Se acercan las fiestas navideñas y hay quienes dicen que no hay nada que celebrar. Indistintamente a los credos la ocasión nos da la oportunidad para congregarnos y compartir, y aunque muchos evitarán el encuentro físico, son posibles los encuentros virtuales, el chateo, las tarjetas de Facebook y las llamadas por celular para expresar el cariño y los buenos deseos. Si bien no será la mejor Navidad, tampoco será la peor mientras haya ganas de seguir adelante juntos apoyándonos mutuamente.
Las miles de familias peruanas que han perdido a los suyos en la pandemia necesitarán más que nunca el calor y el consuelo de los parientes y amigos, y de la misma forma, las familias de los jóvenes muertos y heridos durante las manifestaciones en las marchas de protesta. Queda un asiento vacío en la mesa familiar, un amor arrebatado en medio de una situación de represión policial que no se termina de esclarecer, un recuerdo imborrable en los millones de peruanas y peruanos hermanados por la indignación ante la angurria de poder y la corruptela socavante. Esos lugares vacíos son irremplazables y nos recordarán una y otra vez que tenemos un sistema de salud y una policía nacional que necesita una reforma estructural.
Es verdad que la Navidad no será tan dulce este año, veo a mis vecinas y vecinos de Jesús María colocar sus viejas guirnaldas en las ventanas y puertas, muchas a lado de pequeños carteles improvisados que ofrecen sus productos: juanes, chups, humitas, tamales, kekes, tortas, dispensadores de alcohol, impresiones, causa de pollo y cuanto puedan vender desde sus casas. La crisis económica golpea y muy fuerte, esa clase media empobrece rápidamente y los empobrecidos de las ciudades antes de la pandemia ya se fueron a sus pueblos de origen o sobreviven con las ollas comunes y el comercio informal. No alcanzará el dinero para los regalos de los niños o para hornear un pavo navideño, felizmente los abrazos no cuestan.
La fiesta judeocristiana no tiene cabida en la mayoría de los pueblos originarios menos aún las maneras en que se celebra en las ciudades. Aunque no faltarán las municipales que organizan chocolatadas y llevan regalos a los niños de las comunidades, o alguna empresa repartiendo sus dádivas, sólo eso. En las comunidades, la sequía ya causó sus estragos y muchas familias han salido a sembrar de nuevo con la esperanza de alcanzar cosechas tardías que les asegure el alimento. Es probable que escaseen en los mercados agravando la crisis económica y tendremos que pagar más por los productos de las chacras.
¿Qué vendrá? Sin negar que esta Navidad 2020 tiene un halo de tristeza, se impone la necesidad de unirnos como familias, de celebrar la vida por más dura que sea. Es una buena ocasión para declararnos en rebeldía, para no tolerar más violencia e injusticia venga de donde venga, para prometernos entre nosotros que nos vamos a apoyar mutuamente, que compartiremos lo que tenemos, que podemos confiar en los nuestros, que nos cuidaremos y trataremos con cariño y respeto.
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