la IA al "paradigma tecnocrático". Este paradigma es descrito como una estructura de poder ilimitado que, impulsada por la evolución técnica y motivada por el poder económico y político, parte de la idea de un ser humano sin límite cuyas capacidades se expanden infinitamente con la tecnología, "retroalimentando monstruosamente" esta visión.
Desde la visión cristiana, la IA plantea varios desafíos éticos que amenazan o socavan los aspectos constitutivos del ser humano. La antropomorfización de la IA puede llevar a relaciones utilitarias en lugar de las auténticas relaciones humanas. Las ideologías transhumanistas y poshumanistas, que ven el cuerpo como un obstáculo, contradicen la dimensión de la encarnación. Por otro lado, la capacidad de la IA para generar contenido manipulado (deepfakes) daña la relación con la verdad y la relacionalidad. Asimismo, la pérdida de control humano sobre la IA plantea un riesgo existencial, en tanto que la “superinteligencia artificial” puede llegar a superar con creces al ser humano, haciéndolo cada vez más prescindible. En cuanto al trabajo, la lógica eficientista impulsada por la IA amenaza con la eliminación de tareas humanas y un beneficio desproporcionado para unos pocos. El riesgo más grave es que el trabajo humano pierda su valor si la IA sustituye a los trabajadores. En síntesis, la Iglesia insiste en que el uso de la IA debe ser guiado por la responsabilidad moral para respetar la dignidad de la persona y el bien común, oponiéndose a una responsabilidad técnica puramente funcional.
Es evidente que, si la humanidad no logra dominar el reto inminente que presenta la “singularidad tecnológica”, es muy probable que nos adentremos a un mundo desconocido, cuyas consecuencias son inimaginables. Que la iglesia católica sea claramente consciente de los efectos de la IA en la humanidad, es la demostración de que se viene es claramente perturbador.
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